09 de Mayo de 2018
opinion |
Bulín Fernández

Grande, genio, figura!

Una nueva entrega de la columna de opinión de Bulín Fernández

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Si se tienen que elegir sinónimos de elogios para aquellos que la sociedad convierte en “ídolos” en escaso tiempo, seguramente no alcanzaría esta columna para describirlos.

 

La sociedad en general y los jóvenes en particular, busca modelos o figuras a quienes seguir por lo que hacen o dicen, promovidos especialmente por un sin número de medios no sólo de comunicación sino de diferentes redes sociales.

 

El fenómeno de las redes, que rompe aquel viejo esquema de comunicación unidireccional que tenían los medios tradicionales de radio, diario y televisión; nos impone un mar de cuestiones y con ello dudas, especialmente a las generaciones mayores, que tenemos poco de navegantes y escasos recursos tecnológicos.

 

De igual forma llega a percibirse que la tendencia a venerar, a idolatrar o poner en un pedestal a quienes nos gusta por lo que hace, se mantiene.

 

Quizás esas situaciones hoy hasta tienen medida técnica que permite saber cuántos “seguidores” o adherentes tiene y que llegan a medirse en miles, cientos y millones según la actividad.

 

La pregunta es ¿Qué nos motiva a buscar un vínculo con un actor, una cantante, un deportista, una periodista o un político?

 

Posiblemente el conocer más de su vida, de sus cosas cotidianas, de sus pensamientos o expresarle ese nivel de adhesión que nos produce por su actividad.

 

Ahora bien, entonces viene otro cuestionamiento ¿no se corre el riesgo de avalar todo lo que esa persona haga o diga, de manera irracional o con un fanatismo tal que nos impida analizar con perspectiva crítica?

 

Creo que el haber visto en años crecer y caerse a los ídolos con base de barro, desde aquellos que atesorábamos un autógrafo o una foto de un póster en la pared, me permiten no repetir esa historia de avalar todo lo que aquel haga cuando nos iluminó o nos embeleso con una de sus actividades.

 

Hoy podría remarcar que verlo actuar a Oscar Martínez o Pablo Echarri; una dirección de Juan José Campanela o Pino Solanas; asistir a la premier de Héroes con el Diego del 86 o repasar los 32 títulos de Messi; escuchar a Juan Manuel Serrat o Cacho Castaña; leer a Juan Pablo Feinmann o Mario Vargas Llosa, como tantos otros ejemplos, casi no generaría debates de lo bueno que son o han sido en lo suyo.

 

Creo que la cuestión es esa idolatría que genera que todo lo que diga o haga es validado por esa capacidad especial para hacer su profesión. Son seres humanos y piensan y actúan según su parecer, que la gran mayoría desconocemos.

 

¿Tendrán nuestros hijos y las nuevas generaciones esa misma sensación? ¿Valorarán a sus modelos por una parte o por el todo?

 

En el cuestionamiento estará la propia respuesta. Es el deseo de que aprendan de nuestros errores y, bajo un pensamiento crítico, valoren lo que tenga sentido, desechen lo malo y emprendan rumbos por su propio análisis.

 

No existen seres perfectos, pero todos somos perfectibles. No consumamos “modelos completos” o súper héroes que todo lo pueden.

 

No importa si es en lo laboral, lo artístico, lo deportivo, lo cultural o lo político. La Democracia se los agradecerá.

 

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