Golpean la puerta. Mamá no conoce ese golpeteo, se asusta. Se acerca a la ventana, corre la cortina y apoya la cara en el vidrio.
Es doña Petrona, la mamá de Leonela. Entra, se sienta en el comedor y llora como los gatitos cuando los abandonan. Los lentes se le empañan y a cada rato se los seca, los limpia con su pañuelo hecho un bollo, no sé qué pasó, estaban tan ilusionados, dice y agrega, no quise saber.
Mamá tampoco se anima a preguntar, va y viene con el mate. Doña Petrona los toma, llora y repite la misma frase, no sé qué pasó, estaban…
Se para, camina hacia la puerta, me mira y me llama. Me corre el flequillo y me dice, Leonela te quiere como una hija. Le va a gustar verte. Me da un beso y se va.
Mamá se saca el delantal y se viste. Yo también me visto.
Papá llega, Leonela no está bien, pero Petrona, no pudo explicarme lo que le pasa, dice mamá.
Es el bebé, contesta papá.
Papá nos lleva hasta la clínica. Mamá y yo nos bajamos, me aprieta la mano y caminamos por el pasillo.
Respiro un olor igual a la rejilla que usa papá para limpiar, pero más hediondo y un silencio de muerte.
El esposo de Leonela está sentado en la sala, llora como un chico, me sienta sobre su pierna derecha, me hamaca, la bebita no está, se la llevó Dios, pero Leonela dice que la escucha llorar.
Y recuerdo cuando Leonela llegó a casa, ¡estoy embarazada! Hacía años que buscaban un bebé y me hacía el cuento de la cigüeña y de París y yo sabía por mis amigas que no era así. Que los bebés son como semillas que crecen en la panza y para eso el hombre debe besar a la mujer y mis amigas también dicen que debe haber amor, sino la semilla no crece.
Leonela todos los días iba a casa a mirar la novela Muchacha italiana viene a casarse. Llegaba, se sentaba frente al televisor, tomaba café, comía torta, discutía, hablaba con los actores y moqueaba. La panza crecía, se la medíamos con el centímetro, y mamá anotaba en el cuaderno de costura. Tenía nombre, Valeria si era nena, Juan Francisco si era varón. Los nombres de los personajes de la novela.
El esposo de Leonela mira a mamá, entren, nos dice.
Leonela nos mira y sonríe, ¡Francesca qué linda sorpresa! Andá, saluda a Valeria, va a estar muy contenta de conocerte.
Camino hasta el moisés. Es de mimbre como mi silloncito, tiene vuelos de lino y ribetes de puntilla de los que sale un olor a rosas. Mamá los coció y se los regaló. Me agarro del borde, me paro en puntas de pie, levanto la cabeza.
Está vacío, pero no digo nada.