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30 de Julio de 2021
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La noche de los bastones largos: a 54 años del ataque que inició el éxodo de investigadores y científicos

El 29 de julio de 1966, la Policía de Juan Carlos Onganía irrumpió violentamente en la Facultad de Ciencias Exactas. Se cumplen 54 años del final de una época dorada de la universidad.

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Era viernes. Y todavía pagamos las consecuencias. Aquel día se frenó el desarrollo intelectual de la Argentina, se detuvo la investigación y la actividad científicas que habían alcanzado un grado de expansión extraordinaria, quedaron clausuradas todas las conquistas universitarias que regían desde la Reforma de 1918: autonomía, cogobierno y libertad de cátedra, se impulsó al exilio a la elite de investigadores, científicos y profesores, y se cargó con especial saña contra una Facultad, la de Ciencias Exactas, que acumulaba el mayor conocimiento científico de América Latina.

 

 

Todo pasó hace este miércoles 54 años, en un episodio que se conoció como “La noche de los bastones largos”, un acierto del periodista Julio Algañaraz, hoy corresponsal de este diario en Roma que, en el semanario “Primera Plana”, equiparó los hechos con la matanza de rivales políticos encarada en 1934 por las SS de Adolfo Hitler.

 

 

El 29 de julio de 1966 la Policía Federal, su Brigada de Infantería, armada de pistolas lanzagases y largos bastones de madera, entró a sangre y fuego a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, en Perú 222, que es hoy un solar desangelado de la Manzana de las Luces, pero que entonces era un faro del conocimiento continental.

 

 

La intención era expulsar a estudiantes y profesores que tenían tomada la facultad. El desalojo fue feroz, premeditado y alevoso. A gritos de “judíos de mierda” y “comunistas hijos de puta”, la Policía sembró de gases lacrimógenos el ámbito de la facultad; golpeó a sus autoridades y el decano de Ciencias Exactas, Rolando García, resultó con la cabeza rota y una fractura en su mano derecha; estudiantes y docentes fueron obligados a pasar por una doble fila de policías que apaleaban a los varones y manoseaban a las mujeres; el mobiliario fue destrozado, los archivos arrasados.

 

 

A más de medio siglo de aquella catástrofe cultural, más que el recuerdo de los hechos, ya que abundan las fotos del ataque policial que la dictadura ayudó a exhibir con orgullo, importan más la sinrazón que condujo a aquel desastre educativo y cuáles fueron sus consecuencias. Un mes y un día antes, el gobierno constitucional de Arturo Illia había sido derrocado por un golpe militar. Las Fuerzas Armadas llevaron a la presidencia al general Juan Carlos Onganía, convertido así en líder de una proclamada “Revolución Argentina” que aspiraba a instalarse en el poder por varias décadas.

 

 

El violento operativo policial de "La noche de los bastones largos".

 

 

 

Onganía era un general viscoso, silencioso, torvo, sin demasiado predicamento entre sus camaradas de armas: uno de sus iguales lo había definido como “un general de cuarto grado”. Se había rodeado de un grupo de civiles católicos integristas con veleidades dieciochescas, y de un grupo de militares, antiperonistas viscerales, que habían actuado en la Revolución Libertadora que en 1955 había derrocado a Juan Perón​. Entre ellos, los generales Francisco Imaz, ministro del Interior; Mario Fonseca, jefe de la Policía Federal, y Eduardo Señorans, al frente de la SIDE.

 

 

El general presidente pensaba que la universidad era un antro de comunistas, su séquito afirmaba que el conocimiento era poco menos que peligroso y, a un mes de la captura del poder, el régimen exhibía una larvada desconfianza hacia la ciencia, a la que atribuía capacidad “aniquilar la identidad cultural argentina”, y denunciaba una peligrosa, sobreestimación de la tecnología. El interventor en la UBA, Luis Botet, lo puso en claro con una frase tremenda de ocho palabras: “La autoridad está por encima de la ciencia”.

 

 

Por otro lado, la Universidad de Buenos Aires, y en especial Ciencias Exactas, vivía una época dorada: era el mundo opuesto al de la dictadura. En menos de diez años, a partir de 1957 y con Risieri Frondizi como rector, la universidad había lanzado campañas de alfabetización, fundado las carreras de Psicología y Sociología, el Instituto del Cálculo, el CONICET y la Editorial Universitaria EUDEBA, que llegó a editar once millones de libros a precios bajísimos que se podían comprar en los quioscos de diarios.

