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Cosme José Barrios: "En la guerra, vos perdés la noción del tiempo, de las horas"

El veterano de Malvinas nos cuenta sobre su vida y sus historias de guerra, y nos muestra imágenes de sus recuerdos. Te invitamos a escucharlo en este Día del Veterano y de los Caídos.

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Toda su vida, el veterano de Malvinas Cosme José Barrios tuvo vocación de pertenecer a una institución nacional. Vivía en un pequeño pueblo de Corrientes y, en el 74, con 18 años, comenzó a hacer trámites para entrar a Prefectura. Llegó un poco tarde y le quedó la opción de inscribirse en la escuela militar Sargento Cabral, una de las más estrictas.

 

Su padre, en especial, no quería que su hijo fuera allí y él necesitaba una autorización. Intentó persuadirlo, pero Cosme no se dejó convencer y le dijo:

 

“Si todos los militares son seres humanos, ¿por qué no voy a aguantar yo, que soy ser humano también?”

 

Finalmente le permitieron asistir y, el 15 de febrero del 75, en una carta que todavía guarda, fue admitido y comenzó su carrera militar. Luego de casi 2 años terminó su instrucción allí. A la hora de elegir puesto, eligió el C3, Coraceros General Pacheco, y así fue como llegó a Esquel, junto a uno de sus compañeros.

 

Pasó tiempos difíciles: hubo una subversión que azotó Latinoamérica y en la cual a cualquier persona con pelo corto le disparaban apenas verla.

 

“En esa época, murieron más soldados que en la misma guerra de Malvinas”.

 

También vivió el conflicto del Beagle y muchos más. Siempre manejó tanques y los ejercicios duraban días enteros. Luego de mucho aprendizaje (y anécdotas), llegó la guerra de Malvinas. Desde su perspectiva, sentía que toda Latinoamérica y Centroamérica estaban en su contra:

 

“Nos odian todos porque somos un país grande y rico, y somos muy liberales”.

 

“Nos van a seguir juzgando de por vida por el tema de la última batalla que se perdió”, cuenta Cosme. Sin embargo, siente orgullo por lo que se logró hacer y explica que los ingleses les tenían respeto: “con la bravura que peleó, con lo poco que tenía”.

 

De día, sufrían los disparos de los aviones. Primeramente, volaban a 500, 600 o 700 pies de altura y disparaban. Cuando llegó la antiaérea argentina, “les volteamos como 4 aviones. Yo los vi caer”. En ese momento, comenzó la guerra de alta altura: los aviones argentinos llegaban a 11 mil pies, mientras que los ingleses alcanzaban 12 o 13 mil. “Cuando decían ‘Alerta roja’ empezábamos a buscar dónde estaba el avión, nada más, porque otra salvación no teníamos”, nos comenta. Las trincheras no servían en esa situación y no había manera de ocultarse.

 

Luego de las 11 de la noche, comenzaba la otra guerra: se aproximaban los barcos. En los primeros tiempos, llegaban a una distancia de 5 o 6 kilómetros y, desde allí, combatían. Luego hubo contraataques argentinos y pudieron destruir varios.

 

“Hasta el momento, tengo en los ojos, viendo: del lado del puerto, cuando nos está bombardeando y, de repente, se abre, se parte en dos y cae”.

 

Luego de esto, comenzaron a disparar a 45 kilómetros de distancia. “Ahí no podíamos hacer nada, te podés imaginar. La redondez de la tierra ya empieza a notarse un poco también. Y nos tiraban. Desde las 11 de la noche, hasta las 5 de la mañana”. La estrategia inglesa era disparar por cuadrícula.

 

“Te tiraba acá un rato; cambiaba, tiraba allá; tiraba acá. No te dejaban dormir: de día, el avión, a altas alturas, y de noche, los barcos. Y te bombardeaban”.

 

“Ellos pensaban que en pocos días terminaba”, cuenta. Cuando los ingleses rodearon la isla, ningún avión podía llegar, y, pronto, se quedaron sin víveres y sin proyectiles. Al llegar a Puerto Argentino, los sacaron rápidamente de allí, diciéndoles que estaban a plena disposición del rival.

 

“Éramos la carne de cañón de los ingleses”.

 

Debieron deshacer el camino andado. Ocultaron sus vehículos como pudieron. “En eso, agarro, veo un hombre que sale de la casa y empieza a juntar turba en un balde. Y yo digo ‘Y este tipo, ¿qué hace acá juntando turba?’. Estaban bombardeando, ahí, cerca de nosotros. Y de golpe y porrazo agarra y se mete en su casa. Todas las casas tienen sótano, allá. Y se mete. Al ratito que se metió, habrán pasado 5 minutos, arriba de nosotros cayeron como 40 bombazos, donde estábamos nosotros. Ahí, se me pincha la cubierta de mi tanque. Por supuesto, podía yo andar en mi tanque, pero con la rueda desinflada. Y desparramada, por todos lados, la gente”.

 

Era 14 de junio y todo estaba completamente congelado. Para no resbalar, se abrazó a compañeros heridos y, caminando, los ayudó a buscar un hospital. En la entrada, había una carpa donde dejaron a los heridos: cuando regresaban, volvieron a atacarlos.

 

“Naturalmente, en la guerra, vos perdés la noción del tiempo, de las horas, nada de eso”.

 

Después de que terminó la batalla, encontró al mismo hombre que se había ocultado en su sótano y que antes había creído ganadero y cuidador de casas, vestido con el uniforme de la marina real inglesa.

 

 “¿Sabe por qué razón no hubo muchos desertores allá? Por el tema de que estaba rodeado de agua. Porque si no, ¿vos sabés la cantidad de desertores que hubiera habido?”

 

Entre bombardeos y ataques, detuvieron todo de repente, por el encuentro entre dos generales. Finalmente, les dijeron que retrocedieran a sus puestos. “Ahí dejó de haber bombardeos, de haber todo, porque era todos los días”, cuenta.

 

“Quedó todo en silencio”.

 

Todo esto ocurrió en tan solo 67 días de guerra, en los que Cosme estuvo en Malvinas.

 

Te invitamos a escucharlo describir las imágenes de su vida.

 

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