RED43 opinion columna
09 de Julio de 2016
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Bicentenario

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Una nueva entrega de Jorge Oriola para RED43
Hablar de lo sucedido aquel 9 de julio de 1816 nos remite necesariamente a plantearnos hoy, a casi 200 años de aquel suceso, las dificultades de toda índole, las características políticas de sus protagonistas, las amenazas, contradicciones, intereses y conflictos múltiples que se ponían en juego.
Lejos está de las intenciones y enfoques actuales sobre el pasado histórico la mera repetición de viejos y conservadores esquemas que la historia oficial modeló durante más de un siglo convirtiendo conflictos reales en gestas, hombres de carne y hueso con intereses y contradicciones en frío mármol o metal sin fisuras. Por ello es oportuno analizar políticamente ese complejo contexto.
Mientras en mayo de 1810 la actual América Latina se encontraba ante la posibilidad, y por qué no la necesidad, de tomar en sus manos la dirección del proceso político e institucional ante la vacante que dejaba, temporariamente, la monarquía española, presa de la invasión y el dominio francés. Aprovechando las viejas aspiraciones de escalar con más derechos sociales y políticos y avanzar en el desarrollo económico con mayor libertad para comerciar, las burguesías criollas, con su mezcla de exclusividades, patriciado e ideas liberales, tomaron el timón.
A las búsquedas de modelos para gobernar agregaron la organización y dirección de ejércitos populares para confrontar a los que respondían al viejo régimen cuyo nudo principal de resistencia era el virreinato del Perú y en especial el Alto Perú, hoy Bolivia, con su centro productor de plata en las minas del Potosí.
Ejércitos en camino, pequeñas escaramuzas, violentos combates, formación de milicias, equipamiento de ejércitos casi profesionales, fabricación de armas, todo valía para resistir y consolidar esa conducción sin realistas españoles. Gobiernos de juntas, triunviratos, experiencias de ejecutivos unipersonales, congresos con diputados electos entre grupos dirigentes, masas mestizas e indias llevadas a la guerra pero no siempre con reconocimiento pleno de sus derechos, esclavos entregados a la pelea por sus patrones , himnos y banderas, las primeras monedas propias…, todo ello era indicio de la búsqueda de nuevos horizontes.
En este marco de pobreza y de guerra se destacaban los más revolucionarios y firmes en la tarea: Hidalgo, Bolívar, San Martín, Belgrano, Artigas, Monteagudo y otros más que seguían en cierto modo las prédicas y medidas efectivas de los ya muertos Moreno y Castelli. Pero también figuraban los más conservadores, los que deseaban el poder para mantener los privilegios de las viejas castas enriquecidas y patricias, como Pueyrredón, que no dudaba en que parte de las Provincias Unidas fuese de los portugueses de Brasil a cambio de cierta tranquilidad para el comercio en el Río de la Plata, o Alvear, dictatorial y nepotista, que enviaba a su ministro a negociar un protectorado británico, o Rivadavia, que buscaba el poder para organizar mejor los negocios de la burguesía porteña en vez de apoyar las campañas militares de independencia.
Ese Congreso, convocado en 1815 para reunirse en Tucumán, con la premisa de cumplir lo que no se pudo lograr en 1813, es decir, una Constitución y la declaración de Independencia, se encontraba en otro contexto internacional muy distinto y más complejo que en 1810. Regresaba el rey Fernando al trono y enviaba la más grande expedición militar de la historia española para recuperar sus dominios; se afirmaban los absolutismos monárquicos y el poder de la Iglesia; Inglaterra seguiría jugando a dos puntas, entre apoyar la restauración de los reyes en Europa y apoyar las revueltas separatistas buscando siempre su mejor ubicación comercial. En Chile, caían militarmente las fuerzas del cambio de 1810. En el Alto Perú, nuevamente habían sido derrotados los ejércitos enviados desde Buenos Aires. En el futuro Uruguay amenazaban los portugueses.
El territorio del ex virreinato no era como el actual: la frontera sur era el río Salado en la pampa bonaerense y una línea imaginaria hasta la cordillera; parte, sólo una parte del sur de la actual Bolivia mandaría diputados a Tucumán; la zona del Chaco, como la Patagonia, estaban bajo el dominio de naciones indígenas; el Paraguay ya se había separado, de España y de Buenos Aires, la Banda Oriental del Uruguay, bajo liderazgo de los federales que habían hecho su congreso antes del de Tucumán.
Había sido convocado por Artigas, que lo denominó “Congreso de los Pueblos Libres”, al que asistieron representantes de Corrientes, las Misiones, Santa Fe, Entre Ríos y la Banda Oriental del Uruguay; se adoptaron políticas de respeto al campesinado, entrega de tierras, defensa del territorio frente a españoles y portugueses, rechazo de las ambiciones y persecuciones del centralismo porteño de Buenos Aires sin dejar de apoyar medidas de Independencia de las Provincias Unidas a las cuales seguían perteneciendo.
El otro congreso, en Tucumán, compuesto fundamentalmente por sacerdotes y abogados de las provincias restantes, escuchó el relato de Belgrano acerca de la monarquización de Europa y la necesidad de proyectar una monarquía sudamericana que incluyera a los pueblos indígenas, que los asimilara para una mayor defensa e integración, poniendo en el trono a un descendiente incásico. No a los chocolates, a los morenos, dijeron otros; no a un príncipe en ojotas, reclamaron con burlas. Para una dirigencia que ya se estructuraba, Europa era la civilización y los pueblos nativos la barbarie.
Apurados por San Martín, que ponía en ridículo la existencia de bandera, himno y cucarda, decía, sin declaración de Independencia, los diputados optaron por reunirse y declararla solemnemente el 9 de julio. Al texto votado por aclamación, romper los vínculos que ligaban a las provincias con los reyes de España, sucesores y metrópoli, debieron agregar a los diez días “y de toda otra dominación extranjera”, para evitar los amagos de contubernio y romance de patricios y burgueses porteños con portugueses y, quizás, de Alvear con Inglaterra.
Tiempo después, el congreso se traslada a Buenos Aires, acentúa su lucha contra Artigas y los federales, sanciona una primera constitución nacional absolutamente aristocrática y patricia, con ribetes monárquicos, hasta que diputados y director supremo son barridos por los gobernadores federales el mismo día de la muerte de Belgrano, en 1820.
Sin embargo, pese a las contradicciones y los intereses sectoriales, pese a los conflictos entre sectores antagónicos y la marginación permanente de las masas pobres, indígenas y mestizas todas ellas -marginación que no impedía convocarlos para el trabajo y la guerra-, pese a tantos esfuerzos malogrados por constituir una nación moderna y republicana, el Congreso en Tucumán nos dejó como legado, importante, necesario, esa declaración de Independencia política.
El paso imprescindible para conformar un estado-nación, la puerta abierta al difícil camino a la soberanía nacional, la liberación respecto de cualquier otra potencia o imperio para hacer una nación económica y socialmente justa.

 

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