02 de Junio de 2019
deportes |

Catanguito, campeón de Esquel

Texto de Calaverita Mateos dedicado a Omar Kovacevich, quien no participará del Rally en Esquel.

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Los pueblos paren a sus héroes, del mismo modo que también los ignoran, pero la historia, la verdad, la lucha por los sueños, vuelven a abrazar a quienes han nacido para dejar marcada una huella en el barro de la historia, que a veces empantana, pero otras, construye.

 

Así es el caso de Catanguito, como lo bautizaron sus amigos en el sur, cuando escuchaban las anécdotas de su Docta natal; salir de la escuela corriendo, metiendo el guardapolvo en la mochila, para colarse en talleres mecánicos y observar el trabajo de los “overolados” con grasa en las manos; o recortar fotos de autos de carrera, especialmente de rally, de las revistas que llegaban a su casa o que rescataba en comercios o casa de sus amigos, para luego empapelar su humilde cuarto. 

 

Catanguito llegó un buen día a la Patagonia, sin haber abandonado su pasión por las cuatro ruedas, un poco por necesidad, otro tanto por su amor hacia los autos, fue changueando trabajos de un lugar a otro, cada vez con mejores resultados, siempre con mucho esfuerzo y dedicación, para juntar esas monedas que iban a la alcancía de sus sueños, correr en auto, picar por los escarpados y hostiles caminos de “piedregullo” y serrucho bravo de estas tierras. 

 

Es así, que la providencia para algunos, la causa y efecto para otros, lo colocó un buen día en el asiento de un canchero auto de rally, como esos que solía pegar en la pared de su cuarto de niño. Aquel momento, Catanguito, se sintió no aferrado al volante de un auto, sino al mando de una nave espacial como las que veía, también de pequeño, con sus amigos, en la televisión, en las tardes de café con leche con pan y manteca mientras los rayos de Galáctica o Robotech explotaban desde la pantalla.

 

Arrancó el motor de sus anhelos, visualizó el camino donde sus huesos y vida querían llegar y, arando la tierra de los obstáculos, puso primera a fondo y comenzó a volar los primeros circuitos provinciales, regionales, hasta llegar poner el lomo, la chapa y las cubiertas de un auto esponsoreado en las pistas donde sólo llegaban los maestros del rally, sin abandonar e incluso, me animo a decir, a echarle cada vez más nafta a su humildad, al culto a la amistad y a la buena jeta ante el infortunio. Y así, casi tan rápido como el scalectrix que vio alguna vez, vidriera de por medio como frontera, en un comercio de Córdoba y que no pudo llegar con sus ahorros de changas de pibe, Catanguito fue cosechando títulos como grosellas para el dulce de la abuela, uno tras uno, hasta coronarse campeón argentino.

 

Algunos, tal vez los conformistas, se conforman con estar en lo más alto del podio, pero Catanguito era un distinto, de esos que entienden la felicidad personal sólo cuando la felicidad es también la de la comunidad. Entonces, el campeón del sur sumó a sus tareas, labor y tiempo hacia su deporte, los remos para ir en contra de la corriente y lograr que, tamaño espectáculo deportivo como el rally, llegara hasta nuestro Pueblo, para que las barriadas, los vecinos todos y más aún, las familias más postergadas, tengan la misma oportunidad de disfrutar que aquellos que rascando el bolsillo se pueden pagar pasajes, estadía y más aún en cualquier rally en cualquier parte del mundo. Fue así que Esquel, años atrás, se vistió de fiesta, abrazando y dejándose abrazar, por el rugido de los motores, las coliadas en el ripio, las destrezas en los caminos envueltos en un paisaje increíble, mientras el mundo ponía los ojos en Esquel, unos para confirmar la belleza de nuestra tierra, otros, los que no conocían, para sorprenderse y empezar a colocar este lugar en su agenda vacacional.

 

Luego de unos años, se consigue que el rally vuelva nuevamente a Esquel, a desplegar su show, sus autos embanderados, sus pilotos aguerridos, es decir, la fiesta de los fierreros y los que no, también. Pero algo se le olvidó a los organizadores, una cuestión se les pasó por alto, al parecer los celulares se quedaron sin carga, las lapiceras sin tinta y en las agendas de los funcionarios el nombre del campeón no apareció, el apellido de quien lograra con esfuerzo épico hacer de Esquel una sede del rally, no estaba en las mentes lucidas y agradecidas, contar con la presencia en la organización, en las pistas, el nombre de Catanguito. Así se agradecen los gestos nobles y se brinda reconocimiento a quienes fueron gestores y pioneros en nuestro lugar.

 

Aunque cuenta la leyenda, que la vida florece en magia en los sentimientos de los Pueblos que no olvidan, y una mañana de sol, domingo de otoño, Trabajadores y Trabajadoras de un barrio popular, juntaron a los mecánicos de allí para empezar a armar un auto con las partes de otros autos sin uso, al tanto que Artistas de Esquel, enterados del noble gesto del barrio, se acercaron con sus herramientas artísticas para sumarse a embellecer el proyecto y, acto seguido, comerciantes que habían sido testigos del esfuerzo de Catanguito por coronarse campeón y compartir su pasión en estos lares, también subieron al barrio para aportar dinero y elementos para contribuir al armado del trofeo y reconocimiento al corredor sureño. Todo estaba listo, el barrio había parido un auto maravilloso, loco, único en el mundo, como digno de una película de fantasía, pero no podía arrancar y fue ahí, justo ahí, cuando las madres originarias, las custodias del saber ancestral, aportaron su sabiduría, y en dialogo mudo con los elementos de la naturaleza, lograron que, casi como un cuento de hadas, un Manque que volaba el Nahuel Pan, más un Choike que entró corriendo por el lado de la ruta ingreso a nuestra ciudad, corrieran hasta el taller, mientras el viento de la meseta sumó su rugido dándole voz al motor del invento barrial y la mismísima agua de la vertiente camino a la Hoya, salió mágicamente en serpentino vuelo hasta aquel caserío al costado de Esquel para ingresar en el tanque del invento de los vecinos, ante el asombro y el la emoción de los presentes. Un grupo de piches y peludos robustos empujaron el coche mágico por la calle 25 de mayo, paseando por el centro, ante el aplauso y la lagrima de la mayor parte de los vecinos, hasta llegar a la casa de Catanguito, quien salió a recibir y abrazarse con su gente, la gente de su querido Pueblo, a la vez que un niño, con lo mocos bordeando los labios y una pelota pulpo bajo su zapatilla gastada por los goles de potrero, le entregó una llave hecha por el viejo carpintero de Esquel, con madera de arrayán y alerce milenario de la antigüedad, una llave que dio encendido al motor del carro, con ruedas de un catango macho de los Carreros del Río Percey y de repente, Catanguito, aferrado a un volante de algas de las profundas y misteriosas aguas del Futalaufquen, sintió que el auto mágico despegaba del suelo, se elevaba lentamente y el motor sonaba a puma en celos, miró hacia el cerro la Torta y empezó a volar por unos senderos imaginarios en el cielo, mientras los chimangos y los ñancos los seguían en fila, el sol lo saludaba y las nubes le amortiguaban las coliadas ante las cercanías de los cerros.

 

Ese domingo, Catanguito obtuvo el mejor premio de su vida, el corazón y reconocimiento de su Pueblo, el que no lo olvida, el Pueblo que es agradecido con los suyos.

 

– Fin –

 

Mauro Calaverita Mateos (www.calaveralma.com.ar)

 

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