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23 de Abril de 2022
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Rocío Paleari

Temporada de Hibernación

Una historia sobre cómo paso los otoños.

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Desde la ventana de mi escritorio veo las hojas amarillas de los árboles caerse. Siempre fui alérgica a las hojas y pólenes de está época, pero contra todo pronóstico el otoño es mi temporada favorita. Amo ver los álamos convertirse en tótems dorados. Amo sentir los primeros fríos que te calan los huesos. Amo salir y jugar a que soy chica y saltar charcos.

 

En otoño me gusta quedarme en casa, encontrarme conmigo después de estar tanto tiempo afuera en verano. Me empieza a dar bocha de paja salir.

 

Hace algunos años, cuando todavía vivía en Buenos Aires y las flores comenzaron a marchitarse, a mi se me dió por aprender a bordar. Me pareció un planazo. Después de cursar y trabajar toda la semana, el fin de semana me iba a dedicar a dibujar patrones en una tela. Quería un camino de mesa con bordados mexicanos. Resulta, que para bordar hay que saber dominar la maestría de hundir la aguja en la tela una, dos, tres, cuatro… incontables veces antes de ver aunque sea una línea. Obviamente, me pasé el otoño mirando Netflix y si bordé tres puntadas fue un montón. Pero, en algún momento.. Netflix también me aburrió. Ahí fue cuando me volví a encontrar con un pequeño libro de tapa roja, con la ilustración de una mujer desnuda, regordeta, medio parecida a una venus, con agujas o tornillos en su cuerpo. Se trataba de La Mujer Rota, de Simone de Beauvoir.

 

Soy de la generación de los que creen que hacer crítica es un poco spoilear. Me voy a limitar a contar que nunca había leído a la autora. Que devoré vorazmente cada una de las historias que narra en ese libro. Historias de mujeres. Algunas más cercanas en edad a mi, otras muy lejanas. Sin embargo, en cada una de esas historias, en el relato de la vida de esas mujeres, en la narración de su forma de vincularse, siempre encontré un punto de encuentro. Y ese punto de encuentro siempre me algo removió.

 

El resto del otoño pasó rápido. Sin pena, ni gloria las hojas terminaron de caer, mis fosas nasales se descongestionaron, recuperé la capacidad de respirar y retomé la vida social usando gorro y bufanda por el frío invernal.

 

Parece una historia muy tonta, muy simple, algunos dirían que hasta mal lograda. Cuando me siento a escribir sé la historia que quiero contar, pero nunca se con que historia me voy a encontrar cuando termino de escribir.  Lo que le pasa a esta historia es lo mismo que me pasa todos los otoños: sé muy bien quién es la persona que se encierra a hibernar, pero nunca sé con quién me voy a encontrar cuando me toca volver a salir.

 

 

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