La efeméride, instaurada en 1972 durante la histórica Conferencia de Estocolmo, tiene como objetivo sensibilizar a gobiernos, empresas y ciudadanos sobre el impacto de nuestras decisiones de consumo, producción y descarte.
Según datos recientes de la ONU, cada año se generan más de 400 millones de toneladas de plástico, de las cuales cerca de la mitad se utilizan una sola vez. Solo un 10% de ese material se recicla, mientras que más de 11 millones de toneladas terminan en mares y ríos. El resto se fragmenta en partículas microscópicas que se han vuelto casi omnipresentes: se hallan en alimentos, agua potable y hasta en el aire que respiramos.
Uno de los símbolos más visibles de esta crisis es la llamada “isla de basura” del Pacífico Norte, una enorme concentración de residuos plásticos que se extiende entre las costas de América del Norte y Japón. Lejos de tratarse de una isla sólida, este fenómeno constituye una dispersa “sopa” de microplásticos que altera los ecosistemas marinos y dificulta su limpieza.
Frente a este escenario, la ONU insiste en la necesidad de un cambio estructural que implique repensar nuestros hábitos. Algunas acciones sencillas pueden marcar una diferencia:
- Reciclado doméstico: Separar residuos en origen según tipo (plástico, vidrio, papel, orgánico) y acercarlos a centros especializados.
- Movilidad consciente: Priorizar caminatas, bicicletas o transporte público en lugar del auto particular.
- Reutilización: Elegir productos duraderos y evitar descartables.
- Moda circular: Evitar el consumo impulsivo y optar por prendas de segunda mano o ferias vintage.
- Eficiencia energética: Apagar luces innecesarias, reparar pérdidas de agua, y desconectar electrodomésticos que no estén en uso.
El mensaje es claro: no se trata solo de acciones individuales, sino de una transformación colectiva. Por eso, la campaña de la ONU de este año llama a gobiernos, industrias y organizaciones a adoptar prácticas responsables que generen un cambio sistémico.
R.G.