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06 de Octubre de 2024
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“Ser cristiano es pensar en el otro”: la historia del cura Molina y la Fundación Valdocco

Desde el Impenetrable chaqueño hasta el Calafate, el cura Molina ha ido estableciendo diferentes casas para ayudar y dignificar a los niños más necesitados del país. Hoy conocemos su historia. 

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- Por Lelia Castro -

 

Juan Carlos Molina nace en Chillar, un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires al que recuerda como muy tranquilo y hermoso, también agrega: “quizás por eso soy bastante chillón”. Algún tiempo después toda su familia decide mudarse a la Patagonia, donde termina sus estudios secundarios. 

 

“Los chicos me dicen ‘el cura’, ese ha sido el nombre que vengo llevando desde hace 25 años, cuando empecé a trabajar o cuando Dios me mandó a trabajar en medio de los pibes más pobres, de los más necesitados, de los que no tenían un lugar”. 

 

El cura Juan comienza su carrera eclesiástica en Caleta Olivia, un lugar que le traía recuerdos dolorosos de una niñez marcada por la carencia, pero su voto de obediencia hizo que finalmente accediera a ir. Allí comienza a trabajar con jóvenes en situación de adicción o con consumo problemático de sustancias, y con “pibes que caían muchas veces presos por robar, por hacer macanas”. Este es el punto de inicio de lo que más tarde sería la Fundación Valdocco.

 

“Me cuesta que me digan ‘Padre’ porque a veces se confunde. Hay muchos chicos de los que viven con nosotros que no tienen papás, entonces no sabían identificar entre el papá real, biológico y el cura, y quedó cura. Así empezó mi historia”. 

 

Hoy, 25 años después, nos cuenta orgulloso que Fundación Valdocco cuenta con 4 casas y media distribuidas a lo largo del país que dan cobijo a muchos niños que, por diversas circunstancias, se encuentran en situación de necesidad. 

 

“Tenemos la casa en donde nació la Fundación, en Cañadón Seco, Santa Cruz. Ahí tenemos una casa enorme con pileta porque los pobres también se merecen tener pileta y esquiar, sino es pobrismo”. 

 

En la provincia de Chaco actualmente hay dos casas: una en el Impenetrable, y la otra en General Vedia. El cura Juan nos cuenta de las condiciones realmente complejas con las que se tienen que enfrentar los niños en estos lugares: “El Impenetrable chaqueño es muy difícil, hacen 40 o 50 grados, no hay agua, los caminos son de tierra, las chozas, las formas de vivir, es muy difícil. A veces no se entiende si no se ve. Podemos entender el Chaco cuando se va, se toca, se ve y se sufre.”

 

“Cuando estábamos tranquilos viene el terremoto en Haití. Entonces me piden si podemos armar un Valdocco ahí, y nos fuimos a armar una casa. (...) Ahora, la última casa que armamos es la de Calafate”. 

 

La Fundación Valdocco se piensa a sí misma como una “pata del Estado” que ayuda donde éste no puede llegar. Además, trabajan con diversos organismos a través de los cuales consiguen la comida para los chicos, la ropa y todo lo que puedan llegar a necesitar. Pero la contribución más importante viene de la mano de las donaciones que realiza “mucha gente buena”. Para ser parte y colaborar con esta heroica tarea la Fundación cuenta con una página web (www.valdocco.org.ar) en la que, además de poder conocer más a fondo la historia de la institución, también se puede contribuir. 

 

“Me siento muy amado, muy querido, muy reconocido: lo veo en sus sonrisas, en sus abrazos, en sus preguntas, en sus quejas”. 

 

Gracias al trabajo incansable del cura Juan y de todo su equipo de trabajo, hoy en día un grupo de niños pertenecientes a la comunidad wichí pudo conocer la nieve y las montañas. Al respecto nos emociona al contar: “Muchos chicos acá en Esquel tomaron un helado por primera vez en su vida, no solamente vieron la montaña”. Dentro de muy poco, además, tendrá la posibilidad de viajar junto a otro grupo de niños para que puedan conocer el Campo de Tulipanes en Trevelin. 

 

“Muchos de los chicos que están acá comen mucho porque no saben si a la noche van a comer, entonces estamos en ese proceso de comer poquito porque después sí van a comer de nuevo”.  

 

El cura Juan nos invita a mirar siempre al otro, a aquel que menos tiene, y agrega: “No es solamente darles de comer y vestirlos, es darles dignidad”. Un buen cristiano, en sus palabras, no sólo reparte lo que le sobra sino que busca dar siempre lo mejor que tiene para lograr que éste otro, a su vez, tome conciencia de la importancia de replicar esta noble acción. Esa es la única manera de lograr crear un mundo mejor. 

 

“Estos chicos que están aprendiendo snowboard hoy son capaces de sacarse su media seca, y dársela al que tiene la media mojada. Lo aprendieron, llevó tiempo pero hoy lo hacen de corazón”.

 

Al momento de despedirnos nos deja un mensaje que es responsabilidad y esperanza al mismo tiempo, y que esperamos todos tengamos siempre en mente: “No dejen de amar, no dejen de querer al otro, no dejen de mirar al otro. Yo les decía a los chicos hoy a la mañana que venían con miedo: se puede, siempre se puede”. 

 

“Yo aprendí desde muy chico que lo que hago no es la obra del cura Juan, esta no es la obra del padre Molina, acá está Jesús. (...) Yo sé que no son míos, son de Dios y eso me permite siempre tener más hijos”.

 

Agradecemos al cura Juan por compartir su sabiduría con nosotros de forma tan honesta y a su gran equipo de trabajo quienes son “el verdadero motor de la Fundación”. También agradecemos al equipo del Centro de Esquí la Hoya por facilitarnos un lugar para la realización de esta entrevista. 

 

 

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