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17 de Marzo de 2024
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Cenizas en el paraíso, el después

Tras el devastador incendio que azotó al Parque Nacional Los Alerces, la familia Rosales del complejo Rincón del Sol emerge como un ejemplo de fortaleza y solidaridad en tiempos de adversidad.

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Por Lelia Castro

 

En los últimos 16 años, en el Parque Nacional Los Alerces han sido quemadas de manera intencional 17.326 has, lo que equivale a 9 veces el territorio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como para tomar dimensión del daño que se viene causando, sin ninguna persona imputada al respecto. Bosques nativos que tardarán más de 150 años en regenerarse, con especies vegetales de coihue, ciprés o lenga, que sólo se reproducen a través de las semillas que caen de los mismos árboles.

 

El 25 de enero pasado marcó el inicio de una pesadilla para Miguel Rosales y su familia, como también la de tantos otros pobladores de la zona. Lo que parecía estar lejos se acercó con una furia incontrolable, devorando todo a su paso. El fuego, avivado por el viento, las altas temperaturas y la sequía, arrasó con una naturaleza exuberante que la familia Rosales había aprendido a amar y respetar.

 

Desde el primer día del incendio, se prepararon para defender su hogar y su entorno. A pesar de la incertidumbre y el miedo, encontraron fuerzas en la solidaridad de amigos, vecinos y brigadistas que se unieron para combatir las llamas y proteger la zona.

 

"La sensación es algo angustiante lo que hoy sentimos, porque es como volver a empezar", expresó Miguel. El incendio no llegó hasta el complejo, pero el impacto en la región fue profundo. La temporada turística quedó arruinada y las pérdidas materiales fueron significativas. Sin embargo, la familia Rosales se aferra a la esperanza y al amor por su tierra para enfrentar el futuro con determinación.

 

“Volver a cuando empezamos a pensar en un proyecto turístico, cómo íbamos a empezar a manejarnos, porque la verdad que esto nos afectó bastante, no en estructuralmente porque el incendio hasta el Complejo no llegó, gracias al trabajo de todos, de los brigadistas, el Estado estuvo bastante presente. Todos evitaron que esto avance hacia las casas, hacia las poblaciones”.

 

La solidaridad y el trabajo incansable de brigadistas y voluntarios impidieron que la tragedia fuera aún mayor. No había mucho tiempo que perder, así que todos pusieron manos a la obra para ayudar a impedir que el fuego siguiese avanzando y destruyendo todo a su paso. En estos momentos es cuando uno ve quiénes están presentes. “La verdad que fue terrible y hermoso a la vez, porque uno ve el acompañamiento que tiene en los momentos difíciles y realmente no está solo, ahí sentís el apoyo de la gente, y el cariño, porque sino no lo harían”, reflexiona Miguel.

 

El boca en boca se fue desparramando: ayudemos, llevemos esto o aquello, horquillas, rastrillos, para poder hacer la faja y limpiar. Y así nos trajeron cosas y apareció gente, a veces no pensás quién puede llegar a aparecer en estos casos, y apareció gente que yo no veía hace mucho tiempo, y vinieron a ayudar, gente conocida de la familia, amigos, familia; vinieron muchos a darnos una mano, limpiando codo a codo con nosotros, sacando ramas cada vez que se cortaba algo”.

 

Si hoy se ve la zona alta del Cerro La Torta, puede notarse el trabajo incansable que hicieron quienes arriesgaron su vida por salvar los bosques y todo alrededor, allí se hicieron cortafuegos con la topadora, donde de un lado hay cenizas y desolación y del otro se mantiene el bosque nativo verde.

 

Para realizar estos trabajos vinieron brigadistas de todo el país, así como gente de Parques Nacionales, bomberos y muchísima gente más, como los “Guardianes” de Corcovado, quienes cuidaban que el fuego no quemase ninguna estructura. Fue mucho el movimiento que hubo en esos días, “el incendio duró un mes, de los cuáles 20 días estuvimos a full todos los días, lo que era turístico se convirtió en un comando de limpieza, de prevención, más que nada”, recuerda.

 

Si bien siempre barajaron la posibilidad de que un incendio podría afectarlos, nunca se imaginaron llegar a tener el fuego tan cerca, lo que les deja como aprendizaje empezar a trabajar antes en la prevención y los cuidados necesarios en su entorno, todas decisiones que toman como grupo familiar.

 

“Acá nos tocó estar juntos en una situación difícil, y estuvimos juntos, así como cuando estuvimos juntos para comer un asado, acá estuvimos juntos para defender el lugar, que con tantos años nuestros antepasados cuidaron tanto y tenían tanto amor por este lugar, la idea un poco es eso también: que nosotros tengamos el amor por el lugar que ellos tenían, y lo tenemos naturalmente, sea lo que sea lo vamos a enfrentar, venga lo que venga”.

 

El apoyo de la comunidad y la Fe fueron pilares fundamentales durante aquellos días difíciles. La presencia de la Virgen en el Cerro y la que les llevó Cáritas brindaron consuelo y fortaleza en momentos de incertidumbre, en ese momento se sintieron más tranquilos, sabiendo que habían hecho todo lo que estaba a su alcance y en el poder de sus manos y que ya no se podía hacer más nada.

