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15 de Enero de 2023
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Verónica Rojas, una guerrera: la historia de resiliencia de una madre

Nos cuenta cómo sobrellevó la dura muerte de su marido, quedando sola a cargo de sus cinco hijos, y unos años más tarde, la pérdida de su hijo Maximiliano, de 24 años. La fortaleza que tuvo para salir adelante por su familia.

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-Por Lelia Castro-

 

En diálogo con Red43, Verónica nos cuenta que es madre de 5 varones, se casó a los 16 años y formó su familia, pero que fue viuda muy joven. A pesar de que esposo trabajaba, a ella siempre le gustó hacer cosas para su familia.

 

 

 

“Mi esposo trabajaba, y a mí siempre me gustó hacer cosas para ellos, y comencé a tener el tiempo libre ese que me sobraba, de poder elaborarles ropa a ellos: hacerles buzitos, conjuntitos y ayudar de esa forma también a mi esposo. Más allá de que lo podíamos comprar, pero a la vez yo también lo hacía, lo producía yo”.             

 

 

 

 

En medio del caos producido por la inflación y el Corralito en el 2002, al perder a su esposo, se ve obligada a rebuscárselas y, además de trabajar en el Jardín ‘Frutillitas’, comienza a buscar otros ingresos que la ayuden a dar el sustento a su familia, porque no le alcanzaba para mantenerlos.

 

“Trabajaba por hora, trabajaba en casas de familia, en el jardín, también hacía ventas: todos los meses hacía venta de empanadas, panes, pan dulce. Tenía muchos clientes en esa época porque ellos conocían lo que yo hacía y a veces ellos venían solos a pedirme el pan, las empanadas que hacía y el pan salado… una vez al mes yo elaboraba para poder saldar la luz y el gas, porque me los habían cortado”.

 

 

 

 

Al quedarse sola, hacer el trabajo de madre y padre a la vez, tuvo que redoblar esfuerzos para sacar a sus hijos adelante, brindarles tiempo y apoyo, contenerlos, darles una educación adecuada para que ellos el día de mañana puedan valerse por sí mismos y ser personas de bien. Siempre brindándoles apoyo, contención y control para que “no hagan cualquier cosa”.

 

“Dejé muchas cosas, muchas cosas que quizás me hubieran gustado hacerlas, pero bueno, todo por sacarlos adelante, que ellos estudien, que sean mejores personas, respetuosos también, educados, que sean algo en la vida. Eso me llevó a dedicarles tiempo, amor, paciencia a ellos y mucho esfuerzo, pero siempre pensando que se puede”.

 

Nos cuenta que siempre contó con la ayuda de su madre cuando ella tenía que salir a trabajar, así como de los hijos mayores, que acompañaban a la escuela a los más chicos y también colaboraban con las tareas del hogar.

 

 

 

Entre otras cosas, recibía la ayuda del municipio a cambio de contraprestaciones en la sede del barrio 28 de Junio, donde también hacía todos los talleres que allí se daban, para convertir esos aprendizajes en una salida laboral. Allí aprendió cocina y manualidades con materiales descartables, lo que le permitía generar ingresos para su familia. A su vez, colaboró en comedores de barrio, aprovechando para llevarles comida también a sus hijos.

 

“Todo era una salida, todo era una entrada a mi casa para poder sustentar a mis hijos. Porque eran cinco y necesitaban zapatillas, necesitaban vestimenta, y así fui avanzando en la vida. Así fui esforzándome, siempre viendo que podía, que yo podía”.

 

 

 

 

Siempre se enfocó en llevar a sus hijos por el buen camino, que estudien, que sean buenas personas, esforzándose por salir adelante en la vida. Sin embargo, también había momentos de entretenimiento y juegos, procuró llenar los momentos vacíos con el deporte, practicando fútbol infantil en el barrio, de la mano del profe Hernán, a quien agradece mucho su dedicación.

 

“Y así fui ayudándolos a crecer, que ellos estén ocupados, que todo el tiempo estén ocupados. O si no, los talleres que había en el barrio en ese tiempo. Así que había encuentro de niños y jóvenes que participaban también ellos, y yo también, a la vez detrás de ellos. Siempre detrás de ellos, cuidándolos, protegiéndolos, siempre sabiendo dónde iban, porque ese era mi miedo”.

