25 de Marzo de 2020
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Jorge Oriola

"El temor a la peste": La columna de Jorge Oriola

La columna del Historiador

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Coronavirus, Covid19… No es la primera peste y quizás, lamentablemente, no sea la última. Las reacciones sociales, las nuestras, individuales o familiares, guardan similitudes y diferencias con pestes anteriores. Una estrategia de investigación y aprendizaje que nos brindan la Historia y las Ciencias Sociales en general: buscar las comparaciones antagónicas y de semejanza, las continuidades y las rupturas.

 

Veamos. Numerosas pestes fueron registradas a través de la Historia, en especial en Europa; algunas, en América, anteriores a Colón, se las supone; otras, desde 1492 en adelante, se las importó, aunque una, la sífilis, aún se la discute como de origen americano contagiada a los europeos y, según otras perspectivas, exactamente a la inversa. En eso trabajan forenses, arqueólogos e historiadores mientras tengan presupuesto para esas “curiosidades”, como llaman a la investigación los dueños de las tijeras que siempre perjudican a la ciencia.

 

Los historiadores clásicos habían registrado una antigua plaga o peste que diezmó las poblaciones griegas varios siglos antes de Cristo, matando decenas de miles de personas. Decían que llegaba de África. Pudo tratarse de tifus. 

 

Italia también lo sufrió. En Roma, siglos más tarde que en Grecia, una peste muy similar a la denominada “bubónica” en sus efectos visibles dejó un tendal de miles y miles de muertos por toda Italia, incluso hacia el Norte. Durante el imperio cristiano de Justiniano, otra peste asoló a las poblaciones y los historiadores le obsequiaron el nombre del emperador. Medio millón de personas habrían muerto merced a esta plaga que bien pudo haber sido viruela o el cólera. Dijeron que había llegado de Egipto.

 

La peor de todas en la Historia: la peste negra del siglo XIV. Habría llegado de India o China, viajó en cuerpos infectados de marineros y luego a través de los puertos en los que les permitieron bajar. Donde les prohibieron atracar durante cuarenta días, por el temor lógico del contagio fatal, la peste fue transmitida por ejércitos y comerciantes de caravanas. Pudo ser la obra de una bacteria que anidaba en ratones y a la vez por insectos que se habrían contagiado de ratas enfermas. No eran épocas de higiene. Las ratas viajaban en los barcos y eran las primeras en intentar huir ante un naufragio, como siempre. La gente arrojaba sus residuos por las ventanas y las calles eran absolutamente nauseabundas. No había desarrollo de la medicina y los culpados por la peste fueron, en muchas ciudades, los judíos, cuándo no, sometidos entonces a nuevas persecutas y atrocidades. Los cuerpos enfermos se hinchaban y llenaban de gangrenas y bubones, los que al abrirse, desbordaban de pus y hediondez. La peste se llevó dos tercios de la población europea calculada entonces, es decir, unos 50 millones de personas muertas.

 

La “peste negra” estimuló al escritor italiano Giovanni Boccaccio a escribir su gran libro: “Decameron”. En plena peste, un grupo de diez jóvenes, siete mujeres y tres hombres, huyen de Florencia diezmada y se refugian un tiempo en una villa rural abandonada y cuentan en total cien narraciones sobre diversos temas. Boccaccio escribió el “Decameron” alrededor de 1350, poco tiempo después de la peste. Interesante la estrategia: se fugaron de la ciudad y se aislaron para no morir y divertirse con relatos variados.

 

Además de la sífilis, cuyo origen se debate, la viruela en particular diezmó a gran parte de la población indígena en América. Transmitida por los conquistadores y migrantes pobres durante la etapa de colonización posterior. En un siglo y unos pocos años, la población americana autóctona fue drásticamente reducida en varios millones de habitantes: guerra, esclavitud y trabajos forzados, enfermedades nuevas y la viruela, que a su vez, hacía estragos en Europa hasta que, finalizando el siglo XVIII, el médico rural y poeta Eduardo Jenner estudió y aplicó las primeras dosis experimentales de la protovacuna.

 

Otras pestes recorrieron el mundo durante siglos, hasta que investigadores como Pasteur primero y Fleming más tarde dieron vuelta radicalmente el panorama de la ciencia médica. El cólera, de origen asiático, causó en Europa alrededor de 350.000 muertes; sólo en Inglaterra fueron poco más de 30.000 en apenas veinte años durante el siglo XIX. Se transmitió luego a otros continentes a partir del siglo XX. El escorbuto era propio de los viajes de ultramar y miles de cuerpos fueron arrojados de los barcos en viajes transoceánicos durante siglos, hasta que se supo, en la mitad del XVIII, que la principal prevención en los viajes contra ese mal eran frutas y verduras frescas. La fiebre amarilla también fue circulada por europeos en América, en especial durante los meses de mayor calor. 

