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11 de Septiembre de 2016
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15 años del 11S

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El 11 de septiembre de 2001, cuando los 19 kamikazes se subieron a los aviones para incrustarlos en los edificios más emblemáticos de Estados Unidos, el mundo tuvo un vuelco extraordinario. Pero ni en pleno shock postraumático de las 3.000 muertes, los hierros retorcidos, un presidente confundido mientras quería seguir leyendo un cuento a unos chicos del jardín, los sobrevivientes cubiertos de escombros y polvo caminando como zombies, la retórica belicista, el bombardeo de Afganistán y la invasión a Irak, podíamos imaginarnos que 15 años más tarde todo iba a ser peor. El terrorismo ya no es apenas un invitado con algunos campos de entrenamiento en los alrededores de Kabul. Ahora controla un vasto territorio entre Siria e Irak, el norte de Nigeria, la costa de Libia, porciones de Chad y Yemen y se expandió por Asia y Europa. Ya no sólo tiene la capacidad de organizar una sola gran acción con enormes recursos y cuatro años de preparación como lo hicieron Khalid Sheik Mohammed y Abu Hafs al Masri para concretar los ataques de Nueva York y Washington. Ahora, cuenta con lobos solitarios o agentes poco entrenados que simplemente alquilan un camión y atropellan a cientos en nombre de la sharía extrema, la ley coránica como se aplicaba en el siglo XII.

 

Las Torres Gemelas del World Trade Center se convirtieron en un símbolo de la prosperidad americana apenas se inauguraron en 1973. Pero no fue hasta el 7 de agosto de 1974 en que “adquirieron el alma” cuando un funambulista francés, Philippe Petit, las cruzó caminando por un cable a 417 metros del suelo. Fue un escándalo y una sensación en ese momento. Las torres, finalmente, lograron llegar al corazón de los neoyorquinos y, por ende, al del resto del mundo que admira a esa ciudad. Veintisiete años más tarde terminó “el ensueño” y devino “la pesadilla”. Estados Unidos abandonó de inmediato su relativa pasividad adquirida a los golpes con la derrota en Vietnam y comenzó a despedirse de su nuevo papel de potencia hegemónica tras la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética. El desorientado presidente George W. Bush, que había llegado a la Casa Blanca envuelto en sospechas de fraude, encontró su razón de ser y lanzó la “guerra contra el terrorismo que no cesará hasta que cada grupo terrorista de la tierra sea derrotado”. Primero fue a castigar a Al Qaeda y sus protectores en Afganistán –una acción que muchos justificaban en ese momento por el horror sufrido- y luego la inexplicable invasión a Irak, basada en mentiras como el de que la dictadura de Saddam Hussein acumulaba un arsenal químico-, que desvió la atención del foco principal del terrorismo y nos llevó exactamente a las antípodas de lo buscado. Desde entonces, de acuerdo a la base de datos del Global Terrorism Index de la Universidad de Maryland, las acciones terroristas se fueron acumulando y expandiendo año a año. En 2013, los ataques azotaron a 59 países con 2.492 ataques y 6.362 muertes. Un año más tarde, ya eran cien los países y en 2015 hubo un aumento de casi el 60% en los atentados que dejaron 17.959 muertos.
Quince años después de que el vuelo 11 de American Airlines fuera estrellado contra la torre norte a las 8:46 de la mañana y el 175 de United Airlines contra la torre sur, 16 minutos más tarde, esa zona del Lower Manhattan (ver “Tras los ataques…”)ha sido completamente reconstruida. Tres torres de oficinas se levantan en el mismo predio que ahora está coronado por una fantástica estructura del Oculus, diseñada por el arquitecto español Santiago Calatrava y que representa las alas desplegadas de una paloma que está siendo dejada en libertad. A un lado el museo de lo que sucedió allí, el National September 11 Memorial. Muy cerca, un flamante shopping con 100 tiendas de lujo. Por debajo un mundo que combina las estaciones de 13 líneas del subte y ferries que aglomeran a 300.000 personas cada día. Un conglomerado que ya tiene 15 millones de visitantes al año. Y entre medio de esa multitud una muestra clara de la consecuencia más visible que dejaron para siempre los atentados: la seguridad extrema y la pérdida de las libertades. Cientos de guardias y soldados armados como si estuvieran patrullando las calles de Bagdad. Se alteró el equilibrio entre libertad y seguridad. Una sociedad abierta e informal se transformó en otra siempre vigilante.
El argumento de los que defienden ese tan alto nivel de alerta es que desde el 11/S no se produjeron otros grandes atentados. Y se lograron abortar complots como el del camión repleto de explosivos que conducía un miliciano de origen paquistaní con residencia estadounidense y que intentó hacerlo explotar en el medio de Times Square. Pero todo fue a un costo enorme. Se invirtieron cada año desde el 2001 unos 400.000 millones de dólares (el equivalente a los fondos de argentinos en cuentas en el exterior) adicionales en seguridad. Esto, sin contar los más de 1,3 billones de dólares que costaron las guerras de Irak y Afganistán, de acuerdo a cifras Instituto Watson de Estudios Internacionales, de la Universidad Brown. Y hay que sumar los enormes gastos permanentes para el cuidado de los tres millones de veteranos de estas guerras que registran, a su vez, el mayor número de suicidios de cualquier otro conflicto anterior.

 

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