14 de Enero de 2018
opinion |
Bulín Fernández

Autocrítica, el gran desafío

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Hace un par de días encuestas de las muchas que hay a diario, creíbles o no depende quien las haga o quien las paga, daban cuenta de un rechazo de la sociedad a la política cercana a un ochenta por ciento.

 

La política mueve al mundo y sus decisiones seguirán, pase lo que pase.

 

Casas más, casas menos, no hace falta una encuesta para notar un constante mal humor desde la sociedad hacia una actividad que nunca termina de resolver sus problemas y que, en muchos casos, sus representantes o dirigentes son votados para que ello suceda.

 

Quienes abrazamos la militancia desde aquellos años de la vuelta a la esperanza y de la noche más oscura de la Argentina y América Latina, sentimos un enorme desafío de seguir buscando alternativas que nos permitan crecer y desarrollarnos.

 

Resulta claro el análisis de los vaivenes que ha marcado la política de nuestro país, la actividad que toma las decisiones de rumbos, acciones y genera ese “estado de ánimo” social; pero no todo es del color con que muchos se encarga de difundirlo.

 

Desde el movimiento al que pertenezco, donde su fundador y líder dejó no sólo un legado sino además cientos de páginas, grabaciones y hasta videos para las nuevas generaciones del sentido de la militancia, se remarcó siempre la necesidad de analizar los pasos y tareas a desarrollar, interna o externamente.

 

“Mi misión –decía Perón- es contemplar el pensamiento conjunto para aplicación de la doctrina y luego verificar lo que se ha hecho para asegurar ese cumplimiento de los objetivos. Si cada Peronista hace lo propio, seguramente estaremos más cerca de un resultado positivo que de lo contrario”.

 

Luego agregaba que “el pueblo debe observar a su dirigencia para evitar los intereses individuales, sectoriales o grupales. La autocrítica es una parte clave porque es el resultado del debate para analizar lo ejecutado. Siempre estamos expuestos a errores o desviaciones pero esa autocrítica es clave para llegar a lo excelente o lo muy bueno en beneficio de la gente”.

 

Esa claridad es hoy de escasa aplicación. No trabajamos en conjunto, mucho menos en equipo; somos soberbios y hacemos del ego un culto y nos convertimos en “todólogos” para resumir, según los tiempos “mediáticos” como modificar el mundo en cinco minutos.

 

Desde 1983 para acá las derrotas electorales solían ser una condicionante de ver la necesidad de juntarse con el otro para analizar donde estábamos parados y cómo seguir, pero hoy son motivo de buscar rápidamente un culpable sin asumir responsabilidades.

 

Hace una década atrás uno de los dirigentes más lúcidos que me toco conocer, Antonio Cafiero, nos daba una lección de humildad señalando que “todo error en la política tiene una solución si lo observamos rápidamente, de lo contrario se convertirá en otra penuria para la gente y eso lo arrastraremos toda la vida como militantes”.

 

Que el año no electoral que comenzamos nos permita, fundamentalmente a la dirigencia política, acercarnos a pensar junto al otro, a encontrar caminos de acción, a respetar el pensamiento ajeno así este en las antípodas, a priorizar el proyecto y lo colectivo sobre el nombre y a llevar a la práctica cosas que beneficien a quienes más lo necesitan. Allí se verá la responsabilidad individual.

 

Si en diciembre de 2018 surge una encuesta que la gente rechaza la política en un setenta por ciento, habremos dado un gran paso.                           

 

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