 

 

 

 

Hoy se siente orgullosa de la crianza que les brindó a sus hijos, quienes han formado sus propias familias, han estudiado, tienen todos un buen trabajo y una ocupación.

 

 

 

Sin embargo, no todo fue color de rosas: cuando ella pensó que había llegado el momento en el que luego de tanto esfuerzo, que podría disfrutar de todo por lo que había luchado, en 2019 asesinan a los 24 años a su hijo Maximiliano fuera de un bar, quién aún convivía con ella, la acompañaba y le sacaba todos los días una sonrisa.

 

“Fue la noticia más dura que pudo caer sobre mí. Fue el día en el que sentí que mi corazón se había partido en dos, porque sentí que una flecha había atravesado mi corazón y que me sentía morir. Me sentí morir, me sentí desmayar, porque no tenía fuerzas. Eso fue muy duro, porque trajo un cambio a mi vida: afectó mi salud, mi familia, mi entorno que yo había formado, sentí que ese muro que yo había levantado con tanto sacrificio se me había derribado”.

 

 

 

Luego vino el duro proceso de prepararse para atravesar el juicio por el asesinato de su hijo, algo que la afectó tanto física, como moral y psicológicamente, algo que no le permitía hacer el duelo. La causa cerró hace cuatro meses, con perpetua máxima para el asesino, lo que llevó a tranquilidad a todos sus seres queridos y la posibilidad de llevar a cabo el duelo como corresponde.

 

“Él se llamaba Maximiliano Javier Méndez, él era una persona muy alegre. Yo lo recuerdo con esa sonrisa que tenía todos los días. Porque él siempre sacaba una sonrisa, si yo estaba un poco triste, él siempre sacaba una travesura o algo para hacerme sonreír, me decía ‘mamita, yo siempre quiero verte sonreír, no quiero verte llorar. Porque siempre nos diste lo que pudiste, quizás poco, quizás mucho, pero yo siempre fui feliz’”.

 

 

 

 

Más allá de quebrarse al hablar de su hijo, lo recuerda con una sonrisa, como una “lucecita” que la ilumina desde arriba, que le da fuerzas para seguir día a día. Y aunque los extrañe horrores, lo recuerda con alegría.           

 

“Me quedé con lo mejor de poder tenerlo en mis brazos, criarlo, verlo crecer, verlo disfrutar cada momento donde iba, donde lo llevaba. Y agradecerle a Dios porque me lo prestó, lo disfruté un montón. Y aprender también, a vivir y convivir con ese dolor, que no es fácil, pero tengo que aprender a convivir”.

 

Le agradece también a Jésica, la pareja de Maxi por siete años, quien la acompaña en este proceso con una llamada, un mensaje o una visita. Para quien también fue muy duro todo este proceso, pero se acompañan mutuamente. Estando unidas, es más fácil para ambas.

 

 

 

A pesar de las adversidades por las que ha tenido que atravesar Verónica a lo largo de su vida, nos deja un mensaje esperanzador, de resiliencia, de poder salir adelante más allá del dolor y las dificultades que se nos presentan; que siempre hay una salida y algo por qué luchar. No estamos solos, siempre hay una mano que nos acompaña y nos guía.

 

“Yo les diría a aquellas personas que están pasando por un proceso difícil, quizás con la pérdida de su pareja o con la pérdida de un hijo, que se puede, que en la vida podemos. Las mujeres podemos porque somos guerreras en la vida, que siempre debemos ponernos en la meta que vamos a lograr. Porque yo siempre me puse en la meta: yo puedo, yo voy a lograr, yo voy a ver esto. Y a aquellos que hoy están pasando por el dolor que yo llevo, decirles que los entiendo, que no es fácil. Porque para mí no fue fácil, no es fácil. Que la fortaleza que hoy tengo, que hoy estoy de pie, que hoy puedo mirar hacia adelante ha sido acercarme a Dios”.

 

 

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