Mamá, papá… ¡Vinieron! Vinieron, yo sabía que iban a venir.
Los padres corren, se paran al lado de su hija y los tres están en el centro de una gran corona circular, grande, muy grande.
Nunca vi algo así. No tiene olor, ni una pizca de olor a quemado, ni a grasa de auto, parece pintada, perfecta, dice el padre arrancando unas hebritas que observa en la palma de la mano.
El padre clava los ojos en la madre y la hija. Camina alrededor de la corona circular, en un sentido y en otro. La mamá permanece con el rostro blanco y la mirada perdida en el cielo.
Inesita, escuchá bien. Nadie tiene que saber de esto, ¿entendiste? Es un secreto.
El padre pasa la mano por las hojas del naranjo, las observa, las huele, hace lo mismo con las de la lima, después el laurel, sigue con el gallinero. Todo está en orden, concluye.
La madre cierra los postigos, corre las cortinas, da dos vueltas de llave a la puerta, el padre cierra los portones que dan a la calle.
Los tres están sentados en la mesa del comedor y desde la ventana miran el patio hasta que se hace de noche. El padre decide no ir al boliche a tomar unos vinos y jugar al truco, como lo hace todos los días.
Inesita debe irse a dormir, no se negocia el descanso. El año pasado la operaron del corazón y este año necesita una segunda intervención. Desde el cuarto espía a sus padres y cuando los ve desparramados en el sillón, dormidos, sale al patio.
Una luz potente la encandila, y no sabe cómo llega hasta la corona circular iluminada como una vuelta al mundo. Otras luces con los colores del arco iris despegan sus pies del piso. Después trota y tampoco sabe cómo lo hace, lo que sí siente es una energía que no experimentaba desde hacía mucho tiempo. El corazón le zapatea como nunca, las piernas no se le aflojan. Ríe, y empieza a correr cada vez más fuerte, hasta que cae. Se despierta en su cuarto. No sabe cómo llegó a su cama.
A la mañana cuando se despierta y va a la cocina siente que no se agita como le pasa desde que se enfermó pero no dice nada. Ella sabe bien lo que pasó. Va y viene de la escuela, despacio como le enseñaron para no quedarse sin aire, aunque sabe que ahora podría ir y venir corriendo. Cuando está sola hace todo tipo de piruetas para cansarse. El corazón es ahora un reloj que apenas se acelera en los saltos más altos.
Llega el día de los exámenes para la intervención, análisis de sangre, ecografías. Inesita mira a los doctores que revisan una y otra vez las pruebas, llaman a otros médicos, repiten los estudios. Los padres preguntan pero nadie les contesta. Inesita no dice nada, ella sabe lo que pasó.
El jefe del equipo que la trata desde que tiene dos años se acerca a los padres, está sudado y despeinado. Tartamudea, no sabemos qué pasó, el cambio de válvula ya no es necesario.
Los padres lo abrazan, abrazan a Inesita. Un milagro, dice la madre, gracias doctor.
En la casa brindan con parientes y vecinos. Inesita espera que todos se vayan a dormir. Sale al patio. Todavía queda una sombra negra donde se depositó la corona. Se sienta en el medio. Mira el cielo. Sabe que ahí están. Que la cuidan y que va a llegar el día en que se volverán a encontrar.
Marisa Gomez