Me hamaco en mi silloncito de mimbre.
Estoy en penitencia de espaldas al mundo. Mi papá me puso en penitencia. Mi mamá ni habló, pero tampoco me defendió. Ellos saben que sufro en ese rincón.
Todo por culpa de la mamá de Juan. Ella entró a la cocina de mi casa como un trompo, dijo mamá, que no la quiere porque es ligera, pero a su vez siente pena por su hijo. Con papá que es caballero, escucharon los gritos, nosotros cuidamos a Juancito todo el tiempo y cada vez que se junta con la hija de ustedes, esa muchachona, hay problemas. Hoy llegó embarrado hasta las orejas y cansado. No quiero que sea más su amiga.
En el barrio nos llaman los gemelos. La mamá de Juan no entiende nuestra amistad.
Juan me prestó las botas de goma del abuelo, la camisa de frisa a cuadros del campo, una cartuchera de cuero de terciopelo, un pañuelo con el que cubrí parte de mi rostro y dos revólveres negros con estrellas de plata que sacaban chispas. Todo para que yo le regale las masitas de chocolate que no le dejan comer, por no sé qué enfermedad que tiene en el hígado.
Juan y yo éramos los bandidos más temibles. Nadie nos encontraba. Arrastrábamos los codos y la panza como las tortugas. Recorríamos los ríos, praderas, montes, campos. Descansábamos debajo de la higuera mientras devorábamos los higos. Nos bañábamos en el charco de barro que se formaba por el descuido de mi mamá cuando regaba los malvones.
Todo eso cambió desde hace un año cuando empezó con lo de la enfermedad. La mamá de Juan no entiende que es difícil abandonar la vida de cuatreros.
Por su culpa, Juan tendrá que buscar otra amiga. No le será fácil, las nenas de los alrededores juegan a las mamás y la casita, son aburridas.
Juan es tres años mayor que yo, pero parece menor, porque es chiquito como la perdiz, orejudo y feo como el cuis, y también bueno como el perejil, dice mamá. Además la enfermedad no lo deja crecer, eso también lo escuché.
Sigo sentada contra la pared. Me hamaco cada vez más fuerte y le pego con toda la bronca que tengo adentro. Mi flequillo vuela mientras me sujeto con fuerza a los brazos del sillón, y entre dientes balbuceo, es injusto, esto no me lo merezco.
¡Basta! Me dice papá, terminala, y agrega, ya te dijimos que Juan está delicado de salud. Que si querías jugar con él, tenías que cuidarlo. Ahora ya está. Su mamá está enojada. No puede ser que no escuches y seas tan rebelde.
Yo lo cuido, le digo, esto no, aquello no, pero es él que no me hace caso y sigue, porque con vos me siento vivo, me repite.
Mamá me mira desconcertada. Papá me pregunta por qué no lo dije.
Hicimos una promesa de gemelos, lo juramos con saliva, no podía.
Los tres nos abrazamos y se mezclan nuestras lágrimas.