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24 de Agosto de 2025
sociedad |
Marisa Gomez

Y de nuevo. Y otra vez

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- Por Marisa Gómez-

 

El teléfono suena.

 

Genoveva lo escucha pero sigue abstraída en sus pensamientos.

 

De nuevo vuelve a sonar. Lo atiende.

 

Mamá, ¿estás bien?

 

Sí.

 

Te llamé varias veces.

 

Ah… Estaba en el baño. ¿Pasa algo?

 

¿Te acordás que te pedí ayer que vayas a buscar a Mía al jardín?

 

Sí, ¿a qué hora? Hace tanto que no voy.

 

A las doce. ¿Podés llevarla a casa? Por si se alarga la reunión.

 

Sí, a tu casa. ¿A qué hora me dijiste? 

 

Mamá, a las doce. ¿Estás bien?

 

Sí, hija.

 

Genoveva mira de nuevo el reloj, aún tiene dos horitas. Enciende otro cigarrillo y lo aprieta entre los labios hasta aplastarlo. Mira la botella, la agarra, la deja. La vuelve a agarrar, es el último trago, ya se decidió, mañana regresará a las reuniones de grupo, tiene temor a que su hija la descubra. Intentó por unos meses manejarse sola, supuso que lo podría hacer, pero no. Mira de nuevo la botella, último trago, ya no comprará otra, se dice.

 

Mira el reloj. Corre| al baño, se perfuma. Se sube al auto y arranca. Por momentos siente un calor en las mejillas y por otros un frío que le hiela las piernas.

 

En la cuadra del colegio ya no hay vehículos.

 

Genoveva se baja, corre, se arregla el trajecito y los cabellos blancos. Camina por el pasillo vacío de la escuela.

 

Se me hizo tarde, le dice a la señorita que la espera.

 

¿Se siente bien, Genoveva?  

 

Sí, sí.

 

Genoveva se arrodilla, abraza a Mía, le besa las mejillas, la frente, le acomoda los rulos detrás de la oreja, vamos Mía, le dice.

 

Se dirige a la casa de su hija pero, antes de doblar en la esquina, ve el bar, el de todos los días.  Da vuelta la manzana a poca velocidad, pasa de nuevo por el frente y de lejos distingue a sus amigas. Le levanta la mano, ¿y si baja?, se pregunta. Mira de reojo a Mía, duerme en la sillita. Recorre de nuevo la manzana muy despacio mientras decide que solo las saludará y seguirá viaje. Sí, serán unos minutos, solo eso, se dice. Estaciona. Deja el auto encendido. Y vuelve a mirar a Mía, duerme.

 

Las amigas terminan la picada con el vino espumante mientras Genoveva ríe con ellas.

 

En el asiento del acompañante, se oye el celular de Genoveva. Un llamado y después otro, y el otro. Y de nuevo. Y otra vez.

 

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