- Por Lelia Castro -
En su campo de Los Cipreses, en Trevelin, Arnold Vicente Evans vive rodeado de historia: “Este es mi lugar en el mundo. Me han ofrecido fortuna, pero yo siempre le digo a mi hijo que no tenemos derecho moral de vender esto. Cambiarlo por plata me parecería un descaro para esas tres generaciones que cuidaron tanto este lugar”.
"La clave de Sol es la marca mía que tengo a fuego para las vacas porque toda la familia es de músicos: mi bisabuelo director de coro y compositor, mi abuelo también, mi papá, muchos lo conocieron con su bandoneón por todos lados, mi hermano también, tengo cantidad de primos que cantan muy bien y son músicos, y los que no cantamos bien, cantamos igual".
En su campo late la memoria de los Evans, una familia de raíces galesas y españolas que llegó a poblar la Patagonia. Arnold remarca con orgullo sus orígenes y sostiene que, por más libertad que tuvieron, siempre volvieron: “Somos tres hermanos: Mervyn el mayor, mi hermana Jenny la del medio y yo el menor. Los tres vivimos de vecinos acá”.
"Eran tres o cuatro horas del día de a caballo para poder ir al colegio, hasta que se abrió la Escuela Provincial N°37, que está en Trevelin, con internado en ese momento. Ahí fuimos los 3 al internado".
La infancia transcurrió entre caballos, frío y sacrificio: “Íbamos a la escuela de a caballo con mi hermano y mi hermana. Mervyn manejaba, yo iba en el medio y mi hermana atrás". Todo cambió cuando se abrió la Escuela Provincial N.º 37 de Trevelin, con internado. “Yo soy la primera promoción del internado —dice con orgullo—. Se abrió en el 70; ingresé a primer grado y en el 77 egresé de séptimo”. Recuerda las aulas calefaccionadas con tachos a leña y las dificultades de aquella época, pero también la alegría: “Nos divertíamos igual".
"Mi idea siempre fue relacionarme con el campo, porque es lo que me gusta".
El destino y un deseo innato quisieron que Arnold siguiera los pasos del campo. Una maestra le habló de un colegio agrotécnico en Tierra del Fuego. “Mis padres averiguaron y logré entrar al colegio en el 78 y egresé en el 83. Salí como Técnico Agrónomo especializado en Ovinotecnia”. Esta experiencia marcó su vida. “Era una escuela que era una estancia. Tenía 4.500 ovejas, 200 vacas, mecánica, carpintería, chanchería, panadería, invernáculo... Todo lo hacíamos los alumnos".
"Todos los trabajos, desde la limpieza del baño, la limpieza del colegio, de las aulas, de todo, lo hacíamos los alumnos. No había ni porteros ni nada. Eran los curas y los alumnos".
Hoy, lamenta que la Misión Salesiana de Río Grande haya cambiado: “No son más 120 alumnos, son 800. Se terminaron las ovejas, las vacas, el tambo... Se terminó todo", comenta con pesar. Aun así, su paso por esa institución le dio una base para toda la vida y Arnold atesora cada enseñanza.
"Yo me fui a los 13 años y volví a los 25. Estuve en la isla mucho tiempo, después estuve trabajando en Santa Cruz".
Arnold volvió a la zona después de años en el sur y su padre le propuso quedarse para ayudarlo. “Mervyn estaba armando un aserradero, y yo empecé con el tambo, porque mi papá tenía una vaca lechera. Te la hago corta: en 14 años llegué a ordeñar 50 vacas, elaborar mil litros de leche y hacer 100 kilos de queso diario”. Pero la crisis del 2002 los golpeó fuerte: “Nos fundimos", reconoce.
"Yo siempre digo que el servicio militar para mí fue un postre, porque estuve 7 años internado en el internado de Trevelin y 6 años después con los curas, que si bien no era un régimen militar, eran tremendamente severos".
Lejos de rendirse, Arnold siguió creando. Hoy en día cuenta con orgullo que trabaja todos los días, incluso los domingos de descanso los ocupa en embellecer su campo, cuidar de su invernáculo y de sus truchas. Además, Arnold comenta que tiene tres lagunas y un proyecto de energía hidráulica, y también que hace chacinados cada vez que puede.
"Lo que es fruta, verdura, tenemos casi para todo el año: es algo que me gusta mucho".
Arnold es padre de Thomas, de 24 años, quien está “a un año de recibirse de contador público”. Su familia se amplió con los cuatro hijos de su esposa: “Hemos hecho una familia hermosa”, señala con orgullo.
"Yo soy padre, tengo un hijo de 24 años que está a un año de recibirse de contador público. Le puse el mismo nombre de mi bisabuelo que fue quien vino a poblar acá".
En su casa hay símbolos que lo conectan con sus raíces: una clave de sol como marca de fuego para el ganado y un mapa antiguo de la expedición galesa de 1886. “Es el recorrido que hicieron desde Madryn hasta la cordillera. Lo tengo en homenaje a ellos, gracias a quienes vivimos en este lugar tan hermoso”. Orgulloso de su linaje, dice: “Tengo 50% galés y 50% español".
"Hay que ser apasionado de lo que uno hace".
Cuando habla de sus padres, Arnold rebosa orgullo: “Ejemplo de vida, realmente. Mis viejos estuvieron 66 años juntos. Nunca los vimos pelearse, nunca los vimos discutir. Mi mamá tiene 96 años y una vitalidad tremenda. Todos los sábados nos juntamos a cenar en familia”. De su padre guarda el recuerdo del bandoneón: “Era el músico del pueblo. En los actos, cumpleaños, casamientos… siempre estaba él. Hasta viajamos a Santa Fe para que le tocara el vals a un amigo mío”. Y resume el legado de ambos con gratitud: “Siempre nos dieron la libertad del mundo".
"El día que se larga a llover, vos te metés bajo el invernáculo y escuchás la lluvia en el techo, es una sinfonía".
Antes de despedirse, deja una reflexión que sintetiza su filosofía de vida: “Que sean buena gente, por sobre todas las cosas. Que sean apasionados de lo que hacen, que tengan paciencia, porque todo llega". Y agrega: “Yo llego a casa, prendo la música y no miro las noticias, porque es escalofriante ver lo que pasa en el mundo. Hay que creer en Dios. El universo está tan perfecto hecho que no puede no haber sido hecho por alguien superior”.
Agradecemos a Arnold por permitirnos conocer su historia y la de una familia tan trabajadora. Sin duda su relato será una fuente de inspiración para muchos.