- Por Marisa Gómez -
Ofelia camina con los hombros caídos mientras reza. Va de un lado al otro de la habitación. En cada paso el piso de madera cruje y se acopla a la respiración de la hija. El cuerpo se confunde con las sábanas, las venas de la mano sobresalen transparentes. No se puede levantar, le dijo el médico, que la visita todas las tardes desde hace tres meses.
Ofelia da vueltas alrededor de la cama, observa las estatuillas de la Virgen de Luján, la de Itatí, y las estampitas, de las otras vírgenes: de La Merced, del Milagro, del Rosario y otras más. Hace tres meses que reza, y piensa en María Luz, su hermana.
Prepara el desayuno para su hija, té con una pizca de azúcar y una galletita de agua, según indicación médica. La observa mientras toma a sorbos, le da un beso, le da otro al esposo, voy a buscar a mi hermana, ojalá me escuche.
En diez minutos llega al pueblito de campesinos. Pregunta dónde está la casa de María Luz, le indican el camino y le aclaran que a las nueve se abre el portón. Estaciona detrás de una camioneta y al preguntar, todos le cuentan historias de María Luz. Camina como un kilómetro, entre la fila de autos, camionetas, motos…Todos esperan a los soldados de María Luz.
Nueve de la mañana, se oyen los cánticos a la virgen y muchachos y chicas, los soldados de María Luz, abren el portón y ubican a la gente en el predio, alrededor de la casa, en sectores con sombrillas y reposeras, bares y restaurantes preparados para la espera.
Mucha gente, pero siente un vacío que le camina la médula y le recorre la piel. Los cánticos le humedecen los ojos y recuerda el día en que su hermana llegó a la casa exaltada, la Virgen María se le había presentado y le había dicho que tenía el don de sanar personas, sólo con la imposición de las manos.
Ofelia había creído que era otra mentira de su hermana y se fue alejando. Ahora reconoce que en realidad fueron los celos, que se fueron acrecentando a medida que la fama de sanadora de María Luz crecía.
Se sienta y observa como los soldados de María Luz van y vienen, atienden a la gente, cuidan el predio, el césped, los árboles, las flores, mientras las alabanzas tiñen de armonía y calma.
¿Qué hago acá?, se pregunta.
Uno de los soldados de María Luz, se acerca y le dice, que ya le toca entrar.
Acompáñame, le dice y la deja en un ambiente amplio frente a un ventanal con un solo sillón que mira a la ermita cubierta de crucifijos, mariposas, estatuillas, flores…
María Luz entra y reconoce a su hermana. La abraza mucho tiempo, después, sin que Ofelia diga nada, le pide que espere a que termine para llevarla a ver a su hija.
María Luz sonríe, le acaricia la mejilla con el dorso de la mano.
Cuando termina la ronda de visitas, le pide a uno de los soldados que las lleve a la casa de Ofelia. María Luz le da la dirección. La hermana no sabe qué decir. Sé todo sobre tu vida, sos mi hermana y te tengo que cuidar.
La hija parece haber esperado esa visita. Se sienta en la cama. Ahora sí, es verdad, la veo perfectamente, ¿es la virgen?
Ella te está esperando, yo también. Sos mi sucesora.