En mi ingreso a la Universidad Pública y a la carrera de Periodismo escribí una editorial de la que en su momento sentí gran orgullo, que decía básicamente que el “machismo” y el “feminismo” eran dos caras de la misma moneda.
Con algunos argumentos a todas luces falaces cerré mi editorial celebrando que todos pudiéramos ser felices y compañeros como solución mágica por lo ridículo de andar peleándonos entre géneros.
Entre ese texto y hoy pasaron innumerable cantidad de libros, de autores. Transité cientos de discusiones y espacios de formación en cuestiones de género. Atravesé en la Universidad muchos de los debates más acalorados propiciados por el propio Estado nacional y por suerte tuve siempre compañeros, pero sobre todo compañeras inteligentes que pudieron despertar en mí una consciencia acerca de la real complejidad del asunto.
Pero fundamentalmente, entre ese primer texto en 2009 y hoy, pasaron otras cosas absolutamente más dolorosas. Más de 2000 mujeres asesinadas. Más de una por día en lo que va de este 2017. Algunas asfixiadas, otras baleadas. Algunas por empalamiento, cuando el corazón deja de funcionar por el dolor.
Todavía tengo rasgos del patriarcado en el que, como todos, fui criado. Intento pelear contra ellos todos los días. Me cuesta en mi oficio de escritor adaptar mi lenguaje a los paradigmas de una escritura con perspectiva de género. Algo en mí se reúsa, aún comprendiendo al lenguaje como un territorio en disputa y una herramienta para cambiar el mundo, al uso de la “x” o la “e” para remplazar las vocales que hablan en masculino aquello que debiera incluir a todos y todas.
La muerte de Micaela me causó un dolor particular. Aun con la aparición de sus zapatos y a pesar de la pala en el baúl del asesino, interiormente estaba convencido de que iba a aparecer con vida. Su foto con la remera del dibujo de Liniers, de Enriqueta con puño en alto y un oso de peluche en la otra mano, símbolo de la lucha de las mujeres y de aquello que dijo el Che Guevara de que hay que endurecerse sin perder la ternura jamás, quedará como bandera para que la lucha contine.
De todas las causas nobles que existen, Micaela eligió la de luchar contra el machismo. Y el machismo la mató. Pero no por eso la venció. Y para muestra de eso sirve la inmediata presencia de las mujeres en las plazas del país, gritando ni una menos, bajo una lluvia torrencial.
Yo no sé si los hombres alguna vez aprenderemos algo tan sencillo como que a las mujeres no se les pega. Pero estoy seguro que las mujeres aprendieron a desnaturalizar la violencia, a organizarse y a luchar.
