A un costado de la ruta a Cholila, frente a la escuela nº 75 hay una casona casi en ruinas, la que tal vez sea convertida en Museo Histórico. Es la mítica Escuela nº 17, la escuela del maestro Vicente Calderón, en el paraje El Blanco. El día que la visité quise encontrar voces, risas de niños pobres, pupitres rústicos alineados, un pizarrón. Y creí ver la figura de un maestro, esbelto, formal y serio, con bigote de época, observando detenidamente los cuadernos de sus alumnos pequeños. Esa escuela hizo historia porque fue la primera de la zona, a principios del siglo XX. Ese maestro hizo historia, no sólo porque enseñaba en ese paraje casi fronterizo, región de agricultores y crianceros, muchos de ellos chilenos, y de bandoleros norteamericanos escondidos en sus nombres falsos, famosos por sus fechorías, inmortalizados por una película hollywoodense que no contó ese fragmento de historia patagónica en la vida de los mafiosos. Pero no quiero hablar de ellos, quiero escribir acerca de la vida de Vicente Calderón, la que pudo haber terminado allí, en ese paraje.
Vicente Calderón, riojano de nacimiento, había llegado a Chubut en 1899 y trabajaba en Gaiman. Comisionado por el gobierno, llegó al valle de Cholila en 1905, buscando un sitio donde levantar una escuela. Solicitó rápidamente auxilio a los pobladores, y en apenas seis meses inauguraba la Escuela Nº 17; para ello eligió una fecha patria, el 25 de mayo, cuando las clases habitualmente cerraban ante la llegada del invierno. Para el período lectivo siguiente la escuela ya existía. Sin embargo, el monstruo acechaba. Una empresa de tierras, ligada también a la industria de la madera, desde Chile, trataba de apoderarse de unas veinticinco leguas, todo el valle de Cholila hasta la región de El Bolsón. Según sus propias memorias, Calderón descubrió una maniobra de la compañía: no sólo tramaba la propiedad de la tierra, sino que la jurisdicción fuese chilena, pese a que en 1902 se habían fijado los límites entre ambos países y ese valle estaba en suelo argentino. Por sus denuncias, Calderón arriesgó su vida.
Años atrás, el perito Francisco Pascasio Moreno había recorrido la zona como miembro de la Comisión de Límites Argentino-Chilenos. El gobierno nacional, como reconocimiento a su labor, le había donado una gran extensión de tierra, pero esas veinticinco leguas estaban en manos del influyente Florencio Martínez de Hoz, acaudalado empresario ganadero y terrateniente, heredero de los fundadores de la Sociedad Rural y ancestro directo del tristemente célebre ministro de la última dictadura en la Argentina. Los mismos intereses, la misma felonía, igual prosapia. Este miembro de la oligarquía había vendido la tierra a la compañía chilena Cochamó, obteniendo así un buen negocio sin importarle las posibles consecuencias. Según indicios, tomados por Calderón como pruebas seguras, la empresa avanzaría por el valle adquiriendo lotes, ocupando tierras fiscales, y por qué no, planificando una intromisión ilegal del país trasandino en la Argentina.
Enterado de esta situación, el gobernador Julio Lezana fue a la zona y posteriormente escribió a Buenos Aires extendiendo el avance de la compañía a todos los pobladores chilenos que, a su entender, constituían una amenaza. Según expresaba Luis Feldman Josin en su trabajo dedicado a Calderón, Lezana había escrito: “Son núcleos cerrados a toda influencia argentina y la cercanía de su tierra hacen que se consideren como en un rincón de su propia patria, mirando el suelo como su propio feudo, sujetos únicamente a la soberanía de su nación.” Además acusaba a la empresa de tener aceitados vínculos con su gobierno y ser capaz de iniciar un litigio fronterizo. Sin embargo, más allá de xenofobias y antipatías hacia los pobladores chilenos en general, acertaba en un punto: la extensión del dominio de su capital y actividades económicas le quitaría al gobierno argentino la posibilidad concreta de levantar edificios públicos, repartir o vender lotes a nuevos pobladores autorizados y asentar su propia soberanía en esos parajes. Decía: “Chile crea pueblos en sus valles y busca nuestros campos para estancias.” Aconsejaba no entregar dominios ni títulos a las compañías chilenas sino en puntos alejados de las fronteras. El gobierno tomó cartas en el tema y anuló la venta de Martínez de Hoz a la Cochamó.
Según Feldman Josin, que trabajó con las memorias a él entregadas por Calderón, en marzo de 1908 éste pide al comisario Juan Bonansea, nombrado por Lezana en su viaje a Cholila, que fuese a Rawson para alertar sobre nuevos intentos de la Cochamó. En las cercanía de Telsen, Bonansea es asesinado, sin que se descubran autores ni motivos del crimen; al menos éstos últimos pueden ser sospechados.