 

En Argentina, más precisamente en Buenos Aires, la peor epidemia de fiebre amarilla se dio durante la presidencia de Sarmiento. Falta de higiene urbana, zanjones repletos de basura, agua para beber de pozos contaminados y el calor estival favorecieron su expansión. Las muertes y el miedo impulsaron a los vecinos ricos a huir a las áreas entonces alejadas de la zona entre Retiro y San Telmo; hicieron sus nuevas casas y mansiones en Belgrano y las viejas casonas coloniales fueron ocupadas por gente pobre, luego por inmigrantes también pobres. En una ciudad de casi 200.000 habitantes la fiebre amarilla se llevó cerca de 14.000; muchísimos de ellos, niños; casi todos muy pobres, hacinados en conventillos y barracas.

 

Ya en el siglo XX, la poliomielitis fue el terror de los padres porque en general afectaba a los niños, hasta que primero Salk y luego Sabin generaron las vacunas y nos quitaron de encima ese flagelo. No obstante, la polio es una enfermedad vieja, varios milenios de existencia. La malaria, también denominada paludismo, sigue matando gente hoy especialmente en África; se calcula que por lo menos medio millón de afectados al año, aunque desapareció en Europa por la aplicación del diclorodifeniltricloroetano, insecticida elaborado en los finales del siglo XIX, más conocido como DDT. Y la “peste rosa”, el virus de la “inmunodeficiencia humana”, HIV, enfermedad bautizada en 1982, al año del primer caso, como SIDA.

 

La gran diferencia la produjo la ciencia y la investigación, en sus diversas modalidades de desarrollo; en laboratorios particulares, apadrinados a veces por mecenas o las cortes, en otras en centros de investigación con apoyo de gobiernos, o la decidida actuación del estado a partir del siglo XX en muchos países. La ciencia nos permitió saber más de las pestes, su origen, el crecimiento, por qué y cómo atacaba, las tasas de mortalidad y los modos de prevenirlas con o sin vacunas. Desoír a la ciencia, como ocurre con este movimiento actual tipo “new age” llamado “antivacunas” es facilitar la llegada de muertes o afecciones graves sin necesidad y permitiendo el regreso de males que ya estaban anulados o muy combatidos como es el caso del sarampión.

 

Sin embargo, las nuevas tecnologías aplicadas en la agroganadería, el uso de tóxicos en las extractivas, la contaminación de las aguas, los pesticidas en los cultivos, el descuido general de gran parte de la población en ciertos riesgos, todos esos factores van en contra. La ciencia no es infalible sino en estado permanente de trabajo investigativo. Lamentablemente, muchos científicos trabajan para desarrollar nuevos experimentos con objetivos políticos. No es abonar teorías conspirativas, pero a diferencia de las pestes de las edades antigua y media, hoy algunas pueden derivar de creaciones sofisticadas en laboratorios de grandes potencias. ¿Será el caso del “coronavirus” actual que nos ataca como pandemia, tal como se dudó del SIDA en la década del ’80? La guerra bacteriológica existe, sin dudas, y la guerra por el dominio de los recursos naturales también.

 

En cuanto al fenómeno que hoy nos ocupa y preocupa, Italia y España son los países europeos hoy más comprometidos y con sistemas de salud tan debilitados que no llegan a soportar la gran demanda. Sólo en New York, EEUU, los casos registrados son miles en poco tiempo. Chile, con 18 millones de habitantes, lleva hoy registrados 750 casos. Argentina, con casi 45 millones, poco más de 368 a la fecha, lo que demuestra que se tomó el problema a tiempo y se van dando los pasos acorde con la celeridad de la crisis y se van equipando los hospitales esperando un brote mayor en breve. No es broma.

 

Las reacciones de mucha gente también ayudan a la expansión. En la edad media, la cuarentena, pero se culpaba a determinados grupos y se los perseguía cruelmente. Hoy esas reacciones insostenibles pasan por el racismo y la xenofobia. Antes se temía, y mucho, sea visto como castigo divino o como un simple azote sin tener respuesta; hoy muchos descreen de la necesidad del aislamiento y la higiene y se pasean como si no hubiese riesgos, no sólo de contraer el mal sino también de ser portadores; es decir, hay gente no se cuida ni cuida al otro, desoyendo sugerencias y decretos que buscan evitar la expansión del coronavirus.

 

Por eso recordaba hoy esa famosa poesía atribuida erróneamente al dramaturgo alemán Bertold Brecht. Ésa que dice más o menos así: “Primero se llevaron a los comunistas. Como yo no lo era no me importó…” y continúa con que se fueron llevando a otros: socialistas, judíos, sindicalistas, homosexuales, etc., “y como no lo era no me importó”. Finalmente, “hoy vinieron por mí, pero ya es tarde.” 

 

Jorge Oriola

 

Historiador

 

Esquel, Chubut

 

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