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09 de Septiembre de 2025
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La panadería de la hermana de Sarmiento donde Perón compraba medialunas y Cortázar tomaba café

Parte de la historia de la Argentina vive en un lugar emblemático. Su actual dueño cuenta anécdotas que pasan desde visitas de notables hasta la parada del tranvía en la puerta. 

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La panadería Flores Porteñas ubicada en el barrio de Once tiene 140 años de historia y sigue vigente. Desde su apertura hasta hoy, conserva varias reliquias como la fachada con vidrios curvos y entrada con puerta vaivén con manijones dorados.

 

Su primera dueña fue Josefina Sarmiento, hermana de Domingo Faustino Sarmiento, ex presidente de la Nación, periodista y educador. Luego fue pasando por varias manos hasta que llegó al cargo de Leonardo Messina, quien hace 23 años comanda la panadería. Gracias a las charlas con los clientes más longevos el panadero va recopilando datos y armando la historia del local con anécdotas, vivencias y recuerdos. Un rompecabezas que incluye a clientes como Juan Domingo Perón, ex presidente, y el gran escritor Julio Cortázar.

 

Dentro de su oferta culinaria se destacan las ensaimadas con crema pastelera, las sfogliatellas italianas, el pan dulce todo el año y las galletas tipo marineras. No quedan afuera las cremonas, que los trabajadores tempraneros de la zona van a buscar para acompañar al mate, fiel compañero de jornadas laborales.

 

Leonardo Messina viene de una familia de panaderos que vivió un tiempo en Nueva York, pero no se pudo adaptar y regresó Buenos Aires. Los Messina manejaron varias panaderías hasta que le ofrecieron a Leonardo comprar el fondo de comercio de la panadería Flores Porteñas.

 

Messina contó que le encantó la zona, el ir y venir de la gente fue el imán necesario para que el panadero no dude y acepte el desafío de levantar un local que estaba venido a menos. “Con que sólo el diez por ciento de la gente que pasa por acá entre, yo con eso ya estoy hecho”, pensaba antes de firmar la compra del fondo de comercio.

 

En la panadería se respira historia. Paredes que atesoran recuerdos que llevan al visitante a transitar tiempos lejanos. Su apertura fue en el año 1885 de la mano de Josefina Sarmiento, hermana del ex presidente de la Nación. De esa época quedaron los muebles tallados a mano por ebanistas donde cuelga un reloj antiguo. El mismo que fue colocado hace 140 años, en el centro del salón.

 

Las maderas oscuras, con curvas perfectas fueron conservadas y son muy cuidadas por los nuevos dueños. Durante la obra, hace 23 años, se preservó todo lo posible. Incluso, al tratar de arreglar una pared encontraron un vitreaux oculto sobre la puerta de entrada, lo que hizo reformular la refacción ya que esa joya de vidrios de colores merecía estar expuesta.

 

El local es tan antiguo que tiene un desnivel en su interior producto del levantamiento de la avenida Rivadavia a través de los años. “El arquitecto me dijo que esa diferencia de 80 centímetros del piso es porque los locales se fueron levantando con los años ya que tienen que ir al nivel de la avenida”, dice Leonardo.

 

La cuadra es el corazón de toda panadería. Es donde se amasa y se preparan todos los productos. Allí, entre bollos, bolsas de harina y tarros de dulce de leche, conservan un horno original de 1885 donde se hornean las medialunas y facturas. Tiene una capacidad interna de 42 metros cuadrados. Leonardo asegura que es el mejor horno que tienen.

 

“Acá pasaron muchas cosas, pasó mucha gente. Yo voy recabando historias de gente que me va contando”, señala el dueño y continúa: “El que más me contó fue un señor que falleció el año pasado a sus 90 años. Él trabajaba acá desde los 16 años porque el tío era el dueño de la panadería”. Este cliente -y amigo de la casa- fue la pieza fundamental para que la historia de la panadería no quede en el olvido.

 

“El me contó que él mismo le llevaba las medialunas de la panadería a Casa Rosada cuando Domingo Perón era presidente. También llevaban al Congreso de la Nación”.

 

Otra personalidad destacada que dejó su huella eterna en la historia argentina fue Julio Cortázar, el autor de Rayuela, que pasaba sus tardes en la confitería que en sus inicios tenía mesitas para tomar café al igual que el escritor Leopoldo Marechal. “Ellos iban al colegio Mariano Acosta que está a dos cuadras, así que pasaban por acá y se tomaban un cafecito”, asegura el propietario.

 

Las fechas de votación son clave en el negocio, cuenta Leonardo. Mucha gente que por algún motivo no ha hecho el cambio de domicilio, aprovecha la posibilidad de retornar al barrio y comprar esa factura que le trae recuerdos de su infancia. “La última votación, vino una señora que me contó que pasaba el tranvía por la puerta y que se bajaba para comprar tortitas negras que llevaba al colegio. ¡Me lo dijo llorando!”, cuenta Leonardo.

 

Fuente: Clarín

 

 

 

 

 

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