24 de Diciembre de 2023
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De la chacra al corazón: La emotiva trayectoria de Florinda Altamirano

En Río Chico (Río Negro), nació Florinda Altamirano, una mujer cuya vida ha sido tejida con hilos de amor, superación y valentía, compartió su infancia con su padre y sus hermanos, enfrentando las adversidades desde temprana edad.

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Por Lelia Castro

 

En esta historia, como muchas de las que tuvimos este año, queremos homenajear a todas las abuelas que nos han abierto las puertas de su casa y su corazón para contarnos su historia de vida, sus vivencias, sus alegrías y muchas veces las adversidades por las que han transitado, sin ellas, esto no sería posible.

 

Hoy, a sus 90 años, Florinda comparte sabiduría y lecciones de vida. Su historia es también la historia de Nahuel Pan, donde conoció a su esposo Facundo Ramírez, un ferroviario con quien crió a sus hijos con amor y paciencia. Además, se convirtió en partera, trayendo al mundo siete nuevas vidas.

 

Yo me hice partera porque vino mi cuñada, el abuelo lloraba porque se iba a morir, tenía helada la panza y saqué una nena hermosa. Todos ellos están vivos, por ahí vienen y yo les digo que los saqué de la panza. Tengo tres varones y dos nenas de ahijados”.

 

 

 

Criada en un hogar donde su madre dejó un legado de tejidos y labores, ya que la tragedia tocó su puerta cuando, durante el nacimiento de Florinda, su madre partió prematuramente, marcando el inicio de una vida llena de desafíos. Con un padre dedicado a los trabajos de campo en una extensa chacra, Florinda aprendió las labores agrícolas, el manejo de animales y el arte de la supervivencia en un entorno rural.

 

Nuestra casa era de adobe, no como ahora que son de ladrillo. Nosotros cortábamos el adobe, papito nos enseñaba, él hacía la adobera y nosotros cortábamos el adobe, el techo era de barro, pisaban los caballos y lo hacíamos. En el pisadero va bosta de caballo nada más, el caballo va dando vueltas y ya cuando está listo papá nos decía ya está el adobe. Él nos enseñaba a hacer el galpón, todo. Canillas de agua no teníamos, teníamos el río, teníamos el pozo que sacábamos agua, pero bien limpita”.

 

Entre recuerdos de días de cosecha, fiestas de 25 de Mayo con carnear de potrancas, y momentos difíciles como los cinco días que pasó escondida en una cueva para escapar del maltrato de su madrastra, la vida de Florinda es un relato de resiliencia. Aprendió a andar a caballo, construir con adobe, y afrontar las inclemencias del clima en una casa donde el río y un pozo proveían el agua.

 

Hubo momentos muy difíciles, estuvimos cinco días en una cueva de piedra con mi hermanito, con mi hermanito Leodoro que hace tres años murió. Estuvimos escondidos porque la madrastra era muy mala y le pegaba, a mí me pegó una puñalada en el cuarto, todavía la tengo, tendría unos doce años en ese momento. Mi hermanito ya estaba que se moría, porque cinco días sin tomar agua ni comer comida, mi papito vino a Cushamen a buscar a la policía y la policía nos encontró, y mi hermanito ya no hablaba, yo estaba más fuerte. Sentí miedo, pero gracias a Dios, no le pasó nada, porque viste que hay muchos bichos en la cordillera”.

 

El relato de Florinda se teje con experiencias de sacrificio y esfuerzo, pero también con episodios de amor incondicional. La figura de su madrina, Isolina Castro de Jeréz, emerge como un faro en la tormenta, ofreciéndole protección cuando la madrastra maltratadora abandonó sus vidas.

 

A los 14 años, tras la partida de su padre, Florinda emprendió un nuevo capítulo en Ñorquinco, enfrentándose a una realidad difícil. Sin embargo, su espíritu indomable la llevó a criar once hijos, afrontando la adversidad con valentía. A pesar de días difíciles y desafíos, su perseverancia se hizo evidente.

 

Yo ordeñana las chivas y las vacas, les hacía arroz con leche, amansaba los terneros y les daba la leche, lo mismo que me enseñó mi papá lo hacía yo. Ahora seguimos con los animalitos, trabajando, trabajando toda la vida hasta que ellos fueron grandes. No era fácl tener tantos hijos, los bañaba en un fuentón de a dos o de a tres, porque eran todos chiquititos, de un año para arriba. Los doctores me decían la conejita”.

 

 

Sus nietos, como Gisella y Alejandro, cuentan con gratitud cómo Florinda y su esposo fueron pilares fundamentales en sus vidas. Gisella destaca cómo llenaron el vacío de amor que faltaba en su infancia, transmitiendo valores de unidad, trabajo y respeto. Hoy no sólo tiene más de 40 nietos, sino que tiene bisnietos y tataranietos, quienes van a visitarla y continuar con la tradición familiar.

 

“Ellos me sacaron adelante y gracias ellos soy lo que soy, me enseñaron lo que es una familia realmente. Hoy en día tengo mi familia, y el cariño que ellos me inculcaron a mí yo se los inculco a mis hijos, les enseño que a pesar de las dificultades que uno pasa de niño o de grande, podemos salir adelante con el cariño de la persona que tengamos adelante o al costado, y esos fueron mis abuelos y mi tía Pato y mis primos también, que viví con ellos”, comenta Gisella.

 

Por su parte, Alejandro confiesa que tiene “lindos recuerdos de ella, de jugar acá con todos mis primos cuando éramos chicos, que somos un montón. Siempre una taza de té o de mate cocido, de ir a su invernadero a ver sus gallinas, siempre había una enseñanza de amor y respeto hacia los demás. Que más allá de su historia de vida que fue durísima, que por ahí nosotros la sabemos fraccionada porque nunca hemos hablado temas tan fuertes, pero sabemos que la abuela viene de una vida dura y más que nada de superación. Hace un par de días cumplió 90 años y esperamos tenerla muchos años más”.

 

Florinda deja un mensaje claro: el trabajo, hecho con amor, es la clave para superar las dificultades. Su invernáculo, repleto de verduras, es un testimonio viviente de su labor constante y amor por la tierra.

 

Hagan su trabajo, que el trabajo nunca está mal, como lo hice yo con mis hijos en todos lados; yo esquilaba a tijera y después vendía esa lana y de ahí le compraba todo a mis hijitos, pero gracias a Dios la comida nunca les faltó nada. Que trabajen con amor, el trabajo es muy bueno y muy sano. Que sean unidos con trabajo y con amor”.

 

En sus propias palabras, Florinda invita a que cada uno haga su trabajo con amor, recordando que el esfuerzo siempre tiene recompensas. Su vida es un recordatorio de que, incluso en medio de las adversidades, el amor y la perseverancia son las herramientas más poderosas.

 

A su vez, que La Trochita, el tren que simboliza su vida, siga adelante, al igual que el legado de Florinda Altamirano, quien ha tejido una historia de amor y superación que perdurará en el tiempo.

 

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