Esto no es un chiste
Violeta es amiga, desde los cinco años, del hijo del único funebrero- sepulturero del pueblo. Le dicen Guadaña. De baja estatura, negro y es el más admirado por las pibas del colegio.
Desde que falleció la mamá, Guadaña le ayuda a su padre a cavar las fosas, arreglar los panteones, lavar los cuerpos, maquillarlos, poner algodón en las bocas y pegar los párpados y labios. No ve a los finados como a los muertos, los ve como a los cubos de madera para hacer torres.
Guadaña festeja su cumpleaños número trece. Todo primer año está en su casa pero también se colaron unos amigotes que en meses terminan la secundaria. El padre de Guadaña le canta el feliz cumpleaños, apaga las trece velas y antes de irse al cementerio a arreglar los panteones le recomienda a Guadaña que jueguen en el patio y no en la sala de armado que está repleta de féretros.
Los amigotes insisten en jugar a la escondida. Primero lo hacen en el patio y a cada rato van detrás del laurel para empinar la botella de cerveza. Violeta se quiere ir, pero Guadaña la convence para que se quede hasta que se vayan todos.
Es la tardecita y ya no queda ninguno de los compañeros, excepto los muchachones que insisten en seguir jugando en la sala de armado de cajones. Se ponen cargosos y prometen irse después de un último juego. Guadaña no está convencido, Violeta tampoco, pero deciden jugar.
Violeta termina de contar hasta cien y empieza a buscarlos por el salón lleno de cristos, cajones y cruces. Unos gritos espantosos como de un moribundo que vienen del más allá la paralizan. Corre entre los cajones, se golpea los codos y alcanza a sostener una cruz que se tambalea. Y más aullidos. No puede respirar y grita, Diosito, ayudame, Guadaña, ¿dónde estás?, Guadaña.
El eco de su voz se le mete debajo de la piel, el temblequeo en el cuerpo se le hace más intenso. Logra llegar al pasillo, agarra el picaporte, intenta abrir la puerta, forcejea. Los gritos se escuchan más cercanos. Cae rendida en el piso y con las manos en puño, golpea la puerta, vieja, pesada y maciza. Se larga a llorar.
Guadaña, Guadaña, ¿dónde estás?, me quiero ir a mi casa, esto no es chiste para mí, por favor, grita sin consuelo.
Tres fantasmas le hablan con voz ronca y pausada, llegó tu hora. Violeta reconoce bajo las sábanas las zapatillas de los muchachones. Se le acercan más. Violeta patalea, forcejea, grita, Guadaña, no me dejes.
Los tres la levantan del suelo, la tironean, la meten en el cajón que ya habían dejado en el suelo. Violeta le suplica que la dejen, que no la tapen, que se va a morir y ellos se ríen a carcajadas mientras se pasan la botella de cerveza. Violeta respira con dificultad, no se mueve y cuando van a colocar la tapa, oye la voz del padre de Guadaña.
¿Qué están haciendo?, no los quiero nunca más en mi casa, bien lejos de mi hijo y de su amiga. Váyanse antes que se me escape un tiro, pendejos mal paridos, les grita el padre.
Los muchachos corren y mientras se van sacando las telas, era un chiste viejo de mierda, le gritan.
Guadaña corre en busca de Violeta, me encerraron en el baño, perdoname Violeta, perdoname, le dice a media lengua mientras llora a mares.
Marisa Gomez