La aceleración de la inteligencia artificial está generando una nueva división global: no ya entre el Norte y el Sur, ni entre ricos y pobres en términos tradicionales, sino entre quienes pueden pagar por acceso privilegiado a la IA y quienes no. Como muestra el ejemplo de OpenAI, mientras un plan Plus cuesta $20 dólares al mes, el acceso Pro –con todos los recursos de investigación, cómputo intensivo y herramientas de generación de contenido– se eleva a $200 mensuales. Para países con economías frágiles, donde el salario mínimo ronda los $200 o $300 dólares, estas suscripciones se vuelven inaccesibles.
Esto plantea un escenario preocupante: ¿Qué sucede si solo una élite global, empresas y ciudadanos de países desarrollados, acceden al conocimiento, automatización y asistencia de última generación? La consecuencia puede ser una desigualdad cognitiva sin precedentes, donde ciertas naciones se vuelvan intelectualmente dependientes y otras concentren el desarrollo, la innovación y el control narrativo.
Un contraste con Internet
A diferencia de la inteligencia artificial, el acceso a Internet –desde sus inicios– fue masivo, libre y de bajo costo. Esa apertura permitió que, incluso con desigualdades, millones de personas de países en desarrollo pudieran acceder a información, educación y oportunidades de comunicación global. La red se convirtió en un motor de inclusión. La IA, en cambio, parece estar tomando el camino inverso: restringida, jerarquizada por capacidad de pago, y con barreras económicas que excluyen a la mayoría del planeta del verdadero potencial transformador.
¿Qué se puede esperar?
- Mayor desigualdad educativa y productiva. La IA será herramienta clave en la formación, el trabajo y la economía. Quien no acceda a ella quedará fuera del circuito global.
- Dependencia tecnológica. Las naciones sin capacidad de inversión quedarán atadas a las decisiones y filtros de empresas extranjeras.
- Nueva forma de colonialismo digital. No será con armas, sino con algoritmos y suscripciones: los que acceden deciden, los demás consumen.
- Resistencia y alternativas. Algunos países podrían impulsar modelos open source o nacionales. Pero requerirá voluntad política, inversión y cooperación regional.
El acceso a la inteligencia artificial no puede ser un lujo. Si no se garantiza una democratización del conocimiento, el riesgo es la aparición de “naciones tontas” por exclusión, no por falta de capacidad. El futuro ya no dependerá solo del capital económico, sino del cognitivo. Y este, en la era de la IA, tiene precio.