Las consecuencias de la geopolítica rara vez se hacen visibles de inmediato: los efectos operan como placas tectónicas que modelan el mundo profundamente, pero a largo plazo. Así como la intervención de Estados Unidos en la guerra entre Afganistán y la URSS en la década del ochenta generaron indirectamente el 9/11 del 2001, las sanciones e intervención en Libia en 2011 desencadenaron la desestabilización del Sahel y el auge de rutas migratorias islamistas en Europa en 2020.
Hoy, el conflicto Israel-Irán no sólo revela fracturas del orden global, sino que anticipa estructuras de poder y tensiones que definirán las estructuras de poder político y económico en las próximas décadas.
Desde la óptica del realismo clásico y estructural, los estados actúan para asegurar sus intereses y maximizar su poder. Occidente -Estados Unidos, Europa e Israel- respalda militarmente acciones contra Irán, pero al mismo tiempo debe proteger los flujos comerciales globales y el abastecimiento energético. Irán, por su parte, persigue la expulsión de EE.UU. de la región para consolidar su liderazgo. China, en tanto, adopta una posición pragmática: priorizando la estabilidad sin arriesgar su crecimiento económico, mientras Rusia despliega diplomacia responsable sin comprometerse militarmente, al menos de manera oficial, con Irán.
Desde el punto de vista estrictamente económico, los conflictos prolongados en Medio Oriente suelen provocar volatilidad y aumentos significativos en los precios del crudo. No obstante, en esta ocasión el impacto ha sido menor.
El Brent escaló rápidamente de US$ 68 a US$ 81,40 tras el inicio del conflicto, impulsado por los temores de un posible cierre del Estrecho de Ormuz -por donde fluye el 20% del petróleo mundial y el 25 % del GNL- con previsiones de que el barril superara los US$ 110 en caso de bloqueo parcial o total.
Ese escenario habría sido especialmente devastador para China, que depende en 85 % del petróleo importado por vía marítima, elevando sus costos energéticos más de 30% y presionando sus exportaciones.
Sin embargo, la caída del Brent de vuelta a los US$ 67 evidencia que la influencia de Medio Oriente en el mercado energético se ha reducido sustancialmente, con su participación en la producción global cayendo del 50 % en la década del '70 al 33 % en 2025, gracias al auge del shale oil y otros proveedores alternativos.
Aún más interesante es cómo este conflicto encarna el "Choque de civilizaciones" que Huntington popularizó en los años noventa. Por un lado, la civilización occidental -representada por Estados Unidos, Israel y sus aliados- defiende valores liberales y democráticos.
Frente a ella, la civilización islámica chií, liderada por Irán, cuestiona ese orden desde una visión teocrática y nacionalista.
Pero hoy el tablero global es más complejo: Europa construye una identidad estratégica más autónoma, apartándose del alineamiento automático con Washington. Al mismo tiempo, la creciente presencia de comunidades musulmanas introduce un choque cultural interno que presiona a estos países a revisar su identidad y posturas políticas.
China, desde su civilización sino‑confuciana, prioriza la estabilidad económica y el crecimiento a largo plazo sin implicarse militarmente, mientras que Rusia, anclada en su civilización ortodoxa, ofrece respaldo diplomático sin traspasar la línea hacia un compromiso directo. Este cruce de civilizaciones -occidental, islámica, confuciana y ortodoxa- redefine un mundo multipolar donde la soberanía identitaria se convierte en eje y vector estratégico.
El impacto económico del conflicto se extiende a varios sectores y comienza a modificarlos. Las industrias de defensa, aeroespacial y alta tecnología han visto crecer la demanda y los ingresos, reflejados en el alza global del gasto militar. Es de esperar que el riesgo global sea persistente y la demanda en este sector se mantenga.
Al mismo tiempo, sectores intensivos en energía, como la petroquímica, transporte y agroindustria, comienzan a revisar sus proyecciones, dado que un alza del crudo puede elevar significativamente la inflación global, presionando sobre los costos de logística y alimentos.
De igual manera, a mediano y largo plazo, estas tensiones están reconfigurando infraestructuras energéticas y rutas comerciales. China acelera proyectos como 'Power of Siberia' y expande la Iniciativa de la Ruta de la Seda para reducir su dependencia del paso por Ormuz. El riesgo global persistente no solo eleva la inflación y distorsiona las balanzas comerciales, sino también acelera planes de diversificación energética, rediseño logístico y replanteo de cadenas a mediano plazo.
Este cruce cultural, estructural y económico redefine el mapa del poder global: ya no es suficiente proyectar poder militar, sino que es fundamental dominar cómo se rigen las dinámicas energéticas, financieras y comerciales en un sistema claramente multipolar, pero marcado por profundas asimetrías.
El verdadero desafío será identificar qué conflictos de hoy están sembrando las crisis de mañana. La geopolítica y los mercados comparten una verdad eterna: lo que importa no es solo el presente, sino hacia dónde están empujando las fuerzas estructurales que hoy están en movimiento.
F.P