Estamos destrozados. Son cerca de las seis de la tarde, en la vida anterior a la pandemia. Después de recorrer a pata Amsterdam desde los sexshop, la zona roja hasta los museos de arte contemporáneo, con mis hermanos nos sentamos a ranchar en una plaza. Sacamos el termo de la mochila, la yerbera, el mate y la bombilla. Cumplimos con todos los pasos del ritual: poner la yerba en el mate, sacudirlo para que se salga parte del polvo, poner un chorrito de agua fría, acomodar la bombilla -soy fundamentalista de poner la bombilla después del primer chorrito de agua- y finalmente cebar con agua caliente pero no hirviendo. Enseguida, una parejita se acerca.
—¿Argentinos? —pregunta él.
—¿Quieren un matecito? —digo
—Y uno te acepto…
aunque todos los argentinos y argentinas sabemos que nunca es un solo matecito. Que uno se hace otro, y otro se hace un “¿Cambio la yerba?” y que el cambio la yerba se convierte en un ¿Pongo otra pava?”.
Hay un ejercicio que uso muy frecuentemente cuando dictó talleres de escritura creativa. Me divierte pedirle a mis alumnos que se imaginen a un extraterrestre alunizando en el patio de su casa. En este primer contacto con el ser de otro planeta tienen que explicarle lo que es un mate. Por regla general, cuando doy una consigna de escritura no hay dos personas que escriban lo mismo. Sin embargo, cuando se trata del mate todos estamos de acuerdo en algo: “¿Querés unos mates?” es mucho más que una simple invitación a tomar una bebida caliente. “¿Querés unos mates?” es una llave maestra con la posibilidad de abrir mil puertas.
Son las tres palabras que más extraño de la vida pre-pandemia.
Porque antes del covid, un mate no se le negaba a nadie.
No había lugar ni horarios, un mate siempre era bienvenido.
El encuentro no es una Quilmes, el encuentro son esas tres palabras: ¿Querés un matecito?
La pava para tomar unos mates no se pone a calentar como cuando se prepara un té o un café. La pava para tomar unos mates se pone con la expectativa de algo más. Se pone con las ganas de chusmear con amigas, se pone con las ganas de charlar con mamá, se pone con el tiempo que me voy a regalar para pensar. Poner la pava para unos mates siempre significa un encuentro.
En muchos otros aspectos, la pandemia nos cambió las formas de encontrarnos. Por supuesto, el mate no quedó afuera: ¿Hace cuánto que no le ofreces un mate a alguien en una plaza? ¿Hace cuánto que no aceptas un mate sin pensarlo dos veces?
Aunque estemos vacunados, cancheros con el alcohol en gel y tengamos un master en hablar y respirar con tapabocas el bicho sigue dando vueltas… compartir el mate todavía va a tener que esperar, pero cómo extraño esas tres palabras: ¿Querés un matecito?