24 de Agosto de 2019
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En el aniversario del nacimiento de Jorge Luis Borges, te contamos una anécdota relacionada con Esquel

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Jorge Luis Borges nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899 y falleció en Ginebra el 14 de junio 1986 a los 87 años de cáncer de hígado. 

 

Borges fue considerado uno de los escritores más destacados  y completos del siglo pasado ya que escribía ensayos, cuentos y poemas. Sus escritos exigen un minucioso análisis ya que portan múltiples interpretaciones y descartan todo dogmatismo.

 

En la hora de preferencia de esta semana, el concejal Sergio Sepiurka destacó la relación del escritor con el Viejo Expreso Patagónico: "Hay una relación entre Borges y Esquel, muy importante: tiene que ver con que Borges, en el año 1976, recibió al gran escritor norteamericano Paul Theroux, que se propuso desde Boston recorrer en trenes toda América Latina para llegar al punto más austral que se pueda alcanzar en un ferrocarril, y ese lugar era Esquel. Después de hacer su viaje llega a Buenos Aires y hablaron todo el tiempo durante una semana. Borges, en un momento, lo trató de convencer de que no vaya a la Patagonia porque estaba encantado con sus conversaciones. Theroux decidió continuar su viaje al punto que se había propuesto y describió en su libro "Viejo Expreso Patagónico" cómo, a medida que se iba acercando, se iba dando cuenta que Esquel no era un lugar al que la gente llega, era un lugar del cual la gente se iba. Era un lugar muy lejano. Theroux, en su libro, dice: 'La locomotora que me dejó junto al andén parecía que no tenía más fuerza, pero a mí no me quedaban dudas de que guardaba energía para cien años más'. Esa descripción hizo famosa a La Trochita e hizo que algo que era querido localmente y admirado nacionalmente tuviera una trascendencia de mito internacional, y por eso tenemos este patrimonio que en unos años cumplirá su centenario".

 

Para recordar a Jorge Luis Borges, ponemos a disposición de los lectores un texto suministrado por Martín Kohan a diario Clarín. Kohan es licenciado y doctor en letras, novelista, cuentista y ensayista. 

 

"La sensación de haber llegado demasiado tarde, de que el “poeta fuerte” (en inmediata precedencia o en impiadosa contemporaneidad) ya lo ha escrito todo, es parte de lo que famosamente Harold Bloom describió como “la angustia de las influencias”. De Borges, que la suscitó en su momento, podría suponerse que dejaba al menos liberado un género, el de la novela, dado que, como sabe casi todo el mundo, no lo practicó. Y sin embargo, no fue así. Acaso porque, como señaló Alan Pauls, Borges escribió, no una obra, sino una literatura, es decir, una totalidad; y cada uno de sus cuentos, para el caso, parece funcionar como un punto de altísima concentración semántica y formal, un todo en potencia. Su declarada preferencia por la economía verbal y narrativa se resuelve en todo caso así, menos como un despojamiento que como un poder de contracción y densidad; ese todo que no se despliega, ni en explicaciones psicológicas ni en irrelevancias, se encuentra sin embargo ahí.

 

El cuento permaneció, como género, más ligado a la tradición (en comparación, por lo pronto, con la novela, pero también con la poesía o el teatro). Aun escritores fuertemente experimentales en las novelas, como Joyce o como Faulkner, lo fueron mucho menos, o no lo fueron nada, a la hora de escribir cuentos. Borges logró ser innovador en ese género. Y produjo entonces lo que toda ruptura artística produce en un principio: descolocación, perplejidad. ¿Qué era Pierre Menard, autor del Quijote, qué era Examen de la obra de Herbert Quain, como había que leerlos? Y antes aún, ¿qué eran esos pequeños textos de Historia universal de la infamia, cómo había que leerlos? Esta clase de ruptura desconcierta a los lectores, en lugar de confirmarlos; a veces hasta cabe considerar que se dirigen a un lector que todavía no existe, que hay que construir. De Borges puede por eso decirse que creó, además de una literatura, también a su lector.

 

Pero no hay ruptura sin tradición, ni sin una tradición de ruptura. Por lo demás, en Borges la tradición ocupa un lugar evidentemente decisivo; aunque no como objeto de preservación y atesoramiento, sino como invención y reinvención. Es decir, no a la manera de los tradicionalistas, sino a la manera que a los tradicionalistas consterna: la que plantea, por ejemplo, en El Sur; la de las dos reescrituras de Martín Fierro; la de su famosa mitología orillera.

 

“La cristalización convencional de un Borges filosófico, cerebral, no tendría por qué hacer que se pase por alto la dimensión pasional, sentimental, corporal de sus relatos”.

 

Los vanos prejuicios que, con frecuencia, se aplicaron sobre Borges, según lo que se sabía o se creía saber sobre él y sobre su vida, impusieron a su literatura la idea de que en ella faltaban el impulso de la intensidad vital, el sello de autenticidad de lo vivenciado, el vínculo primordial con las experiencias. Esos prejuicios, como todos los prejuicios, obstruyeron las lecturas, las fijaron de antemano. Y en cierto modo demoraron el reconocimiento del lugar fundamental que en sus cuentos se da a las pasiones y a las violencias, al sexo y a la muerte infligida. Así, con toda evidencia, en La intrusa o en Emma Zunz, en El Sur o en Hombre de la esquina rosada, incluso en El aleph (sobre todo si se piensa Help a él, de Fogwill, extremando el texto de Borges, y no invirtiéndolo, que es como por facilidad se lo lee a menudo). La cristalización convencional, enfatizada en demasía, de un Borges filosófico, metafísico, cerebral, conceptual, el Borges de las matemáticas y de las geometrías, no tendría por qué hacer que se pase por alto la dimensión pasional, sentimental, corporal de sus relatos (el pudor, donde lo haya, no mitiga esos desbordes: es un modo de afrontarlos).

 

La clasicidad de los cuentos de Borges no radica hoy en su poder de inhibición, sino al revés, en su productividad, en su poder de suscitar escrituras (así como el poema de José Hernández motivó alguna vez las suyas propias). Borges persiste y es clásico en cuentos como Diagonal sur, de Jorge Consiglio o El aleph engordado, de Pablo Katchadjián. Ahí se expresa su vigencia literaria real, no en haberlo embalsamado para después pasear su momia en homenajes tan solemnes como huecos."

 

Martín Kohan

 

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