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02 de Octubre de 2018
opinion |
Carolina Mantegari

Contra Bolsonaro o contra Lula

De la ilusión de Stefan Sweig al descalabro del Lava Jato.

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«Si el paraíso existe en algún lado del planeta,
¡no podría estar muy lejos de aquí!»
Stefan Zweig

 

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Corrupción como instrumento

A través de la admirable ejemplaridad del Lava Jato, con su devastadora transparencia, se le facilita a Brasil, de manera grotesca, el ingreso al abismo de la incertidumbre.
Persiste el peligro de retorno -contranatural- del militarismo. La reivindicación del golpe de 1964, que extendió su facto hasta 1985.
Sin recurrir a la vulgaridad del pronunciamiento. Asonada o chirinada. No hace falta.
Los militares pueden reconquistar el poder por medio de los votos.
Ventajas impuestas por la consagración de la anti-política. Derivaciones tristes del fracaso abrupto de la política.
Vencida por el instrumento -sin control- de la corrupción.
Pese (o por) su virulencia, pese (o por) su brutalidad, Donald Trump es el presidente exitoso de Estados Unidos.
Nadie entonces debe sorprenderse si un misógino precario, que detesta sin reparos a los negros, y a los gays, como el relativamente pintoresco Jair Bolsonaro, resulte electo presidente de Brasil.
Para estupor del muy citado Stefan Zweig.

 

O.R.

 

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La escala decisiva, del trayecto infernal, transcurre el próximo domingo, 7 de octubre. Primera ronda de las presidenciales, en el inagotable país que se aleja de la venturosa profecía de Stefan Zweig. Cuando aludía a Brasil como el país del futuro. Situado en lo “más cerca del paraíso”.
Infortunadamente, aquel Brasil delirado por el pensador en exilio, hoy se encierra en el laberinto penoso del presente desdichado. Donde la democracia, otro instrumento, tampoco disfruta siquiera del beneficioso candor. El romanticismo oral que se respira en los países vecinos donde la democracia es celebrada. Alguno, como la Argentina, es merecedor de la misma compasión que Brasil.
A falta de un Zweig, aún se tolera la estampilla de José Ortega y Gasset.
Si para Zweig, Brasil era una ilusión, para Ortega y Gasset la Argentina se reducía al ámbito de la promesa. La evocación de la grandeza perdida que nunca existió.
Consta, según Datafolha, que el 56% de los brasileños considera, a las fuerzas armadas, como la institución más prestigiosa. Decenas de miles suelen desfilar por las avenidas de San Pablo, y no vacilarían en aceptar a las fuerzas armadas como las encargadas de devolverles la purificación que tampoco nunca tuvieron.
Otra consecuencia, nada menor, del Lava Jato, que fomenta la degradación popular de la política.
Al extremo de haberse atrevido a derrocar por televisión, sin piedad ni fundamentos, a la señora presidente Dilma Rousseff. Por el diseño de alguna agigantada reticencia administrativa.
Y al extremo de haber encarcelado, siempre en nombre de la justicia de Curitiba, a Lula, el presidente más carismático desde Getulio Vargas.
Por un departamento ordinario en la playa sin ambiciones de Guarujá, un balneario sub valuado, destino de argentinos fascinados por el folklore de la caipirinha o la inofensiva Guaraná.

 

Personaje tétrico de Guimaraes Rosa, pero insertado en una novela colorida de Jorge Amado, en el marco trágico de una historieta de guerra fría.
Jair Bolsonaro es el emergente de la patología arrasadora que unificó la actividad política con los sublimes negociados de la corrupción. Escándalos inmobiliarios que coincidieron con el mejor momento del “gobierno de los trabajadores”, que cometieron el imperdonable pecado colectivo de elevar socialmente a su población más sumergida. En simultáneo, condujeron a Brasil al formato inflamado de los BRICS.
Junto a Rusia, India, China y Sudáfrica. Pero lo que más molestó a los norteamericanos (que ayudaron en aquel golpe militar de 1964, el que derrocó a Joao Goulart), fue la apertura de las puertas continentales a China. Y a encarar hermandades, con Chávez como escudero, con los petroleros de Irán.
Televisado en directo, Bolsonaro, también ex militar, lo propuso al general Eduardo Dias da Costa Villas Boas, comandante en jefe del ejército, para ser su ministro de Defensa. Después del trámite formal de vencer en las elecciones.
Sin pudores, repuesto ya del atentado de la puñalada, Bolsonaro asegura que no concibe, ni acepta, otro resultado que no sea el de su triunfo.

