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26 de Octubre de 2025
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Aira Roberts: la maestra que guarda el alma de Gales en el corazón de Esquel

A los 90 años, Aira Roberts recuerda una vida tejida entre el idioma galés, la docencia y elamor por su familia. Desde su casa en Esquel, repasa con serenidad su historia.

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“Mi primer idioma fue el galés”, dice con orgullo nuestra entrevistada. Aira Roberts nació el 21 de agosto de 1935, en la zona de chacras de Gaiman, en uno de los lugares más reconocidos por su herencia cultural galesa. Hija única, creció “cerca de mis abuelos, tíos, primos, y tenía con quién jugar”. Aquellos años, dice, fueron “una infancia muy linda, en la chacra, rodeada de familia y trabajo”. Volver a la tierra donde nació, ya nonagenaria, fue una experiencia cargada de emoción.

 

“Volví a la chacra donde nací a dar una vueltita, cosa que ya nunca podré volver a ver. Lo pasé muy lindo”.

 


Aira empezó la escuela a los siete años, cuando su mundo era todavía bilingüe, recuerda: “En tres meses aprendí muy bien el castellano, aunque en los recreos jugábamos con mis amigas y primas en galés”. Su primer maestro fue don Manuel, “un puntano casado con una galesa”, quien con los años todavía recordaba “algunas cosas que yo había dicho en galés”.

 


“Muy lindas épocas. Se celebraba el Día del Estudiante, hacíamos un picnic, íbamos en el
camión volcador de los Jacobsen al río Percy: unos encuentros muy lindos”.

 


Eran tiempos difíciles: la Segunda Guerra Mundial se hacía sentir incluso en aquellas
chacras lejanas. “La chacra no daba para todos los que estábamos ahí”, explica. Sus padres debieron mudarse a trabajar a la estancia Pampa Chica, hoy Tecka, y Aira, aún niña, se adaptó a la vida de movimiento, entre el campo y Gaiman.

 


“Recuerdo tantos comercios que había que ya no existen: la tienda “La liquidadora” que estaba más o menos ahora donde está el Banco Patagonia, la tienda “Buenos Aires”, por donde anda 007, la librería “Esquel”, donde yo compraba todos mis libros de estudio, el “Bar americano”, en la calle 25, donde íbamos a celebrar los cumpleaños a veces, y el “Cine Armonía”, donde de niña iba todos los domingos con mis amigas al matiné y después con mis padres íbamos de noche a ver al cine”.

 


Desde muy joven supo que su destino estaba en enseñar y lo mismo quiso transmitir a sus
hijos después. Terminó la Escuela Normal Regional, donde se recibió de maestra. “El año
que yo ingresé se recibieron los primeros bachilleres del Instituto. Épocas muy lindas
fueron”, rememora. Con un tono de orgullo agrega: “Cuando nos recibimos, el
intendente Adolfo Repetur nos invitó a firmar el libro histórico por ser los primeros maestros de Esquel. Fue un honor".

 


“Cuando era joven, eran los bailes de “La Española”: el Día de la Primavera, los carnavales. No salíamos todas las noches”.

 

Su primer trabajo fue dando educación física en la escuela normal. Luego vinieron los años
en el campo al casarse. Al crecer como hija única, Aira reconoce que siempre fue muy
mimada y no se preocupó por aprender a realizar las tareas del hogar, eso cambió al
casarse: “Tuve que aprender a amasar, a hacer manteca, a cocinar, a lavar, planchar... se acabó lo bueno, viste. Pero pasé momentos muy lindos”, cuenta entre risas. De ese amor nacieron cuatro hijos, y más tarde llegaron los nietos y bisnietos que hoy la rodean y la llenan de amor.

 


“Yo venía después caminando a la escuela. No había nada. Lo único que existía era el
tambo, ahí donde está la panificadora Esquel. No había ni una casa, nada”.

 


La docencia, sin embargo, volvió a llamarla: “Cada vez que iba a la escuela tenía ganas de
volver al aula. Me gustaba mucho.” Así lo hizo: trabajó en la escuela 57 de Trevelin, luego en la escuela 76 de Esquel, donde también habían estudiado sus hijos y su esposo. “Me jubilé en 1989”, recuerda Aira y menciona que aún hoy, después de todos estos años, cada vez que se encuentra con un exalumno recibe grandes muestras de cariño.

 


“En aquella época no venían camiones con fruta y eso, entonces, a veces mi abuelo de
Gaiman nos mandaba la caja de manzanas con el colectivo. Y después la tía abuela de acá nos regalaba los huevitos caseros, que no había en ese tiempo como ahora. Y alguna fruta que quedaba del verano”.

 


Las raíces galesas de Aira se entrelazan con su historia familiar. Su bisabuela irlandesa fue
madre de don Simón, quien “trajo un arreo de ovejas desde la costa que tardó tres años en
llegar”. Aira recuerda con respeto esa herencia de esfuerzo y tenacidad.

 


“Y yo cada vez que iba a la escuela también tenía ganas de volver a enseñar, de volver al
aula. Me gustaba mucho, así que cuando mi hijo más chico, Eduardo, cumplió el año, empecé a trabajar de nuevo”.

 


Su vida también conoció la pérdida. La partida de una hija marcó un antes y un después. Aira cuenta que fue su familia el pilar fundamental que la ayudó a salir adelante en este difícil momento. A los dos meses de esa tristeza nació Luisina, su primera nieta, un bálsamo en medio del dolor. Hoy tiene siete nietos y cuatro bisnietas: “La familia va creciendo, de a poco, es así”.

 


“Siempre les aconsejé a mis hijas que fueran docentes”.

 


Aunque ya no anda con la soltura de antes, Aira sigue acompañada y activa. “Tengo cuatro mujeres que me cuidan mucho, de día y de noche”. Cada tanto, se reúne con sus antiguas compañeras docentes: “El otro día me llevaron en silla de ruedas a un almuerzo por el cumpleaños de una de las jubiladas. Mis hijos no quieren que deje de ir.”

 


“Jamás tuve problema con padres, ni con alumnos, ni nada”.

 

 

En su casa, rodeada de recuerdos, aún se escucha el eco del idioma de sus ancestros: “Con mi cuñada, que tiene 94 años, hablamos siempre en galés por teléfono. Todavía
conservamos el idioma.” Su fe también se mantiene firme y aunque ya no puede ir a su
capilla protestante, recibe la bendición de un pastor en su hogar.

 

Antes de despedirse, Aira envía un mensaje con la serenidad de quien ha vivido mucho y bien: “A mis compañeras jubiladas y a las que siguen trabajando, que lo hagan con mucha vocación. A mis alumnos, un cariño muy grande, siempre los recuerdo. A mis hijos y nietos, que sigan estudiando, que es lo más importante en la vida.”

 


Aira deja en el aire la certeza de un legado que no muere: el del amor por la tierra, por la
educación, y por las raíces galesas que florecieron entre los vientos fríos de la Patagonia.

 

Agradecemos a Aira por dejarnos entrar a su hogar y brindarnos esta hermosa entrevista
llena de sabiduría y enseñanzas.

 

 

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