Por: Salvador Carruda Reyes - Especial para Red43
En la doctrina peronista, la justicia social va de la mano de una economía fuerte. Juan Domingo Perón recalcaba que antes de poder distribuir la riqueza, era imprescindible crearla. Como él mismo afirmó, “la productividad es la estrella polar que debe guiarnos en todas las concepciones económicas” Es decir, producir más bienes y servicios era, para Perón, la guía fundamental para alcanzar el bienestar del pueblo. No se puede repartir lo que un país no ha generado; primero hay que construir una base de riqueza y luego garantizar su reparto equitativo. En palabras sencillas, sin producción no hay distribución justa.
Doctrina justicialista: producir para lograr justicia social
El peronismo entendió que el trabajo y la producción nacional son la fuente de la prosperidad colectiva. Perón promovió la idea de que el crecimiento económico y la mejora del nivel de vida debían avanzar juntos, pero con un orden lógico: primero crear riqueza, luego distribuirla. Por eso insistía ante los trabajadores en “la necesidad de producir, de aumentar el volumen de nuestra riqueza”, asegurándoles que después el gobierno se encargaría de la distribución justa de esos frutos. Su mensaje era claro: “Es necesario trabajar y, el que quiera riqueza, que la produzca, que trabaje”. En la visión peronista, el trabajo no solo dignifica al hombre, sino que crea los recursos que permiten luego elevar el salario, la vivienda, la educación y demás beneficios sociales para todos. La justicia social peronista –dar a cada argentino una vida digna– requiere una base productiva sólida que la sustente.
El segundo gobierno (1952–1955): producir para estabilizar y crecer
Durante su segundo mandato presidencial (1952-1955), Perón puso en práctica con fuerza esta idea de “producir antes de distribuir”. Tras los años iniciales de gran gasto social y mejoras salariales, a inicios de 1952 la economía argentina enfrentaba dificultades: se habían agotado reservas, hubo una fuerte sequía y aumentó la inflación, reduciendo el crecimiento y el poder adquisitivo. Perón reconoció la necesidad de un equilibrio y respondió con un giro estratégico en la política económica. Anunció un Plan de Emergencia Económica –enmarcado en el Segundo Plan Quinquenal– destinado a estabilizar la situación generando más riqueza antes de repartirla. En un mensaje al país en 1952 explicó que había que “consumir menos y producir más”, pidiendo sacrificios temporales para poder sanear la economía.
El gobierno peronista lanzó así un programa de austeridad y producción orientado a aumentar la oferta de bienes, controlar la inflación y sostener el modelo social. Las consignas económicas de Perón en esta etapa fueron muy claras y se difundieron por todo el país. En síntesis, se exhortaba a:
- Incrementar la producción: elevar la producción industrial y agropecuaria para generar más riqueza nacional.
- Austeridad en el consumo: evitar gastos superfluos; “quien gasta más de lo que gana es un insensato”, advertía la propaganda de la época.
- Fomento del ahorro: reservar parte de los ingresos para inversión y futuras mejoras, en vez de consumirlo todo inmediatamente.
- Mayor productividad: modernizar fábricas y campos, trabajar con más eficiencia y esfuerzo. Perón sostuvo que “el trabajo y el sacrificio, creadores de riqueza, son los factores decisivos de toda solución económica”.
- Más trabajo: elevar la participación laboral y la disciplina (por ejemplo, reduciendo el ausentismo) para incrementar la producción total.
- Sacrificios compartidos: tanto los obreros como los empresarios debían ceder algo en el corto plazo (congelamiento de salarios y precios, menor rentabilidad inmediata) para lograr la recuperación general.
Estas medidas demostraron el pragmatismo de Perón en pos de sus objetivos sociales. Por ejemplo, a partir de 1952 se congelaron por dos años los salarios y los precios básicos, atando futuros aumentos salariales a las ganancias de productividad. Al mismo tiempo, el Estado redujo gastos y subsidios, concentrando el crédito en apoyar la producción. El propio Perón admitía que era un "año de sacrificio", pero necesario para salvar las conquistas populares a largo plazo. Los resultados pronto le dieron la razón: gracias a la mayor producción y control del gasto, la inflación que rondaba el 40% anual en 1952 bajó a apenas 4% en 1953-1954, y la economía volvió a crecer más de un 6%. Es decir, se generó nueva riqueza y se recuperó la estabilidad, lo que permitió luego continuar mejorando las condiciones de vida sin descalabros. Perón había logrado recrear la base material sobre la que apoyaba su programa de justicia social.
Otro pilar del segundo plan de Perón fue impulsar grandes proyectos productivos para fortalecer estructuralmente la economía argentina. Durante 1953 se puso en marcha el Segundo Plan Quinquenal, orientado a desarrollar la industria pesada (siderurgia, metalurgia, automotriz, química), la producción de energía, la mecanización del agro, la minería, el transporte y las comunicaciones. Este énfasis en inversiones de largo plazo buscaba que el país tuviera una base industrial sólida, capaz de sostener un alto empleo y la sustitución de importaciones. Por ejemplo, se aceleró la construcción de la planta siderúrgica Somisa para proveer acero nacional, se creó Gas del Estado para explotar gas natural, y se sancionó la Ley de Inversiones Extranjeras 14.222/52 para atraer capital y tecnología donde hiciera falta. Todas estas acciones muestran a un Perón concentrado en acrecentar la riqueza nacional mediante fábricas, energía y materias primas propias, asegurando así recursos para financiar el progreso social.
Equilibrio entre producción y distribución para un modelo nacional sostenible
Perón comprendía que solo equilibrando producción y distribución podría sostenerse a largo plazo el modelo nacional justicialista. Su meta era una Argentina “socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”, y la economía productiva era el cimiento de esa visión. En 1955, redobló su apuesta por conciliar crecimiento económico con bienestar social convocando al Congreso Nacional de la Productividad y Bienestar Social. En este inédito foro –realizado en marzo de 1955– participaron representantes de los trabajadores (CGT) y de los empresarios (CGE), con el objetivo de pactar mecanismos para mejorar la productividad sin detrimento del nivel de vida de los asalariados. Perón promovía así un acuerdo social donde capital y trabajo unieran fuerzas: modernizar la producción, reducir el ausentismo, incrementar la eficiencia y, a cambio, aumentar los salarios mediante incentivos ligados a mayores rindes y bajar los precios mediante costos más bajos. En el cierre de aquel Congreso, Perón señaló la creación de una Comisión Permanente de Productividad como “una de las decisiones más trascendentes... ha de ser una bandera permanente para el Gobierno de la Nación”. Esto refleja cómo institucionalizó la idea de que la productividad (generación de riqueza) y la distribución (bienestar social) debían marchar juntas como bandera de su gobierno.
En definitiva, desde la óptica peronista no hay justicia social duradera sin desarrollo económico. Perón intentó enseñar que el bienestar del pueblo se financia con el esfuerzo productivo de la nación. Primero hay que hacer crecer la “torta” económica para luego repartir porciones más generosas a cada argentino. Su segundo mandato ejemplificó esta filosofía: aplicó políticas para crear riqueza –aun a costa de sacrificios temporales– con la convicción de que luego podría distribuirla equitativamente, consolidando un país más justo. El mensaje peronista al público general era (y sigue siendo) doctrinario pero accesible: la justicia social no se alcanza por decreto, sino trabajando, produciendo e integrando a todos en los frutos del progreso. Solo con una base productiva sólida se puede sostener en el tiempo la distribución de los beneficios y la felicidad del pueblo, tal como lo entendió Juan D. Perón en la construcción de su modelo nacional.