Se explica entonces que el comandante da Costa Villas Boas confirme que las elecciones pueden perder legitimidad. Sobre todo si el suyo, Bolsonaro, pierde. Y triunfa, lo más probable, el representante del prisionero.
El abogado y académico Fernando Haddad, ex alcalde de San Pablo. Como previsiblemente puede vencer en la segunda vuelta, Haddad debe habituarse a la idea de ser declarado ganador ilegítimo.
También puede imaginarse la reacción de los militares si Haddad decide indultar al jefe político y liberarlo.

 

Escondidinho de cecina

Bolsonaro completa la fórmula con el general Hamilton de Mourao. Un General retirado que preside el Club Militar. Es donde los jubilados complotan, mientras disfrutan en el restaurante del mejor elaborado “escondidinho de cecina” que se puede gustar en Río de Janeiro.
En Brasil hoy se vota contra Bolsonaro o contra Lula.
Se refleja la polarización que castiga a la vecina Argentina, que se debate entre Macri y La Doctora.
Ir contra Macri dista de equipararse a ir contra Bolsonaro. Nada tienen que ver. Como sí tiene que ver Lula con La Doctora.
Con la diferencia técnica de que Lula está preso. Puede ver la luz desde un patio interno, una vez por día. Mientras La Doctora, en realidad, sigue libre, pero es como si estuviera presa de la centralidad, en plena adversidad.
Cuando un político tiene que ocuparse de los Tribunales, más que de sus propuestas, está perdido.
Porque, al tener que defenderse, queda fuera de su eje. Arrancado del escenario, ocupado exclusivamente en administrar la culpa.
Como está preso, Lula recurre a Fernando Haddad.

No es totalmente transferible el voto cautivo de Lula hacia Haddad.
Pero sí es automática la repulsión contra Bolsonaro. Aquí Lula pone, inteligentemente, como vice de Haddad, a la simbología que Bolsonaro más detesta.
La imagen del comunismo asociada a la imagen encantadora de una militante revolucionaria, carismática, demasiado joven.
Manuela D Ávila sirve para consolidar la adhesión de género. Mientras las mujeres mayoritariamente se movilizan contra las aterradoras posiciones de Bolsonaro. Contra las mujeres, los negros y los gays. Y las invocaciones de Eduardito, el hijo, que sostiene que las mujeres de derecha visten y huelen mucho mejor que las de izquierda.

 

En andas

Al cierre del despacho, resulta sensato evaluar que el “contra Bolsonaro” es más potente que el intenso “contra Lula”.
El resto, acompaña. Nadie está contra Ciro, ni contra Alckmin, ni menos contra Marina.
En segunda vuelta, y por menos de cinco puntos, los observadores descuentan el triunfo de Haddad. Signa la próxima victoria de Lula, desde la “cadeia”.
Del populismo selectivo que se intenta erradicar de la región. Trasciende que el máximo impulsor es Donald Trump, el populista más poderoso de occidente, que podrá ser estudiado como una olvidable anécdota en la historia de Estados Unidos, que ofrece estadistas de la magnitud de Lincoln, Truman, Roosevelt, Regan.

El suspenso político de Brasil sólo puede ser alterado por el delirio del comandante general da Costa Villas Boas. Hará lo imposible, juramento mediante, por impedir que Lula vuelva a moverse en andas, sostenido entre los militantes “travalhistas” de San Pablo, del amenazante Minas Gerais o del siempre mágico Cuiabá.

 

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