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20 de Abril de 2025
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Pablo Das Neves

El Conflicto entre Estados Unidos y China: Una Guerra Inevitable en un Sistema Sin Árbitros

En las últimas semanas, el enfrentamiento comercial entre Estados Unidos y China cruzó un límite que muchos aún intentan definir como una guerra de intereses, ideologías o estrategias electorales ante necesidades coyunturales.

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- Por Pablo Das Neves-

 

En las últimas semanas, el enfrentamiento comercial entre Estados Unidos y China cruzó un límite que muchos aún intentan definir como una guerra de intereses, ideologías o estrategias electorales ante necesidades coyunturales.

 

Pero desde la perspectiva del realismo estructural, lo que estamos viendo no es una anomalía, sino una expresión esperable y lógica de un sistema internacional regido por la anarquía y la búsqueda constante de seguridad relativa.

 

La reciente escalada de aranceles no es solo una política táctica ni un tema que se circunscriba a lo meramente economico. Es una señal de que el sistema internacional está corrigiendo un desequilibrio de poder, de la única forma que el realismo permite: mediante la competencia directa entre actores que no pueden confiar en nadie más que en sus propias capacidades e intereses.

 

Kenneth Waltz lo explicó con claridad: en ausencia de una autoridad supranacional efectiva, los Estados deben comportarse como si estuvieran solos y solo en base a sus propios intereses. Esta estructura obliga incluso a actores pacíficos o racionales a comportarse de manera conflictiva si no quieren perder su posición relativa.

 

La interdependencia entre China y US., celebrada durante décadas como un pilar de estabilidad global, no fue suficiente para impedir el conflicto. Porque en el fondo, el comercio no diluye el cálculo ni la lucha de poder: sólo la pospone.

 

Estados Unidos percibe, y no se equivoca, que el ascenso económico y tecnológico de China amenaza su posición estructural en el sistema. Y China, por su parte, ya no se limita a actuar como un "poder responsable" dentro del orden global, sino que busca un nuevo orden mundial, ampliando su esfera de influencia en Asia, África y América Latina.

 

Muchos atribuyen esta guerra a la figura dura e inflexible de Trump, o a un endurecimiento ideológico del Partido Comunista Chino. Pero la doctrina del neorrealismo advierte ese error: los líderes importan, sí, pero el comportamiento estatal está determinado por la posición estructural y por sus propios intereses, no por la voluntad de los individuos. Incluso un presidente moderado en US. enfrentaría los mismos dilemas: ¿Cómo aceptar pasivamente la consolidación de un rival que puede rivalizar militar, tecnológica y económicamente en tan solo 10 años? ¿Cómo mantener la hegemonía si se permite que un sistema de pagos alternativo en yuanes compita contra el dominio del dólar?

 

La transición hegemónica —como explicó Robert Gilpin— suele estar acompañada de conflicto. Porque cuando una potencia emergente como China crece dentro de un orden diseñado por la potencia dominante, en este caso US, eventualmente quiere modificar ese orden, y la potencia dominante buscará impedirlo.

 

Lo que hoy se presenta como un “desacoplamiento” (decoupling) comercial, financiero y tecnológico, es en realidad una respuesta racional al imperativo estructural de supervivencia. Estados Unidos no puede depender de su rival estratégico para suministros críticos (chips, tierras raras, baterías), y China no puede sostener su modelo de desarrollo si permanece subordinada a tecnologías o reglas impuestas por Occidente.

 

Ambos actores están ejecutando lo que Waltz llamaría una estrategia de autoayuda: maximizar su seguridad relativa, incluso a costa de eficiencia global o estabilidad económica. Esta conducta, lejos de ser irracional, es esperable en un sistema anárquico. No es que no quieran cooperar: es que no pueden permitirse confiar.

 

Estamos frente a una transformación estructural del sistema internacional. La guerra comercial es solo el síntoma más visible. Detrás, hay un proceso más profundo: la redistribución del poder global y la lucha por el liderazgo sistémico.

 

Desde la lógica del realismo estructural, no se trata de preguntarse si este conflicto es justo. Se trata de comprender que es probable, incluso inevitable, si las estructuras de poder continúan en mutación sin mecanismos efectivos de contención.

 

En este mundo sin árbitros, lo que está en juego no es solo el comercio o la tecnología, sino la arquitectura misma del orden global. Y como advierte la teoría neorrealista: cuando el poder cambia de manos, las reglas también.

 

 

 


 

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