 

 

En Exactas funcionaba la primera computadora de la Argentina, llegada al país por gestión del profesor Manuel Sadosky. Era una Ferranti Mercury británica que costó 152.099 libras esterlinas y se instaló en el Pabellón I de la nueva Ciudad Universitaria de Nuñez. Era tan grande que hubo que romper una pared divisoria entre dos aulas para hacerle lugar. El 10 de marzo de 1996, el profesor Gregorio Klimovsky contó a un periodista de este diario la historia de Clementina: “Se llamaba así porque, al ponerse en marcha, sonaba 'Oh my Darling Clementine', una canción infantil estadounidense. La enorme computadora quedó instalada un viernes. El lunes, cuando los británicos la hicieron funcionar, en lugar de 'Oh, My Darling…' sonó 'El Choclo'. Los técnicos argentinos le habían cambiado el programa de inicio. Con esa universidad terminó Onganía”.

 

 

Eran dos mundos que estaban a punto de chocar. La UBA fue uno de los primeros focos de resistencia a la dictadura. Mientras las fuerzas políticas seguían la atinada sugerencia de Perón lanzada desde Madrid, “Hay que desensillar hasta que aclare”, docentes y estudiantes enfrentaron desde al inicio al gobierno militar.

 

 

La Guardia de Infantería participó del violento desalojo de la Facultad de Ciencias Exactas el 29 de julio de 1966.

 

 

 

Esos dos mundos a punto de chocar ya se habían visto las caras dos veces. En su discurso del 9 de Julio, sesquicentenario de la Independencia de Tucumán, Onganía había dicho: “No permitiremos que acosen a nuestra juventud extremismos de ninguna naturaleza (…)”. Y el rector de la UBA, Hilario Fernández Long, había contestado poco después: “Hacemos un llamado a los claustros universitarios en el sentido de que sigan defendiendo como hasta ahora la autonomía universitaria”. La segunda vez que aquellos dos mundos se vieron las caras fue pocos días después, cuando las fuerzas militares y policiales rendían homenaje al general Julio A. Roca en el monumento de Diagonal Sur, frente a la Facultad, y recibieron una lluvia de monedas lanzadas por los estudiantes.

 

 

Aquel 29 de julio, Onganía, que había clausurado el Congreso y prohibido a los partidos políticos, firmó el decreto 16.912 que intervenía la universidad, prohibía la actividad política en las facultades y anulaba el gobierno tripartito de graduados, docentes y alumnos. Los rectores debían resignarse a ser “delegados interventores” del Ministerio de Educación. Y tenían 48 horas para decidir: o aceptaban, o se iban. Profesores y alumnos ocuparon entonces las facultades de Arquitectura, Exactas, Filosofía y Letras, Ingeniería y Medicina en defensa de sus derechos: todas fueron desalojadas con violencia, pero en Exactas, el ensañamiento fue feroz. Era una orden.

 

 

Con los años, y con el testimonio de un protagonista de aquellos días, el científico Eduardo Scolnik, se conoció parte de la historia secreta de aquel día. Scolnik era amigo personal de Eduardo Señorans, hijo del general al frente de la SIDE de Onganía. Señorans, el militar, había andado codo a codo y en Entre Ríos con el general Pedro Eugenio Aramburu la madrugada previa al golpe contra Perón, en setiembre de 1955. Luego fue subsecretario de Guerra del gobierno provisional de Eduardo Lonardi. El golpe palaciego de Aramburu contra Lonardi lo había obligado al retiro y Onganía lo había rescatado en 1966 como funcionario público en un puesto clave.

 

 

Pero Eduardo Señorans, único hijo del general y conocido como Eduardito para diferenciarlo del general, era estudiante de Exactas y mantenía con su padre un duro y constante enfrentamiento. “Eduardito ya revistaba en las filas de la izquierda universitaria aunque como líbero, sin partido –recordó Scolnik a este diario en 2006–. La noche del 29 de julio Eduardito escucha a su padre hablar con Fonseca, el jefe de la Policía Federal. Eduardito me contó luego (ese día yo estaba enfermo y no había ido a la facultad) que su padre le dijo a Fonseca: 'Andá a la Facultad de Ciencias Exactas y matálos a palos'”.

 

 

 

El matemático Juan Carlos Merlos, con las secuelas de los golpes de la Policía.

 

 

 

Señorans hijo intentó avisar por teléfono a la facultad sobre lo que se avecinaba: la Policía iba a cargar contra la universidad. Pero quien lo atendió, no le creyó. El muchacho corrió entonces desde su casa, en Junín y Peña, hasta la Manzana de las Luces, pero la encontró ya rodeada por las fuerzas policiales.

