RED43 opinion
02 de Julio de 2022
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Rocío Paleari

Un tal Tito Estrella

Una nota sobre el arte de aprender a trabajar. 

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Hace algún tiempo hay una historia dando vueltas en Twitter: una chica, muy joven, en el primer día de trabajo de su vida fue enviada a buscar remitos y ella volvió a la reunión con palitos para revolver café. La chica, avergonzada, no volvió nunca más a la oficina. La historia parece casi irreal… ¿Quién en su sano juicio no volvería a presentarse a su trabajo? Hay quienes podrían alegar: ¿Quién en su sano juicio no sabe lo que es un remito?

 

 

Más allá de lo real o ficticio en está historia, hay un punto en común que todos podemos entender: a trabajar se aprende trabajando.

 

 

Puedo decir que tuve la suerte de pasar por la universidad. Un día se me metió en la cabeza que quería escribir y busqué la carrera más parecida que encontré. Al empezar a cursar me di cuenta que no era suficientemente específica, entonces me anoté en cuanto taller y curso encontré. Pasé cinco años de mi vida así. Estudiando, metiendo la  cabeza en los libros, leyendo, adquiriendo conocimientos.

 

 

Lo cierto es cuando terminé, cuando por fin me dieron mi título, todavía era lo suficientemente ingenua para creer las siguientes dos cosas:

 

-Que eso de estudiar se terminaba ahí.

 

-Que estaba lista para trabajar.

 

 

Mi primer trabajo fue en una radio. Cuando me llamaron para empezar, no lo dudé. Al otro día estaba en la cabina de operación junto a mi nuevo jefe. Me mostraron todo el lugar, me presentaron a las personas de los distintos programas a medida que iban llegando. Y obvio, como siempre le pasa a los nuevos, me dieron el horario vespertino. Tenía que pagar el derecho de piso. Pasé toda la tarde pensando que mi trabajo era pan comido. En la facultad ya había cursado tres materias sobre radio, me habían llevado a los estudios numerosas veces y en todas había sacado notas de primera. Era el medio que descubrí de paso y cañazo… yo quería escribir, pero el micrófono me había enamorado.

 

 

Todo marchó sobre ruedas hasta que llegó el último programa de la noche… Era un programa completamente lisérgico, que no tenía pies ni cabeza y que me llevó casi seis meses comprender y otros seis meses más aprender a disfrutarlo. Para empezar: no tenían un productor definido sino que más bien el conductor juntaba a la gente que le parecía -un plantel distinto cada programa- y con la figura de Tito Estrella como respuesta para todo. Querido lector: no se confunda, Tito Estrella no era el conductor, no era el productor, no era ninguno de los participantes del programa… Tito Estrella era simplemente una figura imaginaria, una persona que nunca existió, pero que sin embargo en este programa era la respuesta para cualquier duda o consulta que pudiera llegar a tener: ¿A qué hora empezamos? Pregúntale a Tito Estrella… Eso significaba que podíamos empezar en cualquier momento. ¿Qué canción va después de la tanda? Tito Estrella sabe… Eso significaba que en algún papel suelto eso había quedado anotado y tenía que buscarlo.

 

 

El párrafo anterior de está nota es completamente caótico y querido lector no se preocupe si no entendió de que manera funcionaba el trabajo con ese tal Tito Estrella, es la idea. Tito Estrella era simplemente el caos encarnado en una persona inexistente, pero completamente funcional al funcionamiento de ese equipo de trabajo. Y eso, es algo que la universidad, ni los cursos, ni los talleres pudieron enseñarme.

 

 

Lo cierto es que Tito Estrella, el productor imaginario de ese programa, me enseñó que trabajar no se trata solamente de tener un montón de conocimientos o de saber hacer algo muy bien. Trabajar se trata mucho más de saber gestionar vínculos para poder hacer eso que sabemos hacer.

 

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