´-Por Marisa Gómez-
Fin del mundo
El timbre suena. Bajo la escalera y al abrir la puerta me quedo perpleja.
¿Sos vos?, le digo.
Hola Helena, sabía que te encontraría.
Sí, es él. Lo reconozco por su voz que no cambió, grave y globosa, porque su cara está tapada por la barba y los pelos.
Más de veinte años, pero por suerte estoy acá, me dice.
Me rodea con sus brazos y el olor a humo me revuelve el estómago. Recién ahora empiezo a mirarlo. El gamulán deshilachado y roto en los codos, el gorro con manchas de grasa…
Hola Abel, en estos años, no supe de vos. ¡Qué sorpresa! Pasa, pasa…está helado afuera. Hace más una semana que nevisca.
¿Tu marido?
Duerme. Es domingo y tres de la tarde, en este pueblo no hay opción.
Desde la secundaria que no nos vemos ¿no? Vos acá, yo en el Bolsón. Te va bien, qué linda casa. Yo no tuve la misma suerte. Igual, eso es pasado. La verdad, yo vine por otra cosa. Vine a salvarte.
No sé qué decirle, así que le ofrezco un café.
Fuimos amigos desde primer grado. Era el más prolijo, serio, estudioso y educado. ¿Y ahora? No entiendo.
Le sirvo un café y saco la torta de nuez que hice para la cena de anoche.
Qué buena tu torta, te sale mejor que antes. Y como te dije, vine a salvarte. Nos queda poco tiempo.
Salvarme. ¿A mí? ¿De qué? Y suelto la carcajada, pero sus ojos, me detienen. Después, la angustia me cierra el pecho.
No te rías, esto es serio. Los científicos ya determinaron que el eje de la Tierra rota en sentido anti horario. En meses, el universo entrará en un agujero negro. ¿Tenés una hoja y una birome?, te lo dibujo.
Acomoda seis hojas sobre la mesa. Dibuja el sistema solar, ejes, fórmulas y se apasiona con la ley de gravitación… El fin será el tres de octubre. Por eso vine. La orden en el último avistaje, fue clara: podemos elegir solo una persona para salvar. Y pensé en vos.
¿Avistaje? ¿Salvarme?
Sí, desde hace dos años, nos contactamos con seres de otro planeta.
¿De otro planeta? ¿Extraterrestres? ¿Dónde?
Sí, en el Bolsón, en el cerro del cajón del Azul, ahí vamos. Somos cuarenta.
¿Los viste? ¿Cómo son?
No sé. Jamás se dejaron ver, pero los escuchamos.
Mi marido aparece en la cocina, los presento. Lo reconoce. Lo escucha hasta las siete de la tarde. Después le decimos que no puede salvarme solo a mí.
Yo no podría dejarlo, agrego, y le doy un abrazo a mi esposo. Nos pide si podemos llevarlo a la terminal. Claro, por supuesto, le decimos.
Esos diez minutos del recorrido, sentado en el asiento de atrás del auto, llora como un chico, porque no puede salvar a mi esposo.
Vemos el colectivo que se aleja. Mi marido y yo, nos abrazamos.