Hace más de 60 años que Isabel está instalada en nuestra querida ciudad de Esquel. De sus 4 hijos, Bety es la menor y es también sobre quién más recuerda el parto porque fue a la única que pudo tener en una clínica a través de una cesárea. Con una familia lamentablemente signada por problemas de salud, uno de los peores golpes lo recibió en el 2003 cuando le anunciaron que los riñones de su hija no funcionaban.
“Los chicos nunca pasaron necesidades, ni nada pero les faltaba atención mía porque yo trabajaba todo el día y mi esposo también. Los chicos estaban más bien solos”.
Isabel recuerda que mientras sus hijos crecían ella no podía darles toda la atención que hubiera querido porque tenía que trabajar, al igual que su marido. Por este motivo, la mayor de ellos era la encargada de limpiar y mantener todo en orden. Sin embargo, esto no impidió que todos sus hijos fueran a la escuela sin ningún problema.
“Antes no se hablaba de esto. Yo lo primero que conocí del riñón y del trasplante fue por ella”.
A raíz de una internación y por una situación límite de salud después de tres años de diálisis, les llega la peor noticia: los riñones de Bety habían dejado de funcionar y necesitaba de un trasplante. Así fue como Isabel, su propia madre, sin ningún tipo de duda decide ser su donante.
“Le dije a la doctora: yo puedo ser la donante”.
Isabel nos cuenta que la operación tuvo que hacerse en Buenos Aires donde estaban los especialistas necesarios para realizar una intervención de tal magnitud, y rescata de este momento el constante apoyo y acompañamiento que tuvo de su familia y de los miembros de su iglesia.
“Me hacía sentir mal la espera de saber si iba a poder ser trasplantada o no. Lo que más quería era que sea trasplantada para que ella esté bien”.
Lamentablemente hoy en día su hija sigue batallando contra sus problemas de riñón. De nuevo esta familia recibió una terrible noticia: el riñón donado por Isabel también dejó de funcionar.
“A los diez días ya andaba caminando. No sentí nada. Les dije: debe ser porque le di el riñón a mi hija que no me molestó para nada”.
De toda esta experiencia, tanto Isabel como Bety subrayan como lo más positivo el hecho de que tomaron dimensión de la importancia que tiene el trabajo de los riñones para mantener una buena calidad de vida, y la cantidad de problemas que acarrea su mal funcionamiento. Además, madre e hija agradecen y valoran el amor familiar que las sostiene aún en pie. Otro de sus soportes incondicionales ha sido su fe en Dios y en que todas las batallas pueden ser ganadas con la fuerza que les brinda cada día.
“Somos muy creyentes las dos y siempre fuimos muy acompañadas por la Iglesia a la que vamos”.
Por su parte, Bety considera que su existir es un milagro porque en la actualidad sobrevive sin el funcionamiento pleno del riñón trasplantado mientras espera la aparición de un nuevo donante. Sin embargo, mantiene la esperanza de que “algún día voy a dejar de sufrir”. Uno de los peores momentos que le tocó atravesar fue su última descompensación a raíz de la cual tuvo que estar internada largo tiempo y que derivó en otras complicaciones: "estuve 20 días dormida, me hicieron una traqueotomía porque me agarró una neumonía, me pasó de todo esta vez". Sus pilares en ese momento fueron las "guerreras" de sus hijas que han dejado todo por acompañarla.
“A seguir apostando a la vida, creyendo que hay un dios todopoderoso que todo lo ve, todo lo oye y que escucha nuestra oración, nuestra súplica y nos da la fortaleza que necesitamos”.
A partir de su experiencia personal, Isabel y Bety remarcan la importancia de donar órganos y así salvar miles de vidas. Hoy en día hay largas listas de espera de personas que, como Bety, aguardan la tan ansiada noticia de que serán los próximos trasplantados y podrán salvarse.
“Mucha gente no valora eso: que puede salvar muchas vidas”.
Bety agradece la donación de su madre porque fue “el acto de amor más puro” y menciona a su esposo y a sus hijas que la han acompañado durante toda su enfermedad con una firmeza admirable. También agradece a los médicos que la han atendido, en especial a la doctora Matamala.
Nosotros agradecemos a Bety e Isabel por este momento, por abrirnos las puertas de su casa y de su corazón pero, sobre todo, por permitirnos contar una historia tan dura pero significativa y necesaria. Donar órganos salva vidas.