RED43 opinion Rocío Paleari
04 de Febrero de 2023
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Rocío Paleari

Sobre mi abuela y la timba

Una nota sobre lo que aprendí jugando a las cartas con mi abuela. 

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Toda mi infancia había escuchado a mis papás amagar con comprarle un lavarropas a mi abuela, el impulso se desvanecía cuando ella se enteraba y los puteaba. Un día llegué y la máquina estaba ahí. Un tanto más alto que mi pequeña versión de diez años y bastante más grande que el Kohinor que ella usaba para centrifugar la ropa que todavía lavaba a mano. De repente, el baño de la casa mi abuela parecía más chico.

 

 

-Yo no necesito esto

 

 

-pero mami -decía mi papá

 

 

-Mami, las pelotas, eso usan las mujeres de ahora que no hacen nada en la casa

 

 

Mi mamá se escabulló de la cocina, donde tenía lugar la discusión, y fue a la habitación a saludar a mi abuelo, que estaba postrado en la cama. Yo seguía anonadada con el aparato nuevo que había en el baño. 

 

 

Era un cilindro blanco, medio cuadrado en los costados, blanco y con olor a nuevo. En uno de los costados todavía tenía una etiqueta pegada con las indicaciones de uso. Se cargaba y programaba por arriba, yo apenas llegaba a ver los botones en tonos celestes, para poder tocarlos, tendría que haberme parado en un banquito. Pensé que ese lavarropas era más lindo que el que teníamos en mi casa. 

 

 

Mi papá seguía, inútilmente, respondiendo a los argumentos que mi abuela esgrimía en contra del nuevo electrodoméstico.

 

 

-Llevo toda una vida fregando la ropa en la tabla, y no me morí

 

 

-No mamá, y tampoco te vas a morir por tener un lavarropas

 

 

-Te crié sin lavarropas. Tus ropitas de bebé, tu uniforme, toda una vida llevo lavando. Las dos mudas de ropa que ensuciabas jugando afuera. No me vas a dejar ese aparato acá, ahora. 

 

 

-Mamá, si no lo haces por vos, hacelo por papá, que necesita que le cambien las sábanas seguido.

 

 

- ¿Estás diciendo que yo no puedo lavarle las sábanas?

 

 

-No mamá, bueno, te dejo a la nena, y cuando la venimos a buscar nos llevamos el lavarropas también.

 

 

-Eso decís ahora, cuándo la busques, seguro que lo vas a dejar acá

 

 

Mi papá ignoró las últimas palabras de mi abuela, buscó a mi mamá que charlaba con mi abuelo, y se fueron. 

 

 

Mi abuela siguió refunfuñando por un rato. Sacó un mazo de cartas y nos pusimos a jugar a las escoba del quince. Mi abuela nunca me dejaba ganar, pero cada vez que soplaba, ella detenía el juego para explicarme la jugada. 

 

 

-No te olvides, el rey vale 10, el caballo 9 y las sota 8, dale barajá, que te gano otra vez

 

 

Yo me reí, junté las cartas y mezclé. Lo mejor de jugar con mi abuela, era que cuando le ganaba, era en todas las ley, y ella me pagaba. Para esa altura del año, ya había juntado el dinero suficiente para subvencionarme las guerras de bombuchas en el verano. 

 

 

-No hagas trampa, eh, que me voy a dar cuenta

 

 

Mientras repartía, mi abuela se fue para el baño. Escuché el pip de los botones, el clac de la tapa del lavarropas cerrándose, y el fushhh del agua llenando el tambor. 

 

 

-Ya qué está, ¿Vamos a probarlo, no?

 

 

-Y si abuela, para eso está

 

 

Se sentó en la mesa y volvimos a jugar. Diez más cinco, quince. Dos más seis más 9, quince. Y así, con las distintas combinaciones posibles. No logré soplarle una sola vez. Se escuchó un piii, piii, piiii. Mi abuela se sobresalto. La entendía, en mi casa, ese ruido siempre venía seguido de un grito de mi mamá: “¿Alguien puede tender la ropa?”.

 

 

- ¿Te ayudo abuela a tender la ropa?

 

 

-Ahh.. es eso, nono, poné la mesa, que ya vamos a comer. 

