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17 de Febrero de 2018
opinion |
Bulín Fernández

Hasta que la muerte…los pare

Una nueva columna de actualidad de Bulín Fernández. 

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Que el deporte se convirtió en grandes negocios y actividades comerciales desde fines del siglo pasado no es ninguna novedad. Que muchas de las actividades generan un movimiento económico de pequeña a gran escala ya es parte del análisis de todos los sectores involucrados.

 

Lo sorprendente es que volvamos al viejo circo romano, con la muerte o su cercanía es celebrada desde una tribuna o una platea televisiva, además respaldada por los fondos públicos, ya resulta alarmante.

 

Las artes marciales son milenarias y surgieron no solo como método de defensa sino como recreación espiritual y de mejora de la calidad del pensamiento; donde no existía la destrucción de un enemigo como centro.

 

El boxeo, un “deporte” que no evolucionó en el tiempo (salvo en su práctica olímpica) ha tenido muestras acabadas de sus retrocesos en todo sentido, porque no sólo dejó de ser una actividad social, sino que se transformó en comercial lisa y llanamente, donde no precisamente ganan los que suben al ring y ponen su cerebro y cuerpo a disposición de la cercana muerte.

 

Desde la creación de la Asociación Mundial, allá por el año 1921, luego diversificada en la CMB (63), FIB (76) y OMB (88) para la pelea por el dinero de las apuestas y negocios comerciales; sólo se han registrado retrocesos y lesiones poco expuestas, además del deterioro físico y material de quienes lo practican.

 

Argentina tiene en su historial más de 40 campeones mundiales en todas las categorías. Hay que tomarse el tiempo de repasar vida y obra de cada uno de ellos luego de alcanzar la cima y la gloria y el posterior letargo.

 

A ello hay que sumarle hoy la modalidad del “todo vale” al enfrentarse en una jaula de redes a pegarle a un adversario hasta provocar su rendición, utilizando casi todos los elementos a su alcance, mixturando artes marciales y boxeo.

 

En Colorado, Estados Unidos, se creó una empresa privada denominada UFC (Ultimate Fighting Championship) en 1993 que, televisión mediante, recorre el mundo mostrando las demoliciones de los oponentes como ritual del viejo Coliseo Romano.

 

Hace pocas semanas una pelea de mujeres determinó un triunfo de alguien que dio 230 golpes a su rival, que solo pudo asestar 3 veces a la ganadora. ¿Exceso o festival pago?

 

Este vale todo pareciera seguir creciendo a la par de las cuentas de la cadena Fox y sus repetidoras, sin que nadie atine a impedir su crecimiento.

 

Seguramente aparecerán quienes legítimamente consideran a estas disciplinas un deporte y, siendo mayores de edad, nada impide que lo practiquen con los controles fundamentales.

 

Hasta ahí es valedero. Todos decidimos nuestro destino por elección.

 

La cuestión es cuando la disparidad que genera el dinero incentiva a los atletas a involucrarse en el negocio como parte central de lo que se ve, pero absolutamente minoritario desde las cuentas.

 

Más aún cuando es el Estado (a través de áreas de deportes o loterías) es quien auspicia con aportes de fondos, estas competencias.

 

Si para muestra basta un ejemplo, un ejemplo arriba del ring del múltiple campeón de 42 años, el chubutense Omar Narváez declaró hace unos meses “le debo plata a mi representante”, con todos los logros obtenidos.

 

Sólo para que pensemos el destino de nuestros pibes, ¿tiene sentido facilitar e incentivar estas actividades? Sería interesante abrir el debate.

 

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