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09 de Octubre de 2021
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Rocío Paleari

Trabajo Sexual, en primera persona

¿Estás trabajando, mi amor? Historias de trabajadoras y trabajadores sexuales.

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Hace once años, una chica trans, de más de un metro setenta, caminaba por Av. Santa Fe. Un auto de alta gama se frenó y le preguntó: “¿Estás trabajando, mi amor?”.

 

La morocha de pelo corto, enfundada en una minifalda color rojo, regresaba a la pensión en la que vivía luego de festejar, sola, el año nuevo.

 

Estela, que si tuviera que ser encasillada en una categoría de web porno podría considerarse una MILF, tenía otro trabajo. Miró el coche, un auto con el ni siquiera podía soñar comprarse. Sin dudar se acercó a la ventanilla. Respondió que sí y fijó un precio. Años después se enteraría que era una locura lo que pidió por el trabajo.

 

La mujer, que nunca antes se había prostituido, terminó brindando con el mejor champagne por el año nuevo, sentada en un sillón de cuero en el living de un Penthouse de Av. Quintana. “Ese primer cliente era una excelente persona”, recuerda sobre la noche en la que su vocación daría un giro de 360 grados.

 

A partir de ahí comenzó a venderse en la calle. Hoy, con una economía más establecida, arregla los encuentros con sus clientes por whatsapp y los atiende en su departamento.

 

Cuándo Estela me abre las puertas de su casa me recibe con un caluroso beso y me dice: “que chica tan osada, eso es poder, y eso me gusta”, nos conocimos porque accedió a darme una entrevista para un documental sobre el trabajo sexual. Su departamento está repleto de ropa, pelucas, consoladores y cuadros eróticos. En las paredes tiene escrito a mano la palabra Zorra y todos sus sinónimos, y en un lugar central reza: acá si no se paga, no se coge.

 

“Esa noche, con ese cliente, que me trató tan bien, me dí cuenta que había tenido sexo con cada irrespetuoso. Con el tiempo me fui dando cuenta que los clientes siempre me trataron mucho mejor que aquellos con los que había tenido sexo gratis. Ahora no mantengo relaciones si no me pagan, por ahí, si es algún cliente de siempre,le cobro barato, pero aunque sea algo simbólico me tiene que dejar, sino no lo hago”, cuenta Estela.

 

Larry trabajaba como empleado atendiendo al público en un local comercial cuando empezó a prostituirse. Estaba en negro, era mitad de mes y todavía no le habían pagado el sueldo. Necesitaba conseguir la guita para llegar a fin de mes. Se metió en una aplicación donde los gays buscan encuentros sexuales, y arregló con un hombre veinte años mayor para encontrarse a cambio de que le pagara lo que valía su alquiler. “Guillermo se llamaba, un hombre encantador, que me preparó la cena, me pagó, y bueno, nada, después cogimos”.

 

Tres años después de ese primer encuentro, Larry se dedica full time al trabajo sexual. Principalmente ofrece su servicio en apps y grupos de homosexuales, pero ahora también atiende a mujeres. “En proporción, tengo más clientes hombres, pero hay algunas mujeres, cada vez más. Me gusta hacerles precio promocional, porque ellas tienen más tabúes a la hora de contratar el servicio”, agrega Larry.

 

Cherry atendía el teléfono en un call center. Estaba harta de que la gente la maltratara sin siquiera conocerla. Un día llamó a la oficina y dijo que estaba enferma. Se quedó en su casa maratoneando la serie Desperates Housewives. En uno de los capítulos, una de las protagonistas se divorcia y se va a vivir a una casa donde las chicas usaban ropa de mucama sexy y eran observadas vía webcam. A Cherry le despertó la curiosidad y se puso a googlear.

 

Hoy trabaja ofreciendo sus servicios a clientes de todo el mundo que la encuentran a través de plataformas como livejazmin.com. Muchas veces tiene que hablar en inglés, y recibe el pago en dólares a través de Paypal.

 

Algunos chats permiten que ella vea a los clientes, otros no. “Para los clientes estas plataformas son como un netflix. Ellos entran, ven fotos o videos cortos de nosotras, y eligen si ponen o no la tarjeta de crédito. Una vez que ingresan al chat, los clientes te van pidiendo que hagas distintas cosas”. Cherry suele camear sola, pero a veces se suma a la pantalla su novia.

 

 

Georgina tenía miedo de lo que pudiera llegar a pensar su mamá cuando se enterara. Había pasado por varios trabajos precarizados y ninguno le daba el tiempo ni el dinero suficiente para poder criar a su hijo.

 

Fue trabajando como empleada doméstica cuando se enteró de este trabajo. Su jefa era trabajadora sexual.

 

Georgina dice: “no creo que el trabajo sexual me haya empoderado, sino que yo me empoderé como mujer, y me convertí en una madre empoderada, en una militante empoderada, y en una trabajadora sexual empoderada”.

 

Hoy, varios años después, y con una comprometida militancia, no solo lo sabe toda su familia, con la que sigue comiendo asado todos los domingos, sino también las profesoras y mamis del colegio de su hijo.

 

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