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17 de Febrero de 2021
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Oberdán Rocamora

Asís Digital: Carlos Menem, el estadista perturbador

En Argentina se prefiere ser un País Gato

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Menem ya fue. Sepultado en un marco eufórico de indiferencia popular.
Su muerte representa un alivio. El viejo enfermo incomodaba a los espíritus sensibles.
Secretamente muchos argentinos lo apreciaban. Lo valoraban. No se atrevían a expresarlo.
Podían salir mal en la estampita superficial de la historia.
Persisten los equivocados que padecen la desviación de considerar al difunto reciente como un estadista perturbador. Superior.
Un iluso peronista que creyó necesario plantar «las bases vulgares del capitalismo tolerable».
Apostar por una estrategia elevada para su país inviable.
Intentar sin prolijidad la tontería básica de la Reconciliación Nacional.
Pese a su picardía provinciana, el iluso murió sin haberse resignado.
Los argentinos se encuentran cómodos con las segmentaciones del odio eterno.
Felizmente, hasta los medios de comunicación situados en las antípodas coincidieron en el tratamiento condenable.
Es el caso de TN y de C5N. El antikirchnerismo ciego y el prokirchnerismo inútil.
Ambos medios se pusieron de acuerdo para destacar las barbaridades del populista relativamente simpático y depredador.
El populista que gobernó durante una década merced al engaño de la democracia, esa «superstición de la estadística».
En pleno contexto captado por la patología, uno puede permitirse algo de rigor para clarificar sobre dos verdades de hierro.
Es Menem el perturbador, mal interpretado como vaso comunicante.
Tratado como un enlace efectista, entre la Dictadura Militar y el macrismo.

 

 

1.- Continuidad económica del Proceso

Los tramos institucionales de Argentina y Chile no se diferencian por la calidad de su democracia. Se diferencian por el facto.
La dictadura de Pinochet también mató. Menos miles, pero fue una matanza al fin.
Avasallar derechos humanos, clausurar libertades, aplicar represiones y abusar del “toque de queda”.
Pero también los militares chilenos, con civiles más inteligentes, supieron transformar la economía.
La dictadura de Videla apenas mató. Supo organizar un Mundial. Se estrelló en Malvinas, junto a su desastrosa economía.
La inspiraba una falsa consigna liberal que derivó en un espejismo caza bobos.
“Achicar el estado para agrandar la Nación”.
Los militares argentinos no achicaron un pepino ni agrandaron un carajo.
Dejaron, en «el escarnio», un conjunto de empresas estatales absolutamente deficitarias. Y cientos de miles de pobres.
Pero con la fervorosa socialdemocracia del alfonsinismo aquellas empresas del estado se transformaron en algo peor.
Un conjunto de monstruosidades quebrantadas. Estragadas por el rutinario robo interno y la deplorable administración.
Por el error de suponer que con «la democracia se come, se cura, se educa». Y hubo más pobres.
Decir entonces sueltos de cuerpo que la Convertibilidad de Menem y Cavallo representa la continuidad de Martínez de Hoz es un acto de barbarie superlativa.
Pero había que obstinarse en recurrir al peor gorilismo para degradar la obra del difunto y de Cavallo.
Fueron quienes asumieron la utopía de transformar la economía agonizante. Dar vuelta el país como fuera. Como si valiera la pena. Y pagar el precio. Más pobres.
Lo decía Perón: «Para hacer una tortilla hace falta romper…».

 

 

2.- Macri como continuidad de Menem

De mantener vigencia semejante delirio, uno hubiera sido el macrista de vanguardia.

