Me siento a escribir está nota pensando en para quién escribo. No es que no tenga qué decir, sino que dependiendo de a quién se lo quiero decir, la forma que elijo. Como siempre le pregunto a mis alumnos: ¿Le hablas de la misma forma a tu novia que a tu mamá? ¿Le pedís permiso para salir de la misma forma a tu papá que a tu mamá? Nunca faltan las risas… y ahí remato: quiero creer que no le hablan a sus novias como a sus mamás.
Entonces: no puedo pensar lo que voy a escribir sin saber quién lo va a leer, pero… ¿Quién carajo está leyendo el diario el día de la final del mundial dónde juega Argentina?
Si pensamos que en la oración anterior ni siquiera fue necesario aclarar que es la final de la copa del campeonato mundial de fútbol, si entendemos que simplemente con decir la final, basta para que cualquier argentino o argentina comprenda de qué estamos hablando. Y hago especial hincapié en que estoy hablando de cualquiera, no solo de los fanáticos del fútbol, de los eruditos del balón pie, cualquiera es cualquiera. Cualquiera incluye a está escritora que no sabe lo que es un offside, que no conoce de memoria todos los apellidos del equipo, que puede llegar a confundirse a Otamendi con Di Maria, que no tiene muy en claro cuál es la remera oficial, que no compró ningún paquete de figus y que prácticamente llegó hasta estas fechas sin entender que es el VAR. No se trata de una cuestión de género: hay mujeres que saben mucho de fútbol, que lo viven, lo juegan, lo alientan, lo estudian… hay incluso mujeres que saben mucho más que muchos hombres -aunque a muchos les apene-, pero está escritora nunca despertó ningún interés en este deporte. Sin embargo, acá estoy escribiendo una nota, que se va a publicar el día de la final y que no sé quién va a leer. Escribo con la certeza de que va a pasar sin pena ni gloria, que nadie la va a leer, que nadie va a recordar mis palabras porque aunque no sé lo que es un offside si sé hacer lo que todos los argentinos sabemos hacer: gritar un gol.