 

 

El general Mario Fonseca, jefe de la Federal, encargó el ataque a la facultad al comisario Alberto Villar, otro cruzado de la represión. Scolnik y Señorans dejaron la facultad después de aquella noche. El hijo del militar murió en los años 80; el general, en 1993. Alberto Villar fue asesinado por Montoneros en 1974.

 

 

A “La Noche de los Bastones Largos”, le siguió un éxodo impresionante en la universidad argentina. Renunciaron los decanos de Filosofía y Letras, de Ciencias Exactas y Arquitectura. En Exactas, de sus 675 docentes, 330 dejaron sus cargos; 166 fueron contratados por universidades de América Latina; 94 por Estados Unidos, Canadá y Puerto Rico; y otros 41 marcharon a casas de estudio de Europa. Quedaron desmantelados los institutos de Biología Marina, Cálculo, Meteorología y Televisión Educativa, pionero en América Latina. En total, renunciaron 1.500 docentes: muchos siguieron sus carreras en el exterior.

 

 

Entre los exiliados figuraron el filósofo Risieri Frondizi; el epistemólogo, físico y meteorólogo Rolando García; el apaleado Decano de Exactas, el historiador Tulio Halperín Donghi; el epistemólogo Gregorio Klimovsky; la astrónoma Catherine Gattengno; la psiquiatra Telma Recca, que era experta en psicología evolutiva; la física atómica Mariana Weissmann y el profesor Manuel Sadovsky, aquel que había abierto las puertas del país a Clementina, la primera computadora.

 

 

La pobre Clementina también fue víctima de La Noche de los Bastones Largos: fue desmantelada en 1971.

 

 

La Facultad de Ciencias Exactas, el día después de "La noche de los bastones largos".

 

 

 

Una carta

Entre los profesores apaleados en “La Noche de los Bastones Largos”, estuvo Warren Ambrose, un prestigioso matemático del MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts) de 51 años, que era profesor invitado de la UBA.

 

 

Al día siguiente del ataque, escribió una carta a The New York Times para invitar a sus lectores a enviar “telegramas de protesta al presidente Onganía”. Allí describe:

 

“Entonces entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo primero que escuché fueron bombas que resultaron ser gases lacrimógenos. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde se nos hizo permanecer de pie, contra la pared, rodeados por soldados con pistolas, todos gritando brutalmente (evidentemente estimulados por lo que estaban haciendo -se diría que estaban emocionalmente preparados para ejercer violencia sobre nosotros-).

 

Luego, a los alaridos, nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de 10 pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles, y que nos pateaban rudamente, en cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Nos mantuvieron incluso a suficiente distancia uno del otro de modo que cada soldado pudiera golpear a cada uno de nosotros. Debo agregar que los soldados pegaron tan duramente como les era posible y yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo, y en donde pudieran alcanzarme”.

 

Ambrose murió en 1995, en París.

 

 

 

Los exiliados

Tulio Halperín Donghi

 

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​Uno de los más importantes historiadores argentinos. Formado en la UBA, fue abogado, profesor y doctor en Historia. En 1966 se exilió y fue profesor en las universidades de Berkeley y Harvard. Murió el 14 de noviembre de 2014, a los 88 años.

 

 

Rolando García

 

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El decano que transformó Ciencias Exactas. Fundador del Conicet y uno de los primeros investigadores del cambio climático global, sus efectos en los ecosistemas y en la producción de alimentos. En su exilio desarrolló con Jean Piaget la epistemología genética. Murió en México en 2012.

 

 

Manuel Sadosky

 

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Matemático, físico e informático. Quiso ser jugador de San Lorenzo, pero lo ganó la ciencia. Vicedecano de Exactas cuando “La Noche…”, se exilió en Uruguay. En los años 70 fue amenazado por las Tres A y se exilió en Venezuela y España. Fue secretario de Ciencia y Tecnología de Raúl Alfonsín. Murió en junio de 2005.

 

 

Mariana Weissmann

 

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Doctora en Física por la UBA, con un posgrado en el California Institute of Technology. Se exilió en 1966 y regresó al país en 1972. Su labor en física computacional sobre la formación del hielo abrió la posibilidad de “sembrar” las nubes para provocar lluvia. Fue la primera argentina en recibir el premio L’Oreal-UNESCO a Mujeres en Ciencia. Es premio Konex 2003 en Física.

 

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