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20 de Marzo de 2022
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Rocío Paleari

¿De qué escribo cuando no puedo escribir?

Muchas veces me pasa que no encuentro la forma de decir lo que tengo para decir. Me pasa en mi profesión y me pasa en mi vida personal también. Entonces, me siento una impostora.

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Bloqueo. Empiezo está nota con un bloqueo. En realidad, no sé si la empiezo así. Últimamente tengo muchas cosas en la cabeza, muchas cosas en las que pensar y -spoiler alert- acabo de atravesar una situación que me está obligando a crecer.

 

 

Digo que no sé si la empiezo así, porque llevo toda la semana intentando escribir la nota del domingo. Primero iba a ser una nota sobre aquella vez que me enamoré de alguien menor… “Me comí un pebete”, fue el título que elegí. Pero, solo llegué a titularla, porque al reconstruir la escena de los besos me trabé. Y ya no pude salir de ahí. Reformulé el principio, quise contar cómo me sentí cuando se lo conté a mis amigas. De vuelta, me bloqueé. Decidí que no era una nota viable, que era un tema que a nadie le importaba.

 

 

Al otro día intenté volver a empezar. Charlando con mis amigas se me había caído la idea del millón: escribir sobre mi primer amor. Tipeé los dos primeros párrafos en cuestión de segundos. Narré a un príncipe azul de telenovela de Disney, así lo veía yo con mis ojos de adolescentes, conté cómo nos buscamos a la salida del colegio… hasta que me di cuenta que es una historia que no tiene nada de sexo. Y me bloqueé… Sin sexo, no se vende. Intenté pilotearla contando como me hervía la sangre sus besos… pero, nada. Las palabras entraron en huelga y no me quedó otra que aceptar el bloqueo. Esta vez no llegué ni a ponerle un título.

 

 

Sí, se supone que soy escritora. Sin embargo, no sé todo. Muchas veces me pasa que no encuentro la forma de decir lo que tengo para decir. No debo ser a la única persona que le pasa esto. Me pasa en mi profesión y me pasa en mi vida personal también. Entonces, me siento una impostora. Cuando no sé como cerrar la nota sobre mi primer amor, me siento mal conmigo misma, me convenzo de que soy una chanta que solo aprieta botoncitos en la computadora. Que cualquiera podría hacer lo que hago yo. Cuando no puedo continuar hablando sobre un amor bastante más joven que yo, me enojo.

 

 

Revoleo un cuaderno. Tiró una lapicera al piso. Grito. Apago la computadora. Me olvidó del tema sin olvidarme del tema. Es lo primero que aprendes cuando empezas a escribir. A ignorar lo que te pasa, lo que tenés que hacer, la fecha de entrega de la nota, el cierre de edición de la revista, el mail que te mando la editora para que entregues el manuscrito de tu libro. Lo haces, porque sabes que no hay forma de apurar el proceso. Que si lo apuras se te queman los papeles, que lo que hagas no va a estar tan bueno. Aprendes a convivir con el hecho de que el trabajo nunca va a estar hecho. Lo acepto, lo abrazo y me pongo a ver Netflix cuando sé que tendría que estar trabajando. Salgo a caminar. Vuelvo. Me preparo un té. Ahora se me pasó el enojo. Pero, tampoco quiero sentarme a escribir.

 

 

Me va a llevar tres días lograr empezar a escribir. Lo voy a hacer con la fecha de entrega pisándome la nuca. Si quiero cobrar, no me queda otra que escribir. Sé que el bloqueo tiene que ver con lo que tengo en la cabeza. Me preparo un té de tilo y me siento en la computadora. Salé toda la nota de un tirón. Escribo sobre eso que me pasa. La leo. La edito. Y decido no publicarla. Lo que está ahí es demasiado íntimo -como todo lo que escribo desde que escribo- pero todavía lo siento a flor de piel. No estoy lista para contarlo. La mayoría de las personas piensa que el talento de los escritores reside en trabajar con la palabra. No mi cielo: el verdadero talento de los escritores es el de permitirse sentir, porque ahí, es cuando podemos sentarnos a escribir y descubrir qué es lo que llevamos dentro. Guardo el archivo en una carpeta. Y ahora sí, puedo ponerme a escribir la nota para este domingo. Lo puedo hacer porque ahora sé lo que llevo adentro mío.

 

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