 

Es cierto que Mauricio Macri, en el plano personal, fue un sincero admirador de Menem, como Franco, el Macri que más valía, su padre.
Pero a Mauricio le faltó convicción para encarar la continuidad. Generar el clima de inversiones para el que se lo había votado.
Aunque estimulara las inapelables denuncias de los aventureros que suelen proyectarse en la lucha contra la corrupción.
Tarea noble la de los denunciadores. Les permite mostrar indignación en los horarios centrales. Cansan.
Pero Macri prefirió desechar la apuesta por el capitalismo. Carecía de la audacia que admiraba en Menem.
Para ganar, inteligentemente Macri pactó con los tradicionales denunciadores de la Coalición Cívica.
Entre tantos espejitos de decencia, la señora Carrió le describió el «mundo feliz» de Aldous Huxley.
La opción por la transparencia permitiría diluir las manchas generacionales y familiares del pasado.
Pero Macri acordó también con la tibieza relativamente socialdemócrata de los radicales. Seres nobles de la Internacional.
Hombres benignos que venían golpeados de la experiencia con la izquierda.
Estaban apasionados por mojar la medialuna desde la derecha.
Al contrario, Macri no quiso tener a su lado nada que oliera demasiado a menemismo. Con un Amadeo bastaba.
Entonces es una profanación comparar la fragmentada política económica de Macri con la de Menem y Cavallo.
Una transgresión módica al sentido común. Para plantarla en el prime time.
Y olvidarse de la crisis de superproducción de pobres.

 

 

 

3.- Vertiente de desgracias

Lo que sí, los juntitos TN y C5N tienen razón al definir a Menem -y al menemismo entero- como la vertiente de desgracias.
Menem traicionó históricamente al peronismo por hacerse neoliberal y abrazar al almirante Rojas.

 

Por obligar durante diez años a los dirigentes peronistas a hacerse cargo de ministerios, secretarías de estado, embajadas.
Por suplicar el acompañamiento para que mojaran la medialuna de alguna banca.
Menem vendió armas a Croacia (con lo fácil que era) y a Ecuador y destruyó Río Tercero solo para simular la magnitud de sus delitos.
Menem fue el encubridor de los terroristas que atentaron contra la embajada de Israel y -no conforme aún- fue después el responsable de encubrir la voladura de la AMIA (aquí mantuvo la complicidad del señor Beraja y el embajador Avirán).
Menem es el responsable de la muerte del reportero José Luis Cabezas por ser amigo (o al menos hijo de árabe como Alfredo Yabrán).
Menem fue el desalmado insensible que expulsó a su mujer de Olivos para penetrar después en paz a las mujeres que la diva sublime le llevaba para cenar y luego abrirse de almas.
Menem fue el frívolo farandulero que pateó centros con Maradona, que navegó con Scioli y lo obligó a salir segundo a Reutemann.
Menem recibió por culpa de Tata Yofre a los Rolling Stones, a Pappo, Charly García y Lady Di. Y hasta se quiso penetrar a Madonna como pago por la escena emotiva en el balcón.
Menem fue el entreguista del honor nacional que se arrodilló ante Estados Unidos y mandó dos barquitos al Golfo.
Menem se envolvió en el Consenso de Washington para mantener relaciones carnales contranaturales con la esperanza de ser convocado para volar a la estratósfera.

 

 

4.- País Gato

Menem no tuvo la jerarquía suficiente como para hacer de la Argentina un País Gato.
En porteño básico, Gato es el pragmático que paga para obtener un poco de placer.

 

Un País Gato es aquel que paga honrosamente para “mejorar las relaciones con Estados Unidos».
Para que John Biden, el abuelito honorable, pueda dignarse a atender el teléfono cuando se lo suplica.
Nada que ver con aquel frívolo entregador, con el estadista perturbador que hoy reside en el Cementerio Islámico.
El que tuvo el descaro de ser humillantemente recibido en el Capitolio con la totalidad de los legisladores de pie y con aplausos que parecían cachetadas.
Nada que ver con el gran privatizador corrupto que no tuvo vergüenza en instalar a la Argentina en el altivo Grupo de los 20.
Tampoco con la desgracia de degradar a su país con la calificación de Aliado Extra OTAN.
Mil veces es preferible para Argentina ser el País Gato que le paga a Tom Shannon para ser piadosamente escuchado.
Y no tener flanqueadas las miserables puertas de Miami para ingresar sin el visado protector.
O de contar con el deplorable atributo de ingresar a la maléfica capital del imperio con una Licencia de Conductor, para colmo vencida.

 

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