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02 de Abril de 2023
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Rocío Paleari

¿Cómo llegó al final de temporada?

Apuntes sobre una temporada en Andorra

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—¿Hasta qué hora está abierto esto?

 

—Hasta las nueve y media

 

—¿De la mañana? ¡Hostia!

 

—No… de la noche… —respondo. Tengo que respirar profundo y hacer un esfuerzo para no preguntarle si es tarado. Lo peor: ya sé la respuesta. No es tarado, está puesto y quiere fiesta.

 

Sigo atendiendo a la gente de la barra, me hago un poco la boluda para no tener que tomarle el pedido al que acaba de preguntar sobre el horario. A estás alturas de la temporada ya sé identificar a los clientes pesados… suelo dejarlos para el último.

 

—Dos Ron Cola, un Ginebra Limón, un Puerto de Indias Sprite, tres Red Label Cola… no perdón, sos cola y uno con naranja —pide a los gritos una chica del otro lado de la barra. No sé si es la que seguía, pero hay tanta gente hoy que se me hace imposible recordar quién estaba primero. Voy repasando la lista en mi cabeza. Son siete tragos en total. Pongo siete vasos con hielo. Dos con rodaja de naranja, uno con rodaja de limón, uno con rodaja de pomelo y el resto sin nada. Busco las botellas, empiezo a servir.

 

—ponme dos cañas —grita uno desde la punta de la barra. Lo ignoro. Sigo sirviendo el pedido.

 

—que me pongas dos cañas —vuelve a gritar.

 

—ya te las pongo —digo, dándome vuelta a mirarlo para que sepa que lo escuché. Cobro el pedido que acabo de servir. Saco las dos cañas. No llego a ponerlas en la barra que ya hay alguien más gritándome.

 

—ponme una ronda de chupitos… ¡que sean 12!

 

—¿de que los querés? —preguntó mientras termino de cobrar las cañas.

 

—dos de Jagger, cinco de Tequila Rosa, tres de Tequila normal y dos de Vodka.

 

Realmente los españoles tienen un talento para pedir rondas estrambóticas. Los cobro antes de servir porque ya tengo el Posnet en la mano. No sé cómo, pero los sirvo sin pifiarle a ninguno.

 

—ponte uno para ti —dice el gallego.

 

—te agradezco, pero no —respondo.

 

—peeeero que va… tomate un chupito —insiste.

 

—no, gracias —sonrió falsamente.

 

—Que te lo pago —sigue insistiendo.

 

—por políticas de la empresa no puedo tomar en la barra, pero podés dejar el dinero en la propina —respondo en piloto automático. No sé qué tan real es esto, simplemente es una respuesta que me inventé para no explicarles que llegué a la una del mediodía a abrir el restaurant, que a las cinco de la tarde me mandaron a la barra del after ski hasta las nueve y media de la noche, cortó una hora para cenar y bajo a la barra de la discoteca hasta las cinco de la mañana… si empiezo a hacer chupitos la quedo en el camino. ¿Puedo decir que no quiero trabajar tanto? Si, puedo. ¿Me conviene? No. Si agarro horas, gano más euros, corta la bocha.

 

—Gin amb Tónic si aus plau —me pide una chica en catalán. Por suerte, ya entiendo la mayoría de los pedidos… no sabría responderles, pero les entiendo.

 

No quiero mirar la hora, no quiero pensar en lo que me queda por trabajar, no quiero pensar en cómo voy a llegar al final de la temporada.

 

—mira —le dice la chica a su amiga y señala hacia el ventanal. Afuera empezó a caer la nieve, parece que por fin va a llegar la nieve, por fin va a llegar el paquetón, entonces… pienso que en dos días me toca el franco, y de repente, todo cobra sentido. Así es como voy a llegar al final de temporada: esquiando.

 

 

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