Necesito el libro que te presté, el Repetto.
¿Tanto apuro? Hace una semana que me lo diste.
Sí. Mañana es la prueba.
Te lo llevo a tu casa por la tarde.
No, te acompaño y me lo das ahora. Nada de cuentos. Te conozco.
No. Quedate acá. Son dos cuadras. Esperame y te lo traigo.
El sol del mediodía cae sobre sus cabezas.
El Colorado corre, llega al portón de hierro de la casa, le saca el candado a la cadena, mirá que sos caprichosa, te dije que no vinieras, le dice a Estrella mientras levanta la cabeza y el flequillo deja al descubierto las cientos de pecas en la frente que para Estrella, son más lindas que sus ojos agua.
Estrella es su amiga desde que escuchó a la mamá decir, que el padre del Colorado lo hace trabajar, como un burro, en el campo. Eso fue hace dos años. Él siempre va a su casa, pero ella jamás pudo conocer la suya, está al fondo de un terreno cercado con chapas. Tampoco conoce a su madre.
Ni se te ocurra pasar. Me esperás acá, le dice, con una mirada que la asusta.
Mientras el Colorado se aleja por el pasillo, un olor a pescado muerto le revuelve el estómago. Espía por entre las tablas: hay tachos desparramados, chapas, hierros doblados, pedazos de caños, y a unos metros, debajo de una higuera, cree ver una mujer. Y a sus pies unos cuantos perros echados.
¿Te parecen horas de llegar?, le grita.
El Colorado no contesta.
¡No levantes los hombros! ¡Miráme! Tu padre ya se fue. Te necesita.
Lo sigo en la bici.
Sí, mucho lo sigo. ¡Besarnos los pies, eso tenés que hacer! Quien sabe por dónde andarías, sino te hubiésemos levantado de entre la mierda del río.
¡Ya voy, siempre voy!
¿Qué hace esa mocosa?
Tengo que devolverle un libro que me prestó.
Apurate, es la última vez. Ah, andá y decile a Pedro que te de dos paquetes de cigarros, rápido. Nada de demorarte.
El Colorado trae el libro apretado entre las manos, me lo devuelve. Te dije, que te quedaras afuera, me grita y me empuja hasta el portón.
Un paso de él, dos yo.
¿Escuchaste?
No.
Está enferma. No cuentes.
El Colorado corre, cruza la calle y se dirige al quiosco.
Estrella sujeta el libro y también corre pero, en dirección opuesta. La lengua se le pegó al paladar, la mandíbula le zapatea, aumenta el dolor que siente en la boca del estómago. Se detiene. Respira hondo y piensa en que debería regalarle la escopeta de su abuelo, la que el Colorado este año, tantas veces se la pidió.