Ahora sos una hiena
Mamá no acepta un no.
Me agarra del brazo y me lleva casi arrastrándome a la casa de una vieja que dicen enseña teatro y declamación. Se para frente a la puerta, lee el cartel, es acá, golpea la puerta, por suerte encontré la casa, me dice y agrega, cambiá esa cara.
Una señora abre la puerta, entren, entren, me llamo Maribel y me da un beso en cada mejilla. Siento el olor a pescado muerto que deja su lápiz de labio. Pellizco el brazo de mi madre, me quiero ir, le digo. Se hace la que no me escucha mientras le cuenta a Maribel que está ahí porque la psicóloga le sugirió que yo hiciera teatro para liberar mi ira por la llegada de mi medio hermano. La miro fijo, entre los pelos del flequillo y sin pestañear, con mi mirada de bronca y odio. Estoy a punto de gritarle, mentirosa, pero mamá se da cuenta y me frena con un, cuidadito con esa lengua, mirá que te llevo a lo de tu padre y te dejo a vivir con él.
Yo no quiero vivir con mi papá, siempre está enojado y me dice cosas horribles de mamá. Me callo y acepto quedarme.
La vieja me lleva al living y me presenta a dos grandotes que tartamudean, y a una flaca con trenzas que cecea. Los muchachones se ríen a carcajadas.
Primero, la vieja nos hace llenar más y más los pulmones, se me van a reventar, y después a largar. Los muchachones respiran como potros y me tiran el aire a la cara. Después nos hace parar como garzas. Me caigo porque ellos me empujan.
Maribel grita, basta, me tienen cansada. Nos hace sentar y ella sube al escenario, abre los brazos, las piernas, se agacha, nos mira uno a uno a los ojos. Ahora somos animales de la selva, nos dice. Se arrastra como las serpientes, agita los brazos como si fuese un cóndor, abre los ojos como las lechuzas.
Se baja de la tarima empapada de sudor, vamos a transformarnos, suban los leopardos y señala a los varones con el dedo índice.
Se trenzan en pelea, me rugen en la cara, contengo la respiración, cierro los ojos y aprieto los dientes. Después le toca a la flaquita. Da pasos cortos, no quiere desacomodarse el cabello, es una hormiguita, eso dice ella. Por último la profesora me pide que suba yo.
Subo, muevo la cabeza en círculos, y Maribel grita, ahora sos una hiena, a cazar. Me dejo caer de rodillas al piso, apoyo las manos en el suelo y doy un salto hasta llegar a los pibes. Les rujo en la cara, los veo asustados y les muerdo los brazos, a uno y otro, no los largo.
Salí, loca, salí, me dicen, pero sigo. La rubia aplaude, se ríe, bien merecido, me grita.
Basta Mía, me dice la profesora, ya está, es solo una dramatización, basta. No la escucho, muerdo más fuerte, los muchachos lloran. Yo siento que desgarro la remera y después la carne. Soy una hiena y quiero matar. Maribel sube a la tarima, me zamarrea y me separa con fuerza. Me mira seria, corre sangre por los brazos de los muchachos.
Vayan a lavarse, les dice Maribel. Y a vos te espero el jueves a la misma hora.
Marisa Gomez