04 de Noviembre de 2020
deportes |

“Una vez que lo hiciste, lo lindo es mirarlo desde abajo y decir… yo lo pude subir”

Carlos Escobar el domingo pudo subir el Cerro 21. Una cuenta pendiente que tenía desde hace años

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El límite solo lo pone la imaginación. Parece un chiste, pero es así. Tal vez uno no lo pueda lograr en el primer intento, pero habrá que revisar que pasó para intentarlo de vuelva, una y otra vez, hasta que salga, hasta subirlo, hasta escalarlo.

 

Pasa en el deporte, y en la vida misma. Uno puede hacer lo que quiera cuando la mente está en sintonía con el mundo. Claro que para subir una montaña primero hay que estar preparado físicamente, pero el límite lo marca el cerebro, lo marca la imaginación y supera límites.

 

A veces uno pueda flaquear, porque el cuerpo le dice “hasta acá llegué” pero el nitro o el tanque de reserva lo tiene uno en la mente y hay que activarla.

 

 

Carlos Escobar conquistó el domingo pasado el Cerro 21. Hace años que lo miraba desde abajo y siempre tenía la necesidad y la curiosidad de saber que se siente de estar allá arriba y mirarnos a todos “como pigmeos que somos, ante la inmensidad”.

 

Vaya a uno a saber cuál es el límite de Carlos Escobar; este pintor de 60 años que le falta una pierna y que disfruta del deporte y la naturaleza como “un nene con globo nuevo”.

 

Tenía una cuenta pendiente y el domingo se la cobró.

 

 

“El Cerro 21 siempre lo tenía pendiente. Desde hace muchos años que tenía ganas de subirlo y el sábado pasado me llama Elsa Millanecul y me dice “¿vamos al 21 mañana?” y al principio dije, “bueno, voy hasta donde llego, como para conocer el lugar, sabiendo que no era fácil”, así empezó su alocución Carlos Escobar, el hombre sin límite, un campeón de la vida, como pocos (o como muchos, que habrá que conocer).

 

“Y lo subimos despacito, tranqui. Nos fuimos a las 8 de la mañana y la expedición la hice en 9 horas, porque es muy trabado, muy técnico. Almorzamos arriba, tranquilo, yo disfruto mucho del paisaje”.

 

Carlos se caratula como una persona terca y porfiada, pero también es agradecido a Dios y a la vida, que todos los días le da la posibilidad de hacer algo, sin límites.

 

 

“Yo pensé al día siguiente que no me podía ni levantar, pero todo lo contrario, esas caminatas te llenan el alma y tiene mucho de físico, pero también mucho de cabeza”.

 

Una persona medianamente preparada, puede hacer la expedición en cinco horas, tres de subida y dos de bajada, en tanto Carlos lo pudo hacer en nueve horas. Sabiendo sus limitaciones físicas, pero sabiendo además su fortaleza mental.

 

“Hay una parte donde lo tuve que bajar sentado porque hay muchas piedras sueltas y no me quería caer y lastimar la única pierna que tengo”.

 

 

El cerro 21 es parte de la escenografía de Esquel. En muchas de las casas, cuando se abren las cortinas, se puede apreciar por la ventana lo gigantesco de esa muralla.

 

“El cerro se hace respetar, cuando querés subirlo. Es muy brava la subida. La montaña te pide comida a la mitad del trayecto, es muy técnica y para bajarlo tuve que hacer más fuerza porque tengo que frenar, hay muchas piedras sueltas y no quería caerme”.

 

 

“Te dijo la verdad, llegué a la “Curva de los Guanacos” con lo último que me quedaba, pero logré el objetivo que tenía pendiente desde hace muchos años. Ahora que lo hice, lo lindo es mirar el cerro desde abajo y decir… yo lo pude subir”.

 

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