RED43 opinion
10 de Agosto de 2025
opinion |
Marisa Gomez

La abuela Mimi

Por Marisa Gomez.

Escuchar esta nota

La abuela Mimi

 

Desde la puerta se escuchan los gritos, es la abuela Mimi. La miro a mamá y me escondo dentro del armario. No me gusta que me deje marcados los dos cachetes con el labial rojo con olor a naftalina,  tampoco que me haga la señal de la cruz en la frente y de vuelta los ojos hasta dejarlos blancos.

 

No soy la única que sufre con sus visitas.

 

A mamá se le hinchan las venas del cuello y le saltan los ojos como a una yarará cuando Mimi se viste como un carancho, batón negro hasta los tobillos, pero lo peor, es el golpeteo que hace en la mesa con sus uñas, cuando habla. Aunque papá dice que lo que la hace empastillar a mamá es que debe sacrificar el living porque Mimi no solo lo llena de velas e imágenes de santos, sino que además recibe a la gente.

 

Escucho que dice,  ¡lástima que mi nietita no está! No podrá estrenar este conjunto rosa. Salgo, le manoteo el regalo y cuando me besa, no respiro.

 

Tocan el timbre. Mamá desaparece, en cambio, yo no me muevo del living porque cuido la caja con los billetes que deja la gente y al final de la tarde, me da unos cuantos que escondo, para que mamá no me los robe.

 

Es la vecina de al lado con su hijo. Es el empacho, dice Mimi y desenrosca la cinta roja. A la media hora, la vecina de enfrente quiere que vea a su bebé que llora sin parar, el mal de ojos, dice Mimi y echa tres gotas de aceite en un plato con agua. Reza hasta que las gotas se van al fondo. Curado, le dice a la madre. Después, llega otro nene con su abuela,  son los parásitos, diagnostica. Mientras Mimi repite el Padre Nuestro casi sin respirar, los hilos se enroscan dentro del frasco con agua.

 

El panadero le muestra una radiografía y la abuela saca su chuchillo, hace unas cruces sobre el hígado, curado, dice. La señora muy pituca, que vive en la esquina, entra como una tromba y se desparrama en el sillón. Le habla a Mimi al oído, que le contesta un no con el movimiento de su cabeza. La señora llora y se limpia la cara con un pañuelo. Saca de la cartera una foto, es el marido, lo reconozco, aunque ahora el cabello es blanco. Mimi la observa, y seria le dice.

 

No, no. Hace años me prometí que no. No.

 

La vecina llora y me mira. Mimi me hace una seña para que me vaya, son cosas de mujeres, y me manda a mi cuarto. Desde ahí escucho.

 

Por favor, Mimi. Te lo suplico. Un susto, solo un susto, nada más.

 

Espero un ratito y cuando el silencio me abomba, salgo y veo a Mimi sentada en el sillón mientras recita entre dientes frases que no entiendo con la cabeza hacia atrás, la respiración entrecortada y la  foto del canoso arriba de la mesa rodeada por un rosario de calaveras.

 

Grito y enseguida viene mamá que me dice, vení, dejala, tu abuela se cree Pachita, la Chamana.

 

Son las nueve de la noche. La mesa está puesta. Papá no llega.

 

Mimi mira el reloj de pared y dice, no me creo Pachita, con una sonrisa  sarcástica, pero hoy pasarán cosas. Mamá se toma otra pastilla.

 

Papá entra a casa con la camisa ensangrentada. A mamá se le aflojan las piernas y los ojos se le tuercen. La abuela le dice, tranquila hija, no es tu marido, es el vecino de la esquina.

 

No, comenta papá. Es su esposa. Tuvo un accidente, la auxilié, está viva. Un susto, solo un susto, dice papá, mientras Mimi corre hacia la calle.

 

Marisa Gomez

 

¿QUÉ TE PARECIÓ LA NOTA?
Ocurrió un error