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11 de Diciembre de 2022
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Rocío Paleari

Creo que maté un cactus

Una nueva entrega sobre las distintas formas que puede tener el  amor o desamor.

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Creo que maté a un cactus. No sé como, pero ayer estaba erguido en su macetita y hoy solo es una pila de espinas. Tal vez fue porque al volver del supermercado dejé el tapabocas muy cerca suyo. Aunque pensándolo bien, no creo que haya sido el tapabocas. Tiene un estampado de flores naranjas, es un estampado alegre para los tiempos que corren. No sé qué tanto pude haber hecho para matar un cactus. Solo le dí todo mi amor. Lo regué, lo fui cambiando de ventanas para que siempre tuviera luz, lo fertilicé, le presté atención. Bah, tampoco estoy segura de haber cometido el crimen. En fin, mejor me pongo a preparar el almuerzo. Lavar la lechuga, rallar la zanahoria, hervir los huevos, no, mejor abro una lata de atún, si hago un churrasco se me va a llenar la casa de olor. Mejor dejo el cactus arriba de la heladera, así lo tengo relojeado. Por las dudas, le voy a poner unas gotitas más de agua. No sé, tal vez estos días no son tan difíciles después de todo. La cuarentena en cualquier momento afloja. ¿Cuánto más nos van a tener encerrados? ¿Toda una vida? Mi cactus, pobre, desde que estoy en casa se enfermó. Capaz se enfermó él para que no me enferme yo. ¿Será que lo que necesita es una nueva maceta? Tal vez una más grande, dónde sus raíces puedan ir más profundo. Una maceta de concreto, alta, honda, decorada con mosaicos en color fucsia, así combina con el color de la hamaca del balcón. Les queda bonito el composé. Pero no sé, tal vez esté desabrida la ensalada. Sí, menos mal que la cuarentena me agarro sola. No puedo ni imaginarme una convivencia en esta situación. Él lo único que hubiera hecho es quejarse. Quejarse de que creo que maté a un cactus. Me diría que me hago drama por todo. Por todo me hago drama. Pero mi cactus nunca se queja, espera, paciente, erguido, a que todos los días le heche agua. Y cuando lo fertilizo, juraría que deja de ser una plantita para mover sus espinas en agradecimiento. Mi cactus no se queja como lo haría él. Que para qué cociné tanto pastel de papa. Sí, así se quejaría. ¿Pero esa no era su comida preferida?  Que para qué le acomodé los calzones del cajón, nunca entendió que era para que los encuentre con facilidad. Solo le estaba simplificando las cosas. Un día, así no más me dijo no sé… ¿Pero que no sé qué? Vos me das risa, dijo el desgraciado. Mi cactus no se rié de mí, le gusta que le heche aguita y que cuando hay mucho sol lo ponga a la sombra. Lo paseo de por la casa, del balcón al living, del linving al comedor, y de ahí, para el cuarto. Mi cactus en su macetita color verde agua siempre está conmigo. Me quedé con ganas de decirle… ¿Qué te pensas? ¿Qué tengo monos en la cara? Pero no… solo me hice la superada. Está bien, si no querés que te rompa los huevos, no te los rompo. Así que le dije, ah, si, puede ser. Yo ya me iba. No, mentira. Me reí, y le dije: ¿Qué? Y entonces él me dijo: No sé, no sé si quiero tanto lío. Y entonces yo entendí. “Sí, es cierto, vos sos un lío bárbaro”, le dije. Y me reí. Y entonces, me colgué mi mochilita con pines peronistas y me fui a trabajar. Al rato me llegaron sus fotos al whatsapp. No entiendo, yo soy un lío, él no sabe lo que quiere, y me manda unas fotos de las pizzas que está amasando para cenar. Pff, yo las hubiera hecho mejor. Le respondí con un emoji de panadero. Él me clavó el visto. Y ahí me di cuenta de las ganas que tenía de llorar. Y lloré. ¿De verdad no podía hacerse un tiempo para responderme? Yo siempre estoy pendiente de él, al pie del cañón, cuando sé de antemano que me va a necesitar. Nunca hizo falta que lo diga. Y lloré. Y te puteé. Y dije que él fue. Pero él no fue nada. Y mi cactus, mi cactus pobrecito, se debe haber enfermado por eso, por la angustia que yo tenía. Me acuerdo que ese día llegué a casa, había olorcito a pan casero, la mesa estaba puesta, la cerveza se enfriaba en la heladera. Regué a mi pequeña plantita con espinas. La moví del balcón al comedor. Y ahí la furia brotó. Él había querido besarme, pero yo no podía aceptar eso. Un beso de morondanga. Lo primero que hice fue tirar todos sus calzones del cajón. Y entonces le dije que si así acomodados le gustaban. Todos desparramados en el piso. Y él dijo algo, creo que que te pasa loca. Entonces entendí, y ahí me puse loca de verdad. Lo siguiente que hice fue descolgar todas sus camisas. Y desabotonarlas, yo las colgaba así después de plancharlas para que no se le arrugaran. Entonces, intentó frenarme, dijo que me calmara, que me esperaba para cenar, que me quería, que el tiempo que tenía era para mí, que no quería compartirlo con nadie más… pero yo no le creí, como le iba a creer si lo único que hacía era hablar por whatsapp en el grupo ese pulgoso que tiene con sus amigos. Y entonces me acordé del puto pastel de papas que le había cocinado la noche anterior, y fui, y lo busqué en la heladera, y lo revoleé por todo el puto departamento, y no paré de gritar hasta que se fue. Y entonces cené las pizzas caseras con mi cactus, y si, yo tenía razón, sus pizzas no eran tan buenas, yo las hubiera hecho mejor. Y casi que le convido a mi cactus con la cerveza, pero me pareció que regar a una plantita con cerveza no era una buena idea… Capaz el alcohol le hacía mal, así que solo le eche más agua. Después vino este bicho, y la cuarentena, y aproveché el tiempo en casa para armarle la mudanza, guardé toda su ropa en dos valijas, en una la de trabajo, en otra la de novio, doblé los calzones como a él gusta que los doble en el cajón. Menos mal que la cuarentena no me agarró conviviendo, porque te imaginas. Pobre mi cactus. Para mí que se enfermó por eso, por toda mi angustia, se enfermó para que no me enferme. Yo tenía una plantita erguida, y ahora solo tengo un puñado de espinas en una macetita verde agua de cerámica.

 

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