 

Veíamos a los brigadistas que bajan agotados, mal y habían estado todo el día trabajando y el fuego seguía avanzando, el fuego va a ir por donde tenga que ir, nosotros podemos frenarlo un poco, decir hasta acá te puedo poner un granito de arena, hasta acá te podés quemar, y eso nosotros ya lo habíamos hecho. Pasó el tiempo, después vino la llovizna que apaciguó un poco también, así que ahí sentíamos el acompañamiento realmente, y tener Fe también tiene sus resultados”.

 

Así como temporadas anteriores estuvieron imposibilitados de trabajar debido a la floración de la caña colihue, que trae aparejado la invasión de roedores, esta vez no sólo no pudieron inaugurar el camping -que estaba previsto para febrero- sino que ya no podrán seguir manteniendo a los caballos con los que realizaban las cabalgatas, ya que no han quedado alambrados y los animales no tienen nada para comer.

 

Ahora, mientras enfrentan las secuelas del desastre, la familia Rosales se prepara para reconstruir y proteger su hogar. Con el dolor de ver el paisaje devastado, también surge el compromiso de cuidar y preservar la naturaleza para las futuras generaciones. “El ver el bosque quemado me produce mucha tristeza, ver el paisaje, más allá de la actividad que nosotros realizamos, que lo que ofrecemos acá es eso: vida en la naturaleza, ofrecemos aire puro, estar en contacto con mucha vegetación nativa, que eso tiene un valor muy grande, no en todos lados hay esto, tener vegetación nativa. Nosotros hasta ahora teníamos en el campo mucho de eso, lo cual mostrábamos y hoy ya no tenemos eso, es todo un blanco y negro donde no hay nada, no hay vida, no hay vida en el suelo ya”, afirma Miguel.

 

Las mujeres de la familia desempeñaron un papel fundamental, mostrando una valentía y dedicación extraordinarias. Entre cortafuegos y mate, comida y tortas fritas, demostraron que la unión familiar es el mayor refugio en tiempos difíciles.

 

En cuanto a las personas que realizan incendios intencionales, afirma que no sabes quién lo puede haber provocado, sin entender los motivos por los cuáles los realizan y provocan tanto daño a la naturaleza y a los pobladores del lugar, los invita a expresarse de otra forma para decir qué es lo que quieren lograr, porque no se logra entender.

 

¿Qué mensaje podemos dar? Que el que prende que no siga, que se manifieste de otra manera, que sea más claro, porque es como una adivinanza, no se puede saber qué es lo que quiere esa persona. Después tanto para los que vivimos acá o para los turistas que nos visitan, es el cuidado y el respeto a la naturaleza, usar los fogones, no hacer fuego en lugares que no están permitidos, no fumar, hay gente que no puede dejar de fumar y no podés entender cómo hay gente que va a la montaña y prende un cigarrillo, eso no lo tienen que hacer. Esto no fue por eso, estoy seguro que no fue un turista que apagó mal un fuego, con qué propósito no sé, pero a todos decirles que respeten a la naturaleza”.

 

Pero la tragedia también dejó lecciones. La importancia de la prevención y la necesidad de un mayor control por parte de las autoridades se vuelven evidentes, tanto de Parques Nacionales como de las autoridades federales, que haya más vigilancia y controles, sobre todo nocturnos, “debería haber más gente en terreno, no tanta gente en oficinas o muchos administrativos, debería haber más gente en terreno también en las noches”, recalca.

 

Miguel sueña con un futuro donde su familia y las generaciones venideras puedan seguir disfrutando de la belleza natural que tanto aman, así como ellos lo han podido hacer hasta antes del incendio.

 

Su deseo es simple pero poderoso: ver a su familia feliz y protegida en este lugar que han llamado hogar. Un sueño que, con determinación y amor por la tierra, seguirán persiguiendo a pesar de los desafíos que se les presenten.

 

Mi sueño es lo que estoy haciendo todos los días, mi sueño es ver a mi familia feliz y contenta en este lugar, en este lugar donde vino mi familia para quedarse. Mi sueño es que el día de mañana mis hijas estén acá, disfruten de esto, y por qué no mis nietos, y que sigan las generaciones ocupando este lugar y cuidándolo con amor, como uno lo hace”.

 

En estos momentos es cuando tomamos dimensión del paraíso en el que vivimos, el cual están destruyendo intencionalmente año tras año. Ya no volveremos a ver, por lo menos nosotros, las montañas tupidas por bosques verdes, gran parte del Parque ya se ha vuelto negro y gris, un panorama desolador de lo que el fuego dejó. Ese fuego que en cuestión de horas destruyó y consumió todo a su paso, bosques nativos legendarios que tardaron cientos de años en formarse.

 

Nosotros ya no volveremos a ver nuestros bosques como lo han sido hasta antes de los incendios, pero tenemos la esperanza de que estos sucesos dejen de ocurrir, se castiguen a los culpables y las próximas generaciones puedan disfrutar de la naturaleza como lo hemos hecho nosotros.

 

 

 

 

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