 

 

Yo acomodé dos puestos en la mesa, y un tercero en una bandeja de madera para mi abuelo. Y de vuelta, se escuchó el pip de los botones, el clac de la tapa del lavarropas cerrándose, y el fushhh del agua llenando el tambor. 

 

 

La abuela sirvió el plato de mi abuelo, carne al horno con papas cocinadas en la estufa patagónica. Hoy, en mi casa, eso es un plato que cocinamos cuando tenemos tiempo, o nos hacemos un tiempo, para celebrar algo. Mi abuela, cocinaba a fuego lento esta delicia al menos dos veces por semana. Me dejó llevarle la bandeja a mi abuelo. Ella lo ayudó a sentarse, le cambió de canal, y lo acompañamos mientras comía. Se escuchó el piii, piii, piiii. Mi abuela se levantó

 

 

- ¿Te ayudo a tender la ropa, abuela?

 

 

-No, vos llevá la bandeja y esperame en la mesa para comer.

 

 

Apilé los platos sucios en la pileta, guardé la servilleta de tela en el cajón, y me senté en la mesa. Y de vuelta, se escuchó el pip de los botones, el clac de la tapa del lavarropas cerrándose, y el fushhh del agua llenando el tambor. 

 

 

Almorzamos con el programa de Mirtha Legrand como banda sonora. Al terminar, lavamos, acomodamos y guardamos todos los platos. Y nuevamente, se escuchó el piii, piii, piiii. Antes de que pudiera ofrecer mi ayuda, mi abuela me mandó a barajar las cartas. 

 

 

-Son siete, acordate que para el Chinchón siempre son siete

 

 

Yo era mucho mejor en este juego que en La Escoba del Quince, que mi abuela eligiera jugar al Chinchón era toda una concesión. Saboreé anticipadamente los cincuenta pesos que me iba a llevar en el bolsillo. Y de vuelta, se escuchó el pip de los botones, el clac de la tapa del lavarropas cerrándose, y el fushhh del agua llenando el tambor. 

 

 

La partida venía peleada. Mi abuela iba menos 20, y yo más 10. Pero entre corte y corte, el tablero se daba vuelta. Tenía que darle vuelta el partido definitivamente para llevarme la plata. Se acercaba la hora  de la merienda y yo no me había dado cuenta. Me percaté del paso del tiempo cuando mi papá entró a la cocina. 

 

 

- ¡Mamá! ¿Qué es todo este agua en el piso?}

 

 

-No sé, la nena debe haber tocado los botones del aparato ese -dijo mi abuela, sin levantar la vista del juego. Yo tiré mis cartas sobre la mesa y miré el piso. Estaba completamente inundado. Mis pies colgaban de la silla, pero los de mi abuela, estaban mojados. La miré. Ella me devolvió la mirada. Mi papá corrió al baño. En una maniobra, desenchufó el lavarropas y cortó el agua.

 

 

- ¿Qué pasó acá?

 

 

-Ya te dije, debe haber sido la nena. -dijo mi abuela.

 

 

- ¿Qué hiciste? -me preguntó mi papá

 

 

Antes de que pudiera responderle, mi abuela cortó. Me dejo con 40 puntos en contra, y perdiendo el partido.

 

 

-Bueno, ya está, yo te dije que ese aparato no era una buena idea. Ya está, llevate a la nena, llamá para que se lleven la cosa esa, que yo limpió

 

 

-No, ya está nada. Es nuevo, no se puede romper -dijo mi papá y mirándome agregó -decime qué botones tocaste, porque sino hay que llamar a la garantía

 

 

-No sé, papi, toqué todos 

 

 

- ¿Qué son todos? ¿Cuáles? Señalalos

 

 

-Ya está, no las vas a retar por semejante pavada… la nena solo quería ayudarme con las cosas de la casa… haceme el favor y llamá para que lleven el aparato ese

 

 

-Pero…

 

 

-Pero nada… y tené, vos llevate tu plata, que otra vez me ganaste… Está es buena para le Chinchón porque te salió buena para las matemáticas. -dijo mi abuela

 

 

De esa manera dió por zanjado el tema, me dió 200 pesos, y prácticamente nos empujó para que saliéramos de su casa. Mi papá se subió al auto, sin decirme nada. 

 

 

- ¿Cuántos días me vas a castigar? - pregunté

 

 

-Por mentirosa te voy a castigar -dijo y se rió. 

 

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