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11 de Septiembre de 2022
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Rocío Paleari

Los mismos lugares de siempre

Una nueva entrega de las distintas formas que puede tener el amor (o desamor). 

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En la cama no estás vos. En el living tampoco. Y sé que en la cocina no te voy a encontrar. De repente, mi departamento parece mucho más grande de lo que es. Sé que tengo que poner mi vida en orden y, en teoría, eso es lo que vengo haciendo desde que te mandé a cagar.

 

 

Hay una teoría muy popular: el que deja, siempre es el que sale mejor parado de la relación. Tengo una amiga que siempre se apura a meterles una patada en el culo, antes de que se la metan a ella. Tiene un timing excelente. Yo estoy empezando a sospechar que esa teoría no es nada más que un mito.

 

 

Te dejé, simplemente, porque estaba aburrida. Todos los días me parecían iguales. Y esas muchas cosas que de vos, antes me encantaban, dejaron de sorprenderme. Necesitaba un cambio de aire, tal vez.

 


El tema es que nadie me avisó, que una vez que alguien está en tu rutina borrarlo de la misma es una tarea prácticamente imposible. Entonces… Ahora me encuentro así: con la cama vacía, sin nadie que se levante a preparar el primer mate de la mañana. Ni hablar de pasar por los mismos lugares de siempre. Esos que me tenían tan aburrida, esos que tantas veces compartimos. La cervecería de abajo de mi casa, la panadería donde comprábamos facturas, la plaza donde salíamos a pasear a tu perro, la heladería en la que nos besamos por primera vez. Esos lugares que antes me aburrían hasta el punto de sentirme asfixiada. Esos lugares que ahora solo gritan nostalgia. Esos lugares que ahora me recuerdan que por más que sea yo la que te haya dejado, ahora me toca poner mi vida en orden.

 


Es todo un volver a empezar: ¿Cómo paseaba sola un domingo? ¿Cómo hago para compartir un cuarto de helado? Ahora lo pido igual, eso si, solo los sabores que me gustan a mí, y lo que me sobra lo guardo en el freezer para después.

 


Entonces, mientras camino a la parada del colectivo me toca pasar por el café donde pedíamos dos lattes y yo te leía las noticias los sábados a la mañana. Y me ví, nos vi, en esa escena. Un ritual que durante seis meses cumplimos a raja tabla. Los dos sentaditos en la mesa del rincón, yo me ponía de frente a la ventana para poder chusmear la calle, vos te ponías en frente mio para escucharme leer. La moza se acerca, pregunta si lo mismo de siempre, vos decís que sí. Y en la mesa, en un toque hay dos lattes, cuatro medialunas de manteca. Y yo me empiezo a quedar sin aire. Y te leo, Y sé que vas a tener un comentario gorilón para cada noticia que lea. Y sé que me vas a pedir que mejor te lea las de La Nación. Y yo voy a hacer todo lo que me pidas, mientras me asfixio. Entonces llegó a la parada del colectivo, y me doy cuenta que estoy respirando sin ningún esfuerzo. Y pienso que, tal vez, dejarte fue lo mejor. Y el aire de la ciudad lleno de polución entra en mis pulmones como si fuera el aire más puro de las sierras. Y me digo a misma que, tal vez, volver a acomodar mi vida no es tan difícil.

 

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