- Por Lelia Castro -
En Trevelin hay lugares que no son solo comercios: son puntos de encuentro e historia viva del pueblo. Uno de ellos es Dos Naciones, el local gastronómico que desde hace dos décadas sostiene, con esfuerzo cotidiano y cocina casera, Blanca Flores.
“Mi nombre es Blanca Flores, el local se llama Dos Naciones y estoy trabajando con este local hace aproximadamente 20 años”.
El local no siempre estuvo donde está hoy: “Primero la avenida San Martín y después nos trasladamos a Avenida Fontana". En ese espacio actual, cuenta Blanca: “Hace más o menos 12 años sacaba la cuenta que estamos aquí en este local”.
"Nosotros vinimos en el año 72 a Trevelin. Mis papás eran los dos argentinos y nosotros éramos 6 hermanos chilenos".
Blanca no nació en Argentina: “Mi nacionalidad es chilena”, aclara. Llegó a Trevelin siendo apenas una nena: “Yo tenía 12 años cuando vinimos acá a este bendito pueblo de Trevelin”. Sus padres, argentinos, habían decidido cruzar la cordillera por trabajo, en plena construcción de la represa Futaleufú.
"Uno antes trabajaba a los 13 años, ahora a un chico a los 13 años no se le puede exigir ni enseñar a trabajar porque las leyes son distintas".
La memoria de su madre aparece como una guía permanente. “Mi mamá, una mujer de campo, muy trabajadora, que nos dejó valores sobre todas las cosas”. Eran seis hermanos y el trabajo era ley: “Inculcó la cultura del trabajo sobre todo”. Blanca compara aquellos tiempos con los actuales y resume sin vueltas: “Uno no sabe mucho tampoco de tecnología, sabe de trabajo nada más”.
"Ya no es el pueblo al que uno se vino".
Desde su llegada, vio crecer a Trevelin. Recuerda cuando el pueblo terminaba mucho antes y que estaba poblado en gran parte por familias chilenas que llegaron por la represa. “Todos vinieron a trabajar y después construyeron, compraron sus terrenos, hicieron sus casitas, de a poco”. La vida nunca fue fácil: “Siempre la vida costó… ahora capaz que más, pero siempre costó”.
"Yo a mi marido lo conozco desde chico igual, también es del mismo pueblo donde yo vivía".
Su papá trabajó en la represa, mientras ella terminaba la escuela primaria. Blanca fue testigo del movimiento constante de camiones, micros y obreros: “Había muchísima gente… muchos micros que llevaban al personal”. De joven también conoció al que se convertiría en su marido y compañero de vida.
"Tenemos 4 hijos que ya son grandes y 10 nietos, hay que ver cómo ha pasado el tiempo".
Antes de Dos Naciones, Blanca ya trabajaba en gastronomía. La oportunidad apareció casi de casualidad. “Un día uno de mis hijos dice: mami, venden un fondo de comercio, y te reciben el auto”. Tenían un Fiat 147 y pocas certezas. “Yo le pregunté a mi compañero… y dice: no, si a vos te parece, hacerlo nomás el negocio”. Compraron lo poco que había de un antiguo kiosco y se embarcaron en esta aventura, sin embargo, el comienzo fue duro.
"Nadie te daba, tenías que tener garantes con solvencia y todas esas historias, y uno era un trabajador común y corriente".
Una frase marcó el inicio: “Arranque con lo que tenga”, le dijo don Álvarez. Blanca tenía apenas “400 pesos”. Con eso compró lo esencial: “Harina, carne, un poco de todo, un poco de queso y vamos a arrancar”. Y arrancó.
"Ya venía con una modalidad de trabajo de otro lugar, yo puse de mi parte y no hice lo mismo".
En la avenida San Martín trabajaron sin descanso: “Entrábamos a las siete de la mañana… y a veces nos íbamos a las dos de la mañana”. Esperaban incluso a camioneros que llegaban tarde. Hoy el cuerpo marca otros tiempos: “Uno se da cuenta que mientras más trabaja los años se desgastan y las fuerzas no son las mismas”. Aun así, sostiene: “Gracias a Dios todavía estamos en pie”.
"Con esa miseria que le digo que tenía, preparé pastas y algunos tucos, salsas y demás".
La identidad del local se construyó desde la cocina. “Mi fuerte eran las pastas”. Con poco, hizo mucho y en poco tiempo las empanadas se volvieron su sello: “Se hicieron conocidas en la zona”. Llegan clientes de Lago Puelo y El Bolsón.
“Todo lo que hacemos lo producimos adentro, todo lo que mandamos a la mesa lo producimos adentro”.
Esa cocina tiene raíces profundas y familiares, es que Blanca recuerda la pasión por cocinar que sentía su abuela: “Siempre ella estaba cocinando… tenía su huerta, iba a buscar sus verduritas”. Cocinar, para Blanca, no es solo técnica: “La cocina hay que tenerle mucho cariño porque si no, uno las cosas no las hace bien”.
"La mamá a nosotros nos enseñó de chicos. Si no alcanzaba la mesa, te subía a un banquito y armaba una masa".
El nombre Dos Naciones también habla de su historia. Sus abuelos, padres y la familia de su marido mezclan orígenes argentinos y chilenos. “Entonces era como… veníamos ya de dos naciones”.
"Yo no quise volver nunca a Chile, pero si le hubiese llevado el punto a mi compañero, hubiésemos vuelto".
Los últimos tiempos no han sido fáciles para la gastronomía. “Octubre para nosotros fue terror. No tuvimos nada de trabajo, nada”. Aun así, Blanca agradece lo esencial. “En realidad, a mí me ha dado todo”, dice sobre el local. Abrieron un “8 de mayo, el Día de la Virgen”. Hoy, a sus 64 años, valora poder seguir activa: “La satisfacción que hoy día tengo, 64 años y puedo trabajar. En realidad, sobre todo, el trabajo para uno mantenerse, para vivir el día a día".
"La gente de acá nunca deja de comprar igual, pero ya no es lo mismo que antes porque la gente antes estaba acostumbrada a salir a comer, a almorzar, a cenar. Ahora ya son pocos los que pueden".
Blanca nos deja un mensaje que resume su filosofía: “Todos los días cuando me levanto agradezco a Dios de tener vida y salud”. Para ella, no hay misterio: “Si hay trabajo, hay todo. Si no hay trabajo, no hay nada”. En Trevelin, Dos Naciones no es solo un restaurante, sino que es la historia viva de una mujer que amasó su destino con trabajo, memoria y amor.
Agradecemos a Blanca por dejarnos conocer un poco más de su vida y de la historia de su local.