Es domingo por la mañana y todo lo que quiero hacer es estar en la cama. No debo ser la única que se siente así. Pero, realmente, no hay mejor plan que remolonear entre las sábanas y tomar mates con vos.
—¿Abro un poco la ventana?
—Solo un poquito.
Vos tampoco tenés intenciones de salir de la cama. Es que siempre estamos a mil, entre la facultad, el laburo, cumplir con la actividad deportiva, estudiar, salir con amigos… siempre estamos a mil.
Anoche, por ejemplo, salimos a bailar. Vos, yo, tus amigos, mis amigas. Volvimos tarde, pero no tanto. Y acá estamos… viendo quién de los dos es el valiente que se anima a salir de la cama.
—Ya que te levantás… ¿No querés ir a hacer un mate?
Me mirás, yo me rio. Vos revoleás los ojos. Sabés que no te va a quedar otra que ir.
—Daleee… ya te levantas a abrir la ventana.
—Te miro nomás porque ya sé que es una batalla perdida.
—Mentira
—¿Mentira qué?
—Que no es una batalla perdida, yo también suelo hacer el mate.
—¿Cuándo?
—Siempre
—Andááá… —decís mientras vas a la cocina.
Yo me quedo en la cama, me retuerzo, me estiro sin salir del colchón, disfruto el aire fresco que entra por la ventana apenas abierta, sonrío cuando se corre una nube y entra un rayito de sol.
Vos volvés al cuarto, traés el termo, el mate y tostadas. Yo todavía no quiero comer nada, la resaca pega fuerte y por poco puedo tener los ojos abiertos.
—¿Cómo viene tu semana?
—Ay… no me hagas pensar en eso ahora.
—¿Por qué no? Mañana ya es lunes
—No podés ser tan responsable, todavía no es domingo al mediodía.
—¿Vos decís?
—Si… yo digo.
Vos mirás la hora en el celular, te reís.
—Mejor no te digo… ¿No?
—¿Qué hora es?
—Son las dos y media de la tarde.
—¿De verdad?
—De verdad.
Me tiro arriba tuyo, te beso, me dejo caer en tu cuerpo. Vos suspirás.
—¿Nos quedamos todo el día acá?
—Y si… parece que sí.