Sin embargo, investigando el caso en el Archivo General de la Nación, encontré una nota del gobernador Lezana al Ministro del Interior informando de la renuncia del comisario inspector Horacio Santa María y su propuesta para que Calderón ocupe ese cargo. Dice que “…reúne las condiciones necesarias para desempeñar cumplidamente las obligaciones que el cargo le imponen, es argentino y tiene su residencia en Cholila, en donde deberá tener asiento la Inspección, es conocedor de asquellos parajes y de las gentes que lo habitan. Posee también título de Profesor Nacional de Escuelas y ha observado siempre una ejemplar conducta.” Dicha carta es del 30 de abril de 1908. En los archivos figura una nota con la copia del decreto firmado por el presidente Figueroa Alcorta en el cual se acepta la renuncia de Santa María y se designa a Calderón.
Según otros documentos que figuran en ese expediente, en julio Calderón reclamaba sueldos adeudados de mayo y junio, recibiendo por contestación que en Contaduría general se desconocía su nombramiento. En octubre, a través de una conceptuosa nota dirigida a Lezana, el maestro renunciaba a su cargo de comisario inspector “…por motivos que V.E. conoce por habérselos explicado personalmente.” El gobernador eleva nota aceptando esos términos y proponiendo al vecino Daniel Harrington, nombrado por el presidente por un decreto del mes de noviembre de ese mismo año de 1908. Extrañamente, Feldman Josin no menciona este nombramiento fugaz como comisario-inspector de Lezana a Calderón.
¿Qué había sucedido? ¿Cuáles eran los motivos que Calderón había explicado personalmente al gobernador? La respuesta es seguramente el intento de asesinato que pudo devenir en tragedia. Terminadas las clases el 31 de mayo, el maestro-comisario se hallaba en Laguna del Mosquito. Era la noche del 3 de junio y lo visitaron repentinamente dos agentes de policía. Sentados junto al fogón, comenzaron a conversar; uno de ellos, llamado Antonio Batilana, imprevistamente salió de la cocina y a través de los palos a pique de la pared precaria hizo fuego sobre su cabeza, hiriéndolo en el cuello. Según relató el mismo Calderón a Feldman Josin, bañado en sangre, se desplomó en la cocina. Los agentes trataron de arrojarlo a las aguas del lago pero no consiguieron arrastrarlo tantos metros, dada la corpulencia del maestro, y creyéndolo muerto, lo abandonaron bajo la fría noche de invierno. Luego mataron al peón del maestro que llegaba al lugar, y se dieron a la fuga. La soledad de esos parajes y sus cargos les brindaban total impunidad.
Calderón reaccionó y con las pocas fuerzas que tenía llegó a la casa de un vecino, Sixto Gerez, quien no sólo ayudó a detener la hemorragia sino que además le proporcionó un caballo. Herido, casi desfalleciente, dolorido pero a la vez humillado, seriamente ofendido, el maestro cruzó la zona nevada y en siete horas, ya de mañana, llegaba a Esquel para efectuar la denuncia. Allí fue curado por el médico del Territorio, Hércules Musacchio, primer médico en Esquel, que casualmente llegaba ese día desde Rawson. Después fue alojado por la familia Morelli.
¿Qué fue de los agentes Batilana y Ayala, autores del atentado, y del comisario Cejas, su directo responsable? Fueron condenados a la prisión de Ushuaia, en el confín del mundo, donde iban los presos más peligrosos, violadores, asesinos seriales como “el petizo orejudo” o justicieros anarquistas, como Simón Radowitzki, quien había matado al Coronel Ramón Falcón en Buenos Aires. Sin embargo es probable que los autores intelectuales hayan sido los empresarios de la Cochamó.
¿Qué fue del maestro Calderón? Finalmente, después de ejercer en Nahuelpan pudo regresar a Cholila, por cinco años más. En 1917 fue designado Inspector de Escuelas en Esquel, cargo en el que se desempeñó durante diez años. En marzo de 1927 le llegó la jubilación; terco, empeñoso, amante de Cholila, se dirigió a la zona para vivir en un lote cercano al lago El Mosquito. Allí construyó su casa, aún en pie, a cargo de su hijo, conocida como Casa de Piedra. Vivió allí con su familia: la esposa, oriunda de Gaiman, Elena Pugh, sus siete hijos. En viaje hacia el Norte, afectado del corazón, murió en Ingeniero Jacobacci el 13 de mayo de 1948. Sus restos fueron homenajeados en Cholila por numerosas delegaciones de escuelas y docentes, vecinos y banderas. Durante el Primer Plan Quinquenal, edificio nuevo, hoy en pie y bellísimo… En 1955 la Escuela nº 17 pasó a llamarse “Vicente Calderón”.
Más allá de la exaltación del patriotismo y otras cualidades de protagonistas de la Patagonia que han logrado el merecido reconocimiento por su trabajo y dedicación, como es el caso del maestro Calderón, atributos que muchas veces han sido usados de modo exagerado por nacionalismos cerrados, sin duda el suceso narrado es singular. Solitario, apoyado por autoridades lejanas, sin más armas que su presencia activa y sus denuncias, Vicente Calderón alertó sobre una red de negociados y maniobras de una compañía extranjera que avanzaba sobre tierras fiscales amenazando cuestiones de soberanía y explotando a connacionales y argentinos. Una vez más los poderosos ganaban terreno, apelando a las peores argucias para obtener sus réditos. Se enfrentaron